Las cinco inteligencias del ser humano
Si alguien nos suelta una frase parecida a “¡eres un animal!”, no deberíamos sentirnos ofendidos. Deberíamos sentirnos reconfortados de que haya percibido nuestra energía y capacidad vital y de que se hayan dado cuenta de que no pertenecemos ni al reino vegetal ni al mineral, las otras dos alternativas que la madre naturaleza nos ofrece.
Otra cosa sería que nos calificara de “mal animal” o “alimaña”, pero la pertenencia al reino animal en el subreino de sangre caliente es, claramente, un motivo de satisfacción, una suerte a celebrar.
Si, por otro lado, nos califican de “gorila” u “orangután”, nos están diciendo que tenemos un insuficiente desarrollo mental; pero si nos llaman “primate” nos están posicionando correctamente en la subespecie a la que pertenecemos.
Una racionalidad relativa
En mi adolescencia, los profesores nos decían que el hombre era el único animal racional y dotado de alma, hecho a semejanza de Dios. La ciencia ha puesto en cuestión esta creencia de claro origen religioso, puesto que son bastantes los animales que muestran un nivel de racionalidad similar.
Por otra parte, la capacidad racional de los humanos no garantiza, ni de lejos, que nuestra conducta sea siempre racional. Y la explicación es muy simple: no solo somos racionales. Nuestro cerebro ha sido configurado por la evolución en cinco etapas de funcionamiento, heredadas de nuestros antecesores. Las Neurociencias y la Psicología Evolutiva han demostrado que poseemos capacidades instintivas (como los primitivos reptiles), capacidades de memoria emocional (como los primeros mamíferos en la evolución), capacidades de respuestas rápidas por vía intuitiva (como los grandes primates), capacidades racionales (heredadas de los homínidos que nos precedieron) y capacidades de visión de futuro y planificación, la verdadera característica diferencial del homo sapiens.
El cerebro está construido por fases evolutivas
Cada etapa de la evolución darwiniana ha dejado su constancia anatómica en una nueva zona de crecimiento del cerebro. Además, el cerebro humano es la parte del cuerpo humano que más dramáticamente ha crecido con la evolución. Tal como escribió el paleontólogo Phillip V. Tobias en 1995: “El hombre, en tan sólo un espacio de tiempo de 2 a 3 millones de años, ha aumentado el peso del cerebro de 500 gramos a 1.400 gramos. Un aumento de casi un kilo de cerebro”.
Al cerebro meramente instintivo de los reptiles, los mamíferos primitivos añadieron el sistema límbico que le permite conservar memoria de las emociones de placer o dolor asociadas a sus conductas anteriores y, en consecuencia, les otorga la capacidad de rectificar o ratificar la reacción instintiva, es decir: el control de los instintos, la capacidad de aprendizaje a base de premios y castigos. Los primates adquirieron una corteza cerebral añadida que les proporciona la capacidad de relacionar en milésimas de segundos sus experiencias anteriores con la vivencia actual e intuir si les conviene rechazar o aceptar el alimento, el objeto o la compañía que se les está ofreciendo.
Según los paleontólogos, los desaparecidos homínidos desarrollaron la polarización del hemisferio izquierdo de la corteza cerebral que les permitió aplicar la lógica y el razonamiento deductivo a los problemas de su existencia, con un tiempo de respuesta tremendamente inferior a la intuición precedente, pero con una maravillosa y asombrosa capacidad de construir herramientas y progreso en la forma de vida. Lenguaje, arte, cultura y ciencia nacen gracias a esta evolución del neocórtex.
La última etapa de la evolución ha sido el crecimiento del neocórtex del homo sapiens hasta rebasar la capacidad craneana y desparramarse por la frente encima de los ojos y la nariz, los llamados lóbulos prefrontales. Allí radica nuestra nueva capacidad más evolucionada y superior: la visión de futuro, la capacidad de imaginar antes de tomar una decisión cuáles pueden ser las consecuencias derivadas de ella, la capacidad de pensar a largo plazo y seguir principios y normas, etc.
El cerebro ejecutivo
El neurocientífico Elkhonon Goldberg, discípulo del gran neurólogo Alexander Luria, denomina cerebro ejecutivo a los lóbulos prefrontales porque tienen la función y la capacidad de supervisar y controlar el resto de zonas cerebrales anteriores en la evolución. Es como un director de orquesta que con su batuta va dirigiendo a los diferentes músicos que tocan juntos. Pero si nos acogemos a la metáfora de la orquesta, tendremos que reconocer que, demasiado a menudo, la música sale desafinada o descompuesta.
La explicación es simple: cada músico es una vedette impaciente que tiene tendencia a anticiparse a la batuta del director. En palabras más científicas: el orden de llegada de los estímulos externos o internos a las distintas zonas cerebrales sigue el mismo orden de su aparición en la escala evolutiva y, en consecuencia, cada función cerebral recibe la información cuando las zonas anteriores ya han empezado a responder. Solo puede frenar la reacción iniciada o acelerarla, pero durante unas décimas de segundo ya han sonado las notas propias, convengan o no a la armonía global.
Cinco inteligencias para adaptarse al entorno
Si llamamos “inteligencia” a la habilidad de adaptarse a los estímulos del entorno existente para reaccionar de la manera que ofrezca el máximo beneficio o minimice los daños (según sea la situación), podremos afirmar que el cerebro humano está dotado de cinco inteligencias, de complejidad y alcance cada vez superior, siguiendo la progresión evolutiva.
La inteligencia instintiva nos viene otorgada por herencia cromosómica. Nos permite la supervivencia individual frente a los peligros ya interiorizados genéticamente y la supervivencia colectiva a nivel de la especie. Si una abeja nos quiere clavar su aguijón, nuestro instinto nos hace esquivarla y procurar eliminarla de un manotazo. Reacción muy beneficiosa a pie de calle, pero que nos puede ocasionar la muerte por accidente si estamos conduciendo un vehículo lanzado a alta velocidad por una carretera.
Inteligencia emocional: un nuevo paradigma
La llamada inteligencia emocional incorpora la racionalidad y la previsión de futuro al control de las emociones que, sin este filtro, nos pueden hacer caer en reacciones viscerales altamente perjudiciales. El insulto o la agresión que se nos escapa, por no mencionar el desgraciado crimen pasional.
La inteligencia intuitiva nos permite tomar decisiones inmediatas cuando no hay tiempo para pensar racionalmente. Se basa en la acumulación de vivencias anteriores, es fruto de la experiencia adquirida. Un contraste automático y veloz con las experiencias vividas nos da una reacción clara de aceptación o repulsión de la situación, objeto o persona que se nos ofrece. No es infalible porque nuestra estadística de hechos vividos nunca es infinita, pero debería ser una advertencia muy seria a tener en cuenta. A menudo, la evaluación efectuada posteriormente por la inteligencia racional nos hace actuar equivocadamente en contra del aviso intuitivo. A cada persona le toca calibrar mejor su intuición y decidir cuándo le conviene hacerle caso y cuándo no.
La inteligencia racional (también llamada analítica, lógica, deductiva o adjetivos equivalentes), con funcionamiento totalmente contrapuesto a la intuición, requiere tiempo y calma. Ha sido la que ha permitido crear todo lo que llamamos civilización y progreso humano, la que ha salvado escollos de la naturaleza, la que nos ha dado herramientas para superar nuestra inferioridad biológica evidente frente a otros animales. También la que a veces ha sido puesta al servicio de la maldad humana potenciando hasta extremos escalofriantes la capacidad de explotar y hasta quitar vidas a otras personas, a animales, a fauna, al clima, al planeta entero. La que puede provocar auténticos desastres cuando le falta la previsión de futuro. Tanto ha admirado la especie humana este tipo de inteligencia que durante más de un siglo se ha querido creer, erróneamente, que era la única inteligencia que poseíamos, la única que merecía la pena poseer. El famoso coeficiente intelectual CI (IQ en inglés) estaba fundamentado en esta idea.
La inteligencia planificadora, el dominio del cerebro ejecutivo, es el gran pendiente actual de la Psicología y, por supuesto, de las enseñanzas a todos los niveles. Saber coordinar todos los músicos en una misma sinfonía para que no haya notas discordantes es la misión clara de los directores de orquesta.
En conclusión
Aplicar individualmente alguna de las cinco inteligencias no es bueno o malo por sí mismo. Un músico puede interpretar un fantástico “solo” o desafinar hasta rompernos los oídos. Pero el objetivo claro de toda orquesta es interpretar en armonía y coordinación perfecta magníficas piezas orquestales. Hay que aprender a tocar siguiendo la batuta del director.
Quizás deberíamos decir que la evolución nos ha dotado de una inteligencia compuesta de cinco dimensiones a armonizar. En cualquier caso, se trata de alcanzar una inteligencia eficaz que combine de la manera más adecuada a nuestro bienestar individual y social los instintos, las emociones, la intuición, el razonamiento y la capacidad de planificación.