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​¿Por qué no nos gusta el sonido grabado de nuestra voz?


Pasa muchas veces. Alguien nos graba y, cuando escuchamos nuestra propia voz, nos invade una desagradable sensación, mezcla de vergüenza y de contrariedad al notar que, curiosamente, lo que suena no se parece en nada al modo en el que hablamos.

Además, esto cada vez es más frecuente. A medida que se va popularizando el uso de los mensajes de voz y de las redes sociales, poco a poco va siendo muy normal tener que enfrentarnos a ese ruido horrible que es nuestra voz grabada. Un tono de voz poca claro, a veces tembloroso y curiosamente apagado que no nos hace justicia. Pensar que es eso lo que los demás escuchan cuando hacemos vibrar nuestras cuerdas vocales desanima bastante.

Pero… ¿por qué ocurre esto? ¿De dónde nace esa mezcla de vergüenza propia y ajena que solemos notar cuando escuchamos nuestra voz grabada? La causa es psicológica.

Escuchando nuestra propia voz

Lo primero que hay que tener en cuenta para entender este fenómeno es que, aunque no nos demos cuenta, el cerebro humano está constantemente aprendiendo cómo es nuestra voz. Lo tiene bastante fácil, ya que la mayoría de las personas utilizamos mucho nuestras cuerdas vocales a lo largo de un día, así que nuestro sistema nervioso va monitorizando cómo es ese sonido, crea una especie de “media” imaginaria de cómo suena nuestra voz y la va fijando a nuestro autoconcepto en tiempo real.

¿Y qué es el autoconcepto? Es justamente lo que la palabra indica: el concepto de uno mismo. Se trata de una idea abstracta de la propia identidad, y por consiguiente se solapa con muchos otros conceptos. Por ejemplo, si creemos que somos seguros de nosotros mismos, esta idea estará muy unida a nuestro autoconcepto, y posiblemente ocurrirá lo mismo, por ejemplo, con un animal con el que nos identifiquemos: el lobo, por ejemplo. Si nuestra identidad está muy ligada al país en el que nacimos, todas las ideas vinculadas a este concepto también formarán parte del autoconcepto: su gastronomía, sus paisajes, su música tradicional, etc.

En definitiva, el autoconcepto está compuesto por ideas y por estímulos que nos llegan a través de todos los sentidos: imágenes, sensaciones táctiles, sonidos…

Comparando la grabación con lo que escuchamos

Así pues, nuestra voz será uno de los estímulos más importantes de nuestro autoconcepto. Si mañana despertásemos con otra voz totalmente diferente, nos daríamos cuenta enseguida y posiblemente sufriríamos una crisis de identidad, aunque ese nuevo tono de voz fuese totalmente funcional. Como estamos escuchando nuestras cuerdas vocales todo el rato, este sonido echa profundas raíces en nuestra identidad y, a su vez, aprendemos a hacer que encaje con todas las sensaciones y conceptos que componen el autoconcepto.

Ahora bien… ¿es realmente nuestra voz lo que interiorizamos como si formase parte de nosotros? Sí y no. En parte sí, porque el sonido parte de la vibración de nuestras cuerdas vocales y es el que utilizamos para hablar y expresar nuestros puntos de vista y la propia visión del mundo. Pero, a la vez, no, porque el sonido que nuestro cerebro registra no es solo nuestra voz, sino una mezcla de esta y muchas otras cosas.

Lo que estamos haciendo al escucharnos en un contexto normal es, en realidad, oír el sonido de nuestras cuerdas vocales amortiguado y amplificado por nuestro propio cuerpo: cavidades, músculos, huesos, etc. Lo percibimos de un modo distinto a como lo hacemos con cualquier otro sonido, porque este nace de nuestro interior.

¿Y qué ocurre con las grabaciones?

En cambio, cuando nuestra voz es grabada, la escuchamos tal y como escucharíamos la voz de cualquier otra persona: registramos las ondas que recogen nuestros tímpanos, y de ahí al nervio auditivo. No hay atajos, y nuestro cuerpo no amplifica ese sonido más de lo que lo haría con cualquier otro ruido.

Lo que ocurre en realidad es que este tipo de grabaciones suponen un mazazo contra nuestro autoconcepto, ya que vemos cuestionada una de las ideas centrales sobre las que se construye nuestra identidad: que nuestra voz es X, y no Y. 

A su vez, el cuestionamiento de este pilar de la propia identidad hace que se tambaleen otros. Este nuevo sonido es reconocido como algo extraño, que no encaja en lo que se supone que somos y que, además, crea un desbarajuste en esa red de conceptos interconectados que es el autoconcepto. ¿Qué pasa si sonamos algo más enclenques de lo esperado? ¿De qué manera encaja eso con esa imagen de hombre robusto y compacto que flota en nuestra imaginación?

La mala noticia es que esa voz que nos da tanta vergüenza ajena es justamente la misma que escuchan todos los demás cada vez que hablamos. La buena noticia es que buena parte de la sensación desagradable que experimentamos al oírla se debe al choque comparativo entre la voz que solemos escuchar y esa otra, y no porque nuestra voz sea particularmente molesta.