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3 buenas razones para perdonar


Todos hemos sido heridos por alguien. Todos hemos hecho sufrir a otra persona, también. Con plena consciencia o sin darnos cuenta, todos hemos estado a un lado u otro de la acera.

En cualquiera de los dos sentidos se padece mucho, el dolor que se experimenta es visceral. En ese momento de reactividad emocional, nuestro sistema nervioso se estresa y la mente se pone en modo lucha, huida, o parálisis. En el cuerpo, esta reacción se puede sentir mediante experiencias como tener el corazón galopando fuerte, la respiración que se acorta, la barriga incomodándonos, y la mente que nos machaca sin respiro. La experiencia es estridente y desgastante.

No es fácil perdonar, y tampoco es fácil pedir perdón, pero acarrear tanto resentimiento, culpa, y angustia es agotador. Y lo peor de todo es que nos enferma, porque le estamos dando algo muy valioso a lo sucedido: nuestra atención.

La necesidad de saber perdonar

Cuando alguien a quien queremos nos daña, quedamos desconcertados y apesadumbrados. Teníamos nuestra confianza puesta en esa persona, y de repente se rompió.

No solo nos duele lo que sucedió, sino también que se haya quebrado un pacto y una visión de cómo iba a ser el vínculo compartido. Ahora bien… ¿Qué sucede cuando somos nosotros los que agraviamos a otro? Seguramente al principio nos queramos convencer de que el otro se merecía lo que hicimos, pero en nuestro fuero interno vamos a sentir la responsabilidad de haber actuado por impulso, y ello nos generará el miedo de que el otro nos rechace si le pedimos otra oportunidad.

Por qué perdonar

Estemos del lado en el que estemos, lo primordial es que abracemos todo lo que nos sucede internamente, por incómodo que sea, y que no huyamos de eso. Es un desafío enorme, pero permitirnos sentir lo que toca sentir nos expande internamente y nos ayuda a reorganizarnos.

¿Por qué darle valor al perdón?

Cuando estés llorando, lamentándote, o maltratándote por lo sucedido, respira profundamente y hazte una pregunta muy simple: ¿Qué me vendría bien en este momento? ¿Moverme más lentamente? ¿Hablar? ¿Morderme la lengua antes de hablar? ¿Tomarme un tiempo a solas?

1. Perdonar y pedir perdón son ante todo actos de amor propio

Cuando te amas, aceptas que la vida y lo que te sucede no se pueden controlar, pero que te quieres y aprecias tanto que sabes con certeza que podrás salir adelante. Sabes que te lo mereces.

Perdonar no significa seguir en una relación con la persona que te dañó, sino escuchar qué tiene para decir y decidir luego si pasarás de página junto a ese ser o no. La pregunta que con calma podrás hacerte es si esa persona se ha responsabilizado de sus actos y qué está dispuesto a cambiar para que tú recuperes la confianza en él/ella.

Si, en cambio, eres tú quien tiene que disculparse, el amor que te tienes te ayudará a moverte por encima de cualquier mensaje del ego que querrá que dejes todo igual y que no te arriesgues a no ser entendido/a. La culpa y la vergüenza no conducen a ningún lado más que a esconderte, y tú lo sabes. Contacta con tu bondad, con tu ternura y tu discernimiento, y ponte a la altura de las circunstancias; habla con el corazón y no te escudes o pongas a la defensiva. Expresa tu arrepentimiento y escucha las necesidades del otro.

2. Perdonar y pedir perdón son actos de amor por la vida

Poder disculparte, más allá de seguir en el vínculo que se había compartido o no, son actos de respeto y amor a la Vida. El gesto de escuchar al otro, sin invalidarlo ni recriminarle, y la humildad de hacerte cargo de tus errores y de ponerte en el lugar del otro, te sintonizarán con una energía más grande que tu ser contraído. De hecho, te ayudará a trascender lo sucedido, a desplegarte, y a volver a extasiarte por estar vivo/a.

Para esto hay que estar muy despierto y consciente, y también lleno de compasión. El primer paso es dejar de juzgar y de recriminar porque, como dicen los budistas, será como querer lastimar a otro con carbón caliente en las manos, los dos saldrán heridos. Agradece el milagro de haber nacido, diseña cómo quieres vivir a partir de lo sucedido. Para esto busca la calma en todos los rituales que te tranquilizan y ponte en contacto con tu visión a partir de ahí.

3. Perdonar como acto de liberación

Recuerda que mientras no puedas perdonar, quedarás presa del otro. Insisto, perdonar no es eximir al otro de lo que ha hecho, especialmente si no muestra arrepentimiento. Se trata de drenar y limpiar todo el malestar dentro de ti.

Una amiga de mi madre adquirió su sabiduría a través de los años vividos, más que por haberse instruido; cuando alguien la decepcionaba o hería, ella siempre repetía: “Ya está, es consejo de sabio perdonar agravios”. Y tenía otra que me hacía gracia, que era: “Que Dios lo ayude y a mí no me abandone”. Estos simples refranes contienen una nobleza de espíritu enorme. Los dos apuntan a dejar la amargura para poder vivir mejor.

La liberación empieza cuando soltamos nuestros argumentos para no perdonar o para justificar nuestros errores. Cuando finalmente nos hacemos cargo de lo que nos toca, emprendemos nuestro camino con muchísima mayor lucidez, libertad y ligereza.

El perdón, del latín “per”, que indica acción completa y total, y “donare”, que es nada más y nada menos que regalar, es nuestra posibilidad de aprender de lo sucedido y de obsequiarle al otro o a nosotros mismos una nueva forma de relacionarnos y de honrar la vida.