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Farmacofobia (fobia a los fármacos): síntomas y tratamiento


Todos conocemos algún caso de alguien a quién no le gusta tomar fármacos. Personas que no acuden al Paracetamol cuando les duele la cabeza, que se resisten a usar antibióticos aunque tengan un infección en la garganta. También conocemos o hemos oido hablar de personas que se niegan a vacunarse a sí mismos o a sus hijos (a veces con dramáticas consecuencias).

En casi todos estos casos estamos ante una elección personal, basada en las creencias de dichas personas. Pero existen personas que evitan el consumo de fármacos no por ideología, sino por la presencia de un elevado nivel de ansiedad y malestar en forma de fobia. Estamos hablando de la farmacofobia.

¿Qué es la farmacofobia?

Se conoce con el nombre de farmacofobia a una de las múltiples fobias específicas que existen, la cual se caracteriza por la presencia de un miedo irracional e incontrolable hacia el consumo y la aplicación de cualquier tipo de fármaco. La exposición a dicho estímulo supone un muy elevado nivel de ansiedad para el sujeto, generando diferentes síntomas fisiológicos y la necesidad de evitar aproximarse tanto a fármacos como a cualquier situaciones en que estos puedan aparecer con él. El propio sujeto suele reconocer que su reacción es excesiva, pero necesita huir y evitar la exposición o, en casos en que sea imprescindible, la va a soportar con un muy elevado nivel de malestar.

Si bien los síntomas pueden variar según el caso, por lo general resulta habitual la aparición de taquicardias, hiperventilación, sudoración fría y profusa, temblores y malestares gastrointestinales que pueden llevar a la náusea y al vómito ante la mera idea de ver un fármaco o que le prescriban medicación. Los desmayos e incluso la aparición de crisis de ansiedad son también probables.

Esta fobia supone un miedo al conjunto de los fármacos, pudiendo aparecer la evitación tanto de la toma oral de medicación como de inyecciones, vacunas u otras vías de administración como la inhalada o aspirada. Asimismo, ante el consumo de un fármaco el miedo a éste puede llegar a hacer que el sujeto se provoque el vómito con el fin de expulsarlo. Si bien el miedo es específico hacia la medicación, en ocasiones puede conducir a la evitación de contextos en que estos sean frecuentes, como por ejemplo hospitales, o la reducción o evitación del contacto con personas que necesitan tomarlas, como ancianos y enfermos crónicos. Es por ello que supone una limitación importante, además de poder tener una serie de graves consecuencias.

Una fobia con potencial mortal

La mayor parte de fobias específicas pueden generar una serie de repercusiones variables en la vida de la persona que las padece. Dichas consecuencias se basan en las conductas que los sujetos llevan a cabo o las situaciones o estímulos que evitan, pudiendo limitar en menor o mayor medida su vida. Pero generalmente, salvo aquellas fobias referidas a estímulos especialmente prevalentes, se trata de uno de los tipos de problemas psicológico que menor interferencia genera.

En el caso que nos ocupa, las consecuencias pueden ser mucho más graves, incidiendo directamente sobre la salud y la supervivencia del paciente y pudiendo en casos extremos llegar a generar incapacidad o incluso la muerte del paciente. Y es que el miedo y la evitación de los fármacos puede tener graves repercusiones en pacientes que los necesitan, como el caso de problemas de coagulación, cardiopatías, problemas respiratorios, diabetes mellitus tipo 1 (insulinodependientes), VIH...

Este hecho hace que el tratamiento de este tipo de fobias resulte imprescindible, especialmente en la población con enfermedades crónicas y/o con potencial para matar.

Las causas de esta fobia

Los motivos que pueden llegar a generar este tipo de fobia son múltiples, no existiendo una etiología demostrada.

Una posible explicación se encuentra en el condicionamiento a través de consecuencias traumáticas, existiendo el temor a sentir daño o sufrimiento o a ser intoxicado. Ello está vinculado a la experiencia de malas praxis profesionales o de profundos dolores o malestares asociados a algún tratamiento previo en la vida del paciente, que han sido generalizados a toda estimulación vinculada a fármacos.

Alguien que haya estado cerca de ahogarse intentando tragar una pastilla, o un elevado nivel de sufrimiento/malestar ante el consumo de alguna sustancia o tras una inyección (por ejemplo, ante la administración de quimioterapia) podría desarrollar esta fobia.

¿Cómo tratar la farmacofobia?

El tratamiento de la farmacofobia es algo necesario y que puede revestir cierta urgencia, en función del estado de salud del paciente. Afortunadamente, las fobias son el grupo de trastornos que mejor pronóstico y mayor éxito terapéutico suelen tener.

De cara a tratar la farmacofobia, al igual que con el resto de fobias el tratamiento de elección pasa por la terapia de exposición o por la desensibilización sistemática. Se recomienda especialmente la exposición en vivo, aunque puede emplearse la exposición en imaginación como paso previo.

Durante esta terapia, se elaborará entre paciente y profesional una jerarquía de ítems (algunos ejemplos podrían ser ver una pastilla, manipularla, tomarla, ir a una farmacia o hospital, ver a otra persona tomarse algún tipo de fármaco...), estructurando en gran medida la situación (presencia o no de otras personas, lugar, número de fármacos implicados…) ordenados según el nivel de ansiedad que le causan al paciente, para posteriormente y de manera gradual ir exponiéndose a dichas situaciones. El sujeto deberá permanecer en cada ítem hasta que el nivel de ansiedad baje o sea imperceptible en al menos dos intentos consecutivos antes de poder pasar al siguiente.

También se ha observado efectivo el trabajo sobre las cogniciones y emociones vinculadas a la farmacología, investigando que supone un fármaco para el sujeto y trabajando y reestructurando posibles creencias disfuncionales al respecto.

Si bien en el tratamiento de las fobias en ocasiones se emplean medicamentos para rebajar el nivel de ansiedad (como las benzodiacepinas) y hacer una posible exposición más llevadera en casos extremos, en el caso que nos ocupa dicho tratamiento sería en sí el estímulo fóbico, algo que dificultará en gran medida su aplicación. Así, resultará dificilmente viable el suministro de fármacos tranquilizantes, no siendo una opción terapéutica óptima al menos inicialmente. A pesar de ello, esto podría emplearse para condicionar una respuesta contraria a la de la fobia, pudiendo plantearse como posible elemento a incluir en un jerarquía de exposición.

El uso de técnicas de relajación también puede ser efectivo para la reducción del malestar y ansiedad asociados a esta fobia, siendo ejemplo de ello la respiración diafragmática o la relajación muscular progresiva de Jacobson.

Referencias bibliográficas:

  • Bulbena, A., Guimón, J. y Berrios, G. (1993). Medición en Psiquiatría. Barcelona: Salvat.
  • Jaspers, K. (1946/1993). Psicopatología General. México: FCE.
  • Lemos, S. (2000): Psicopatología general. Madrid: Síntesis.