4 mitos sobre la conducta alimentaria
La alimentación es, por su naturaleza de aspecto clave para la supervivencia, uno de los aspectos de la vida que menos tardamos en asumir como algo natural, parte de la normalidad del día a día. Desde pequeños nos acostumbramos a realizar una serie de rutinas relacionadas con el acto de comer, acciones que forman parte de la organización horaria y de cómo nos relacionamos con los demás.
Sin embargo, tal y como pasa muchas veces con las cosas que damos por sentadas, detrás de esa idea de “lo natural” y “lo normal” suelen esconderse muchas presuposiciones infundadas que, en algunos casos, dan lugar a maneras erróneas de interpretar nuestras acciones y las de los demás.
La conducta alimentaria es un fenómeno más complejo de lo que la mayoría de las personas cree, y en ella juegan un papel importante procesos psicosociales de todo tipo: emociones, expectativas de belleza, habilidad (o falta de ella) a la hora de identificar sensaciones, etc. Por ello, en este artículo haremos un repaso a varios de los mitos sobre la conducta alimentaria más extendidos.
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Mitos muy comunes sobre la conducta alimentaria
Estas son varias de las creencias erróneas más frecuentes en lo relativo a la conducta alimentaria.
1. Comemos como resultado de un desequilibrio orgánico en nuestro cuerpo
En muchas ocasiones, el acto de comer no está motivado por un hambre real, incluso en personas que no han sido diagnosticadas por un Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA). El hambre emocional, que es un fenómeno en el cual la persona confunde por hambre un tipo de malestar que realmente tiene que ver con las emociones, es algo bastante común, y da lugar a muchos problemas de sobrepeso y malnutrición porque privilegia el consumo de alimentos muy calóricos, capaces de “distraer” la mente durante unos minutos a través de su sabor.
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2. Los genes solo influyen sobre la nutrición, no sobre la alimentación
Muchas personas creen que más allá de los factores genéticos asociados al modo en el que nuestro cuerpo asimila los nutrientes y las vitaminas de lo que comemos, toda persona tiene libertad total para adaptar su comportamiento a la hora de alimentarse, para evitar tener una imagen alejada de los cánones de belleza y sufrir problemas de salud.
Pero lo cierto es que la influencia de la herencia genética está también presente, aunque sea en parte, en nuestra predisposición a relacionarnos de uno u otro modo con la comida.
Esto no significa que nuestro genoma tenga un control total sobre nuestras acciones, por supuesto, pero tampoco se puede decir que no influya para nada. Esa distinción entre lo orgánico y lo psicológico es, en última instancia, una ficción: la mente y el cuerpo no son dos realidades separadas, y por ello prácticamente cualquier patrón de conducta está ligado a mayores o menores predisposiciones genéticas.
Así, por ejemplo, algunas personas son más proclives a sentirse saciadas antes por la comida, mientras que otras experimentan esta sensación de manera retrasada, tras haber comido algo más de lo que realmente necesita su cuerpo.
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3. Si comemos demasiado es porque dejamos de preocuparnos por nuestra imagen y salud
Este es otro de los mitos sobre la conducta alimentaria más extendidos, y también uno de los más estigmatizantes contra quienes sufren problemas de salud por sobrepeso. Tiene mucho que ver con la idea de que quienes tienen más grasa acumulada han cedido ante el pecado de la gula y/o no tienen capacidad para controlar sus impulsos en general, mostrándolo como un producto del vicio o la irresponsabilidad.
Pero en realidad, aunque parezca contradictorio, muchas personas comen mucho precisamente porque se obsesionan con su salud y su peso, y ese malestar hace que su mente tienda a centrarse mucho en la comida. Este tipo de tensión puede hacer que o bien se expongan más a los atracones de comida para lidiar con el estrés generado por los problemas de autoestima, o bien sufran el “efecto rebote” de haber estado varios días o semanas siguiendo una dieta muy restrictiva (e ineficaz).
Además, tal y como hemos visto hasta ahora, resulta tremendamente simplista asumir que el modo en el que nos alimentamos depende únicamente de algo que podemos llamar “voluntad” o “disciplina”: hay muchas variables en juego y algunas de ellas incluso complican la tarea de detectar nuestras dinámicas de comportamiento dañinas. Es falso que por el hecho de ser nosotros, se nos dé bien reconocer e identificar las acciones que realizamos y que nos están generando problemas; a veces ocurre justamente lo contrario, y por eso quienes sufren un TCA necesitan de profesionales de la salud mental para salir de ese bucle de percepción distorsionada de lo que les ocurre.
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4. Los Trastornos de la Conducta Alimentaria consisten en querer perder peso a toda costa
Este es uno de los malentendidos más extendidos acerca de los TCA, y tiene que ver entre otras cosas con el protagonismo que desde hace varias décadas se le ha dado a dos patologías concretas: la anorexia y la bulimia.
Pero lo cierto es que el concepto de Trastorno de la Conducta Alimentaria es mucho más amplio que eso y engloba otras clases de dinámicas comportamentales problemáticas. Por ejemplo, en el trastorno por atracón, la persona no adopta ninguna medida extrema para intentar no comer o por impedir que lo que ha comido sea absorbido por su cuerpo, y quienes lo sufren tienden a tener problemas de sobrepeso porque suele comer sin tener hambre, incluso llegando a parar solo cuando se sienten físicamente mal.
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Más allá del cuerpo y la comida
Para saber más acerca de la naturaleza de la conducta alimentaria y de los TCA, te invitamos a leer el libro “Conducta alimentaria. Más allá del cuerpo y la comida”. Escrito por el psicólogo Marc Ruiz de Minteguía, miembro del centro Psicología y Psicoterapia Miguel Ángel, esta obra muestra que tras nuestra manera de relacionarnos con la comida hay mucho más que procesos fisiológicos y órganos en funcionamiento, sino que también encontramos dinámicas de gestión de las emociones, estrategias de gestión del malestar, expectativas de deseabilidad social, y muchos otros elementos psicológicos relevantes.
Es además la entrega número 28 de la colección "Biblioteca de Psicología", formada por 60 libros de divulgación científica rigurosa y que tiene por directores editoriales a Pablo Fernández-Berrocal, catedrático de Psicología en la Universidad de Málaga, y a José Ramón Alonso, catedrático de Biología Celular del Instituto de Neurociencias de Castilla y León. Está a la venta en puntos de venta de prensa en papel en España, y también se puede encargar de manera online a través de la web de El País.