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El cerebro del pulpo: uno de los animales más inteligentes


Vivimos en un planeta repleto de seres vivos fascinantes. Más allá del humano, que ha sido capaz de construir civilizaciones enteras con entramados tecnológicos y sociales sin ningún parangón, otras especies también muestran destrezas y características increíbles.

Existen aves capaces de volar a decenas de kilómetros por hora, mamíferos cuyo tamaño supera al de un pequeño edificio y felinos que pueden detectar presas en la más absoluta oscuridad. Habilidades dignas del superhéroe de cualquier cómic.

Pero entre la extensa biodiversidad que aún puebla la tierra, lamentablemente cada vez menor, habita un animal cuyas propiedades son especialmente reseñables: el pulpo, del que se han identificado unas 300 variedades distintas (cefalópodos).

En este artículo nos detendremos a analizar qué lo hace tan fascinante, con un especial énfasis en la anatomía y las propiedades del cerebro del pulpo, órgano que lo dota de una cognición única.

¿Cómo es el cerebro del pulpo?

Lo primero que llama la atención al observar el cerebro del pulpo es que se trata, con gran diferencia, del más grande de entre todos los que poseen los invertebrados. Así, domina en la cúspide de la pirámide a toda una categoría cuyos representantes se cuentan por decenas de miles (unos 55.000). Además, dispone del mayor ratio en la ecuación del peso relativo de su cerebro respecto al cuerpo, dentro de esta misma clasificación, un indicador común para inferir la inteligencia de cualquier ser vivo. Esta es una representación del mismo, que aparece en The Anatomy of the Nervous System of Octopus Vulgaris, de J. Z. Young:

Cerebro del pulpo

La proporción entre el tamaño del cuerpo del pulpo y su cerebro es similar a la que puede verse en mamíferos como las ballenas, las cuales han podido demostrar grandes dotes intelectuales y habilidades sociales sofisticadas. Además, el número de neuronas (en bruto) es cercano al de un perro, animal que ha acompañado al hombre desde el albor de los tiempos y que se alza como uno de sus compañeros más fieles. Este hecho supone una excepción evolutiva que ha atraído el interés de toda la comunidad científica.

Su cerebro nuclear, inserto en una cápsula de cartílago dentro de la cabeza (no tiene ningún hueso), representa solo un discreto porcentaje de la extensión total del sistema nervioso. El resto de neuronas que lo conforman se ubican en sus tentáculos, dispuestas como ganglios interconectados (minicerebros), y dando forma a una complejísima constelación de células (100.000.000-500.000.000) que reaccionan de forma tremendamente rauda a circunstancias ambientales detonantes, lo que conforma un sistema único en la zoología.

Si analizamos la distribución de su sistema nervioso, observamos que únicamente el 10% del mismo se ubica en la zona previsible para los mamíferos: el interior de la cabeza. El 30% se localiza en dos grandes lóbulos (15% para cada caso) que lindan con su superficie lateral (tras ambos ojos) y que tienen como función el procesamiento de los estímulos visuales. Por último, el 60% restante se encuentra repartido entre todos los tentáculos, de manera que el mayor porcentaje de neuronas del que dispone este animal está presente en casi la totalidad de su masa corporal.

En el cerebro del pulpo, alineados de forma contigua, se encuentran órganos que permiten al animal orientar su posición en el espacio en los lugares que la luz no puede alcanzar (pues algunos viven en las profundidades abisales), lo que se complementa con un par de ojos extraordinariamente adaptados a la oscuridad (y similares en cuanto a estructura a los de los humanos). Hablamos de los estatocistos; que comparten con especies como los bivalvos, los equinodermos y los crustáceos.

En términos generales, el pulpo cuenta con un cerebro múltiple, y no solo con una estructura nerviosa ubicada en el interior de su cabeza. Este órgano se distribuye a lo largo de todo el cuerpo formando ganglios que controlan cada una de sus extremidades, y que lo dotan de una enorme capacidad adaptativa.

Se trata de una estructura distinta a la de los mamíferos, una "alternativa" evolutiva que nos podría proporcionar información sobre formas de conciencia que todavía escapan a nuestra comprensión (y que recientemente han sido usadas para diseñar inteligencias artificiales robóticas).

La inteligencia del pulpo

Si nos remontamos a la historia evolutiva de los pulpos, encontramos que representan un ejemplo de inteligencia extraordinario no solo en la categoría a la que pertenecen, sino en el reino animal en su conjunto. Son seres vivos más antiguos que los propios dinosaurios, que han contado con la oportunidad de sobrevivir durante millones de años para forjar destrezas cognitivas refinadas, y que constituyen uno de los mayores ejemplos de intelecto pretérito a los que podemos acceder.

Los estudios que se han realizado sobre esta cuestión han demostrado que son capaces de usar herramientas (como cáscaras de coco en las que guarecerse) y aprender a través de la observación de otros pulpos resolviendo algún problema, manteniendo lo asimilado durante días sin necesidad de ensayarlo. Además, el pulpo (en sus más de 300 especies) tiene una capacidad única: y es que cada uno de sus tentáculos puede “pensar” por sí mismo.

Más concretamente, cuando un pulpo observa una situación ante la que ha de actuar (una presa de la que alimentarse o un depredador del que huir), pone en marcha una reacción en la que participa cada una de las partes de su cuerpo, con el fin de determinar el patrón más eficiente de conducta. De esta forma, y debido a la multiplicidad posicional de la que dispone (pues carece de articulaciones), es capaz de seleccionar una enorme variedad de acciones para resolver problemas (desde abrir frascos hasta salir de laberintos complejos).

El proceso que se pone en marcha es distinto al de los seres humanos. En nuestro caso, las exigencias de la situación se cotejan con un esquema corporal restringido (osamenta rígida y pobremente articulada), lo que se traduce en reacciones limitadas para resolver situaciones. El pulpo es tan flexible que no precisa considerar sus límites corporales, por lo que solo almacena patrones conductuales que se activan cuando lo necesita, ofreciendo con ello una respuesta más rápida y eficaz para lidiar con las demandas ambientales.

Además de todo ello, el cerebro distribuido en los tentáculos puede establecer comunicación con el resto de las extremidades del pulpo, de modo que se coordinan sin enredarse (lo que supondría un riesgo vital). Esto se debe a que cada uno de los ganglios no solo se conecta con el cerebro centralizado, sino que también lo hace con los demás, posibilitando con ello una motricidad fina extraordinaria. Todo se ve potenciado por el hecho de que el cerebro ubicado en la cabeza apenas participa en el momento en el que actúan las ventosas del resto de sus apéndices, que cuentan con su propio albedrío.

Se ha observado que la sección de uno de los tentáculos (pueden mutilarse a sí mismos al intentar escapar) no implica que este pase a "morir" inmediatamente, sino que seguiría moviéndose y actuando con propósito durante aproximadamente una hora, confirmando que dispone de autonomía. Por este motivo, pese a estar separados del cuerpo, pueden asumir decisiones como camuflarse (salvaguardarse del peligro) y reconocer otro tentáculo distinto como una parte de sí mismo (a través de una especie de receptores químicos ubicados en las ventosas).

La personalidad del pulpo

Además de poseer gran inteligencia, existen evidencias de que los cefalópodos disponen de rasgos estables de personalidad que los diferencian de una manera muy notable, y que incluso tienen tendencia a agruparse según el grado de similitud (demostrando preferencias de tipo social). Algunos de ellos son huraños y pasan la mayor parte del tiempo encerrados en cuevas, las cuales taponan con rocas para aumentar su privacidad (su elasticidad les permite "colarse" en casi cualquier agujero).

También existen pulpos muy agresivos, hasta el punto de ser capaces de atacar y devorar a otros pulpos. Por otra parte, pueden formarse una idea de los seres humanos con los que se sienten cómodos o incómodos, que les gustan o les desagradan; forjando un recuerdo que se mantiene meses o incluso años (mostrando un amplio almacén de memoria a largo plazo). Al ser animales que no tienen una larga esperanza de vida, puede decirse que crean memorias que se extienden a lo largo de su ciclo de existencia.

Por último, se ha demostrado que los pulpos son proclives a jugar con otros miembros de su especie, siendo esta una conducta que ha sido clasificada como indicador de elevada inteligencia en el ámbito de la etología. Y es que se trata de una acción que no pretende garantizar la supervivencia ni se explica como una reacción ante contingencias ambientales inmediatas, sino que tiene como fin el disfrute y el ocio sin mayor pretensión. Este hábito recreativo se observa de manera exclusiva en las especies más complejas, sobre todo entre las vertebradas.

Otras cosas fantásticas de los pulpos

Hasta este punto, ha quedado claro que los pulpos son animales fascinantes. Más allá de su historia (la cual se remonta 33.000.000 de años), de su sorprendente inteligencia y de su capacidad para tener una personalidad propia; disponen también de una serie de características adicionales que los convierten en uno de los animales mejor adaptados y preparados para la supervivencia (al fin y al cabo lo llevan haciendo desde hace mucho, mucho tiempo).

Así, por ejemplo, son capaces de camuflarse en el entorno de modo perfecto, de propulsar tinta para eludir un depredador que les haya podido detectar, de atacar a sus presas con un pico poderoso y de envenenar con toxinas paralizantes a cualquier pez excesivamente confiado. Podría decirse que es uno de los grandes reyes del océano… de hecho ¡incluso tienen la sangre de color azul! Y bombeada por un total de tres corazones, nada más y nada menos.

En conclusión, los pulpos nos recuerdan que vivimos en un mundo maravilloso, y que la naturaleza es capaz de moldear auténticas obras de ingeniería cuya presencia fascinará siempre al curioso ser humano. Es nuestra responsabilidad velar por la salud de nuestro planeta, para que puedan seguir estimulando la imaginación de las generaciones venideras.

Referencias bibliográficas:

  • Guglielmino, E. y Tsagarakis, N. (2010). An octopus anatomy-inspired robotic arm. International Conference on Intelligent Robots and Systems, 18(22), 3091 - 3096.
  • O’Brien, C.E., Ponte, G. y Fiorito, G. (2018). Octopus. Animal Behavior, 4(2), 1 - 8.