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Las 10 mejores leyendas bolivianas cortas


Bolivia es un país andino lleno de historia, folclore y creencias de todo tipo. Su cultura es fruto de la combinación de la de los pueblos prehispánicos con las creencias católicas de los españoles que conquistaron la región allá por el siglo XVI.

Son muchas las leyendas bolivianas tanto de base indígena como más modernas. Tenemos historias que nos hablan de los dioses prehispánicos, de la lucha entre el bien y el mal, cristianos contra el demonio y el origen de la tan conocida coca boliviana. Descubramos varias de estas interesantes leyendas bolivianas, que expresan las ideas, creencias y valores de la sociedad de este país.

10 leyendas bolivianas para conocer la cultura y el folclore del país

Bolivia es fruto de la mezcla entre las culturas prehispánicas y las aportaciones de los conquistadores españoles. En este país podemos encontrar todo tipo de grupos étnicos como quechuas, chiquitanos, guaraníes y aymaras, además de los criollos descendientes de los conquistadores del siglo XVI, motivo por el cual el nombre oficial de este país es el de Estado Plurinacional de Bolivia. No hay una única realidad nacional en el país andino, sino que cada persona de cada cultura tiene su propia visión de cuál es su país.

Esta diversidad cultural se manifiesta en su rico folclore, que está muy lejos de poder ser considerado como monolítico y homogéneo. Cada región, ciudad y grupo étnico que habita este precioso país tiene sus creencias, leyendas e historias contadas de generación en generación que conforman su cosmovisión. También hay historias más modernas, ocurridas durante el siglo XX y XXI, que hablan de fantasmas en hospitales y espectros de ultratumba.

Vayamos donde vayamos, cada rincón de Bolivia nos contará historias diferentes. A continuación presentamos nuestra selección de 10 leyendas bolivianas más interesantes.

1. Chiru Chiru

Muchos bolivianos cuentan la historia del Chiru Chiru, un personaje de la cultura del país andino que comparte elementos con el Robin Hood inglés, puesto que es conocido por robar a los ricos para dárselo a los pobres, aunque esta leyenda tiene un final más bien amargo.

Cuentan las gentes de Bolivia que un día, un minero encontró a Chiru Chiru robando y lo mal hirió antes de que lograra escapar. Nuestro personaje buscó refugió luego del ataque, con tan mala suerte de que esa sería su última fechoría puesto que, y de acuerdo con esta breve historia, el cadáver del pobre Chiru Chiru fue encontrado junto a una imagen de la Virgen en el interior de una cueva.

Desde entonces, esa cueva que fue el último lugar donde estuvo nuestro Robin Hood andino se convirtió en un lugar de culto, símbolo de quienes donan lo que ganan a aquellos que más necesitan.

2. El Tío

La explotación minera en Bolivia tiene una larga historia. Iniciada en tiempos de la colonia española, este tipo de actividad ha supuesto muchos beneficios tanto para la antigua metrópolis como para la actual república andina.

Sin embargo, también es cierto que ha supuesto miles de muertes, incluso hay quienes hablan de millones. Bajar a la mina es una actividad peligrosa, y quienes lo hacen rinden tributo a un poder sobrenatural colocando en su honor figurines rodeados por cervezas, cigarros e, incluso, animales sacrificados a quien tutela la vida de los mineros cuando se encuentran en sus dominios.

En la región del Potosí todos los mineros conocen la leyenda de “El Tío”, aquel que dicen que los cuida cuando se encuentran bajo tierra. El mundo subterráneo es el dominio de El Tío, que no es más que un eufemismo para referirse al Diablo. Quienes creen en esta leyenda consideran que el dominio de Dios no alcanza bajo tierra y, por eso, los mineros se entregan a la tutela del Diablo cuando están ahí abajo.

Adorando a El Tío, los hombres y, tristemente también, los niños que a día de hoy son explotados en las minas de Bolivia tienen la esperanza de recibir protección. Mientras El Tío esté contento, podrán regresar a casa.

3. El Jichi

Los pueblos chiquitano, mojo y chané creen en un genio guardián que puede adoptar varias formas según quien lo cuenta. Unos dicen que es un sapo, otros que es un tigre, aunque la manifestación más común en la que aparece este ser mitológico es en forma de serpiente. Su nombre: el Jichi.

En su forma reptil el Jichi tiene apariencia de medio culebra y medio saurio, con cuerpo delgado, oblongo y chato y color hialino, tan transparente que se confunde con las aguas donde vive. Su cola es larga, estrecha y flexible que ayuda los ágiles movimientos de sus cortas y regordetas extremidades, terminadas en unas simples uñas unidas por membranas.

El Jichi es un espíritu que resguarda las aguas de la vida y, por ello, le gusta esconderse en ríos, lagos y pozos, todo lugar en donde se pueda beber una rica y fresca agua. El agua es un recurso que siempre debe ser protegido y bien gestionado, un elemento fundamental para la vida que, cuando es malgastado, pone de muy mal humor al Jichi que huirá de aquellos que hagan un mal uso del agua. Al irse, el agua también se va con él y deja atrás una fulminante sequía.

Los tres pueblos se aseguran siempre de rendirle el adecuado tributo al Jichi, sabiendo lo que pasa si no lo tienen contento. No hay que estropear su medio arrancando las plantas acuáticas que decoran su morada, ni apartar los granículos de pochi que cubren su superficie. Molestar a este guardián del agua es jugarse los cultivos, la pesca y la supervivencia de los pueblos.

4. Lluvia y sequía

Una de las leyendas más antiguas de los pueblos indígenas de Bolivia es la que cuenta que Pachamama, la Madre Tierra, y el dios Huayra Tata, el dios del viento, eran pareja. Huayra Tata vivía en el tope de los cerros y los abismos y, cada cierto tiempo, bajaba y vaciaba el lago Titicaca para fecundar a Pachamama, dejando luego caer el agua haciendo llover.

Este dios a veces se quedaba dormido en el lago, lo cual hacía que las aguas se turbaran. A pesar de ello, siempre regresaba a las cumbres, que era su morada de residencia habitual y, cuando lo deseaba, volvía a visitar el lago para poder volver a intimar con su pareja. Esta es la historia que cuentan los grupos de Bolivia para explicar el por qué de las precipitaciones, la riqueza ecológica de su tierra y los ciclos del agua.

5. Origen del maíz

Hace mucho tiempo, el dios Ñandú Tampa paseaba por los Andes cubiertos de verde cuando se encontró a unos mellizos jugando solos en el monte, cuyos nombres eran Guaray (Sol) y Yasi (Luna).

El dios, al verlos tan joviales y llenos de vida, consideró que serían una muy buena compañía para su padre, el dios Ñanderu Tampa, así que antes de que los chiquillos se percataran de su presencia Ñandú los atrapó y se fue volando para entregárselos a su padre.

La madre de los chiquillos escuchó cómo sus hijos gritaban desesperados mientras el dios sin escrúpulos lo raptaba. No logró detenerlo y solo le dio tiempo para tomar a sus hijos de los pulgares del pie, que se quedaron en sus manos mientras el dios Ñandú seguía sin detenerse en su camino para darle la ofrenda a Ñanderu Tampa.

Pasado un tiempo, el dios padre habló con la madre de Guaray y Yasi en sueños. A través de ellos le dijo que sus hijos estaban bien, y le ordenó que sembrara los pulgares de sus hijos. La mujer obedeció a la divinidad y, tras un largo período de sol y lluvia, de los pulgares plantados empezaron a brotar unas plantas con forma de lanza que dieron frutos llenos de granos de todo tipo de colores: amarillos, blancos, morados, negros…

Ñanderu Tampa había obsequiado a la madre con la planta de maíz en compensación por haber perdido a sus hijos.

Folclore de Bolivia

6. El guajojó

Érase una vez una joven indígena, tan bella como graciosa, hija de un poderoso cacique de una tribu que vivía en un claro de la selva. La chica, que no pasaba nunca desadvertida, era amada por un guaje de la misma tribu, amor al que ella también correspondía. El joven era apuesto, valiente, un guerrero pero, también, un chiquillo de muy tierno corazón.

Al conocer que su hija amaba y era amada por un chaval que él no creía merecedor de su progenie, el viejo cacique, que también era un poderoso hechicero, decidió acabar con el amor entre los jóvenes del modo más fácil y eficaz. Un día llamó al amante de su hija y, por medio de sus artes mágicas, lo llevó a lo más espeso del bosque en donde acabó con su vida sin miramiento alguno.

A medida que pasaba el tiempo la joven empezó a sospechar del odio de su padre hacia su novio y, harta ya de su ausencia, decidió ir en la búsqueda del hombre que amaba adentrándose en las profundidades de la selva. Allí descubrió los restos de su amante y, llena de dolor, volvió a su casa para increpar a su padre, amenazándolo de que iba a contar a todos el vil asesinato que había perpetrado.

El viejo hechicero, cobarde, decidió acallar a su propia hija transformándole al instante en un ave nocturna para que no pudiera contar el crimen. Pero aunque consiguió que su hija pasara de humana a animal emplumado, no consiguió hacer desaparecer su voz y, convertida ahora en pájaro, la joven emitía con profunda tristeza el lamento por la muerte de su amado.

Desde entonces, cuando uno se adentra en la selva de Bolivia, puede escuchar un llanto triste y débil, capaz de enloquecer a algunos hombres. Es el guajojó, el ave que una vez fue una bella joven enamorada.

7. Leyenda del pueblo guaraní

De acuerdo con la mitología guaraní, tiempo atrás existieron dos hermanos de nombre Tupaete y Aguará-tunpa, dioses de poderes antagónicos. El primero era la personificación del bien y la creación, mientras que el segundo lo era del mal y la destrucción.

Aguará-tunpa, celoso de los poderes de creación de su hermano, decidió quemar todos los campos y bosques en donde habitaban los guaraníes. Para evitar que este pueblo se quedara sin protección, alimento y morada, el buen dios Tupaete recomendó a esta etnia tupí-guaraní que se mudara a los ríos, donde creía que encontraría seguridad. Este plan no funcionó, puesto que Aguará-tunpa decidió hacer que lloviera por toda la región donde vivían los guaraníes a fin de ahogarlos a todos.

Rendido ante el destino que estaban viviendo sus hijos en la tierra, Tupaete les habló francamente: todos iban a morir. Sin embargo, para salvar la raza, mandó a este pueblo que eligieran de entre todos ellos a los dos hijos más fuertes y, con tal de salvarlos de la inminente inundación, los colocó en un mate gigante.

Gracias a esto, los dos hermanos estuvieron protegidos mientras Aguará-tunpa inundó la tierra hasta que creyó extintos a todos los guaraníes, dejando después que los campos se secaran.

Los niños crecieron y salieron de su escondite, sobreviviendo gracias a que se encontraron con Cururu, un sapo gigante que les dio fuego para poder calentarse y cocinar los alimentos. Los niños vivieron protegidos por Tupaete y otros espíritus guaraníes hasta que, una vez adultos, pudieron reproducirse y recuperar su raza.

8. Los fantasmas del hospital de clínicas de La Paz

Dicen que el Hospital General de La Paz es un lugar frecuentado por fantasmas, espectros que abandonan su descanso de ultratumba para darse un volteo por las salas de la casa de enfermos y malheridos. Son muchas las historias que se cuentan de este lugar que, aunque de día es amigable, de noche parece que lo envuelve un halo de misterio y tenebrosidad, pero es especialmente interesante la que le ocurrió a una enfermera de nombre Wilma Huañapaco, encargada de la sala de Terapia Intensiva en el primer piso del edificio, quien nunca olvidará lo que sucedió un 4 de agosto

Justo cinco minutos antes de que sonaran las dos de la madrugada, Huañapaco transcribía, como cada noche el reporte del estado de los pacientes. Una tarea realmente delicada, tanto que no consiente error alguno y requería que quien la realizaba estuviera despejada, despierta a pesar de lo tarde que era.

Pero, de repente, su cuerpo fue invadido por una pesadez repentina que la paralizó. No podía mover ni brazos ni piernas, ni siquiera sus párpados. Se había quedado como en estado vegetal, absolutamente inmóvil pero bien consciente en todo momento. Su desesperación al entrar en semejante estado la llevó a realizar un gran esfuerzo para poder voltearse. Al lograrlo consiguió ver la silueta de un hombre alto, contorneado por un aura de color verde oliva y ¡sin cabeza! que se desvaneció en instantes...

Cuando se lo contó a sus compañeras, algunas se mostraron incrédulas, aunque tampoco tanto. Ese hospital encierra algo, algo misterioso entre sus muros. De hecho, Wilma no es la única que ha visto apariciones en ese misterioso lugar, ni tampoco la primera en ver la silueta de un hombre decapitado.

Tanto algunos pacientes como parte de los médicos más veteranos en el lugar cuentan la historia de un hombre que cada noche se pasea por los jardines próximos al hospital del Tórax, rumbo a la morgue. Algunos lo han bautizado con el nombre del Jinete sin Cabeza, aunque no tiene relación alguna con el famoso relato del escritor estadounidense Washington Irving.

9. La Cueva del Diablo de Potosí

Las buenas gentes residentes en la Villa Imperial de Potosí creen que la mancha oscura que se encuentra por el lugar es un rastro que dejó el Diablo tras estrellarse sobre la roca.

De acuerdo con la leyenda, antes de la intervención de San Bartolomé, en determinadas horas del día las personas que oían llamadas procedentes de la cueva se perdían en sus profundidades, para siempre. Otros cuentan que de ella salía un jinete que, corriendo a toda velocidad, no paraba hasta conseguir hacer pedazos a un desafortunado transeúnte.

Para remediar tan macabra situación los jesuítas tomaron acción. Colocaron la figura de San Bartolomé y pusieron una gran cruz en la cueva del Diablo para ahuyentar al maligno cuyos poderes todavía se encontraban en ella. Desde que se aconteció esta cristiana gesta en tiempos de la colonia, españoles, criollos e indígenas van cada año a celebrar su fiesta con gran solemnidad.

10. La leyenda de la Coca

Cuenta la leyenda que, durante el reinado del Inca Atahualpa, vivía en el templo del Sol, en la isla de Titicaca, un viejo sabio y adivino sacerdote llamado Khana Chuyma. Por aquella época llegaron a la actual Bolivia los conquistadores españoles que, en búsqueda de oro, profanaron templos y sometieron a los indígenas en algunas regiones.

Con el objetivo de impedir que el oro sagrado del Sol cayera en manos de los invasores, Khana Chuyma lo escondió en un lugar a orillas del lago y, diariamente, subía a una atalaya para ver si se acercaban los ejércitos de Pizarro. Fue eso lo que ocurrió un día, viéndolos venir a lo lejos y, sin perder ni un segundo, el sacerdote arrojó todo el tesoro a lo más profundo de las aguas.

Cuando llegaron los conquistadores y se enteraron de que el sacerdote había ocultado el tesoro, le prendieron fuego para forzarle a confesar el paradero de tan valioso botín, pero Khana Chuyma soportó estoicamente el tormento y, como un verdadero santo andino, no soltó palabra alguna para proteger la valiosa ofrenda para los dioses.

Cansados de torturarle, sus verdugos se rindieron y lo dejaron moribundo en un campo al ver que no servía de nada continuar el sufrimiento puesto que no iba a confesar. En medio de su dolorosa agonía, el sacerdote tuvo una visión esa misma noche: el Dios Sol Inti se le apareció, resplandeciendo detrás de una montaña y le dijo:

  • Hijo mío, tu heroico sacrificio para salvar las ofrendas sagradas merece ser recompensado. Pídeme lo que quieras, lo que más te guste, pues sea lo que sea que desees se te será concedido.

Khana Chuyma contestó:

  • Oh, Dios amado, ¿qué otra cosa puedo pedirte en esta hora de duelo y derrota sino la redención de mi raza y la expulsión de los invasores?

El Sol le respondió:

  • Siento decirte que lo que tú me pides es ya imposible. De nada vale ya mi poder contra los intrusos. Su dios me ha vencido y yo también debo huir para esconderme en el misterio del tiempo. Pero antes quiero concederte algo que esté dentro de mis facultades.

El sacerdote dijo:

  • Si ya es imposible devolver la libertad a mi pueblo, padre mío, al irnos te pido algo que lo ayude a soportar la esclavitud y las penurias que le esperan. No oro, ni riqueza pues sé que el invasor se lo arrebatará lleno de codicia. Te pido un consuelo secreto que dé a los míos la fuerza de sobrellevar los trabajos y humillaciones que nos impondrán los conquistadores.

El dios Inti concedió tan noble y generoso deseo del sacerdote contestándole:

  • Te lo concedo. Mira a tu alrededor. ¿Ves esas plantas de verdes y ovaladas hojas que acaban de brotar? Di a los tuyos que las cultiven, con sumo cuidado, y que sin lastimar sus tallos arranquen las hojas, que las sequen y las mastiquen después. Su jugo es el bálsamo de los sufrimientos que están por venir.

El dios le dijo a Khana Chuyma que esa hoja era el remedio para aliviar el hambre y el frío, las durezas del camino, las humillaciones del destino. Le dijo que sería la planta de la coca la que les ayudaría a sobrevivir tan amargos tiempos, y que lanzando un puñado de sus hojas al azar se les revelarían los misterios del destino.

Estas hojas estaban reservadas para los indígenas para traerles salud, fuerza y vida, y quedaban totalmente prohibidas para los conquistadores. Si un invasor trataba de morder la hoja, en su boca se sentiría con tal amargor, de sabor repugnante y pervertido que lo único que conseguiría con ella serían vicios, dolor y sufrimiento. La planta de la coca es la planta sagrada de los pueblos indígenas de Bolivia, aquellos que sobrevivieron a la conquista.