¿Es bueno estudiar escuchando música?
Escuchar música a la hora de estudiar o de hacer trabajos es un hábito muy común entre los estudiantes universitarios. En las bibliotecas, muchas personas optan por ignorar ese silencio frágil y artificial que envuelve las mesas y las estanterías aislándose del exterior mediante el uso de unos auriculares y de una melodía agradable.
Lo mismo pasa en algunas oficinas, aunque en ese contexto aislarse de los demás es más problemático si se trabaja en equipo o en una gran oficina con cubículos abiertos. Haya o no aislamiento, sin embargo, el factor común a estas personas es que ven en la música una herramienta que puede mejorar la concentración, la productividad y la realización de tareas en general.
Pero... ¿es esto cierto? ¿Realmente la música nos ayuda a concentrarnos mejor en lo que estamos haciendo, ya sea memorizar un texto, estudiar acerca de temas complejos o redactar proyectos?
La música en las tareas repetitivas
Hace ya muchas décadas que se realizaron estudios científicos alrededor de este tema; entre otras cosas porque si la música puede servir para mejorar el rendimiento de estudiantes o trabajadores, esta información puede resultar muy útil para las organizaciones capaces de financiar esta clase de estudios.
De este modo, por ejemplo, una investigación cuyos resultados fueron publicados en el año 1972 se diseñó para tratar de conocer mejor la relación entre la escucha de melodías y los cambios en la productividad. A través de una serie de observaciones se registró un aumento de rendimiento de los trabajadores cuando estos escuchaban música que les llegaba desde unos altavoces.
Sin embargo, esta investigación era hija de su época, y se utilizó para estudiar tan solo un contexto de trabajo muy concreto y representativo de aquella época: el de las fábricas. Las tareas de la fuerza de trabajo eran repetitivas, previsibles y aburridas, y la música actuaba como un estimulante de la actividad mental. Como el trabajo era más agradecido y agradable, los resultados en productividad también eran mejores.
Otras investigaciones que llegaron después sirvieron para reforzar la idea de que la música mejora el desempeño de tareas rutinarias y monótonas. Esto eran buenas noticias, ya que buena parte de la fuerza de trabajo se dedicaba a montar elementos en cadenas de montaje, pero... ¿qué pasa con los trabajos más complejos y creativos, aquellos que no pueden ser realizados por las máquinas? ¿Qué pasa con el estudio de temarios universitarios complejos, que no pueden ser memorizados literalmente sino que requieren ser comprendidos y trabajados mentalmente?
Cuando la tarea se complica, mejor el silencio
Parece ser que cuando la tarea que se está realizando requiere que nos concentremos de verdad en lo que estamos haciendo, la presencia de música es un lastre que deberíamos evitar.
Por ejemplo, en una investigación publicada en Psychological Reports se comprobó que cuando se pedía a una serie de voluntarios que contasen hacia atrás escuchando una pieza musical de su elección, quienes lo hacían mientras sonaba la pieza elegida lo hacían significativamente peor que quienes no habían podido elegir y simplemente realizaban la tarea sin escuchar música.
Muchas otras investigaciones van en esta misma línea: las melodías más pegadizas o que gustan a la persona tienen efectos demoledores en el rendimiento a la hora de estudiar o de realizar operaciones mentales medianamente complejas, especialmente si la música tiene letra en un idioma que se entiende.
Es decir, que aunque se utilice música para estudiar, esto puede ser debido simplemente porque esa música gusta, no porque mejore los resultados a la hora de memorizar y aprender. Se escucha estas melodías a pesar de los efectos que esto tiene sobre el rendimiento, no a causa de su eficacia en ese contexto.
¿Por qué no es bueno escuchar música al estudiar?
La respuesta está en dos conceptos: el de multitasking y el de foco atencional. El multitasking es la capacidad de realizar más de una tarea en paralelo, y está muy relacionado con la memoria de trabajo. Ese tipo de memoria que se encarga de mantener en nuestra mente elementos con los que trabajamos en tiempo real. Lo que pasa es que esta especie de memoria RAM de nuestro cerebro es muy limitada, y se cree que solo puede servir para manipular al mismo tiempo entre 4 y 7 elementos a la vez.
El foco atencional es el modo en el que el cerebro orienta procesos mentales hacia la resolución de unos problemas y no de otros. Cuando nos concentramos en algo hacemos que gran parte de nuestro sistema nervioso empiece a trabajar para solucionarlo, pero para ello hay que pagar el precio de desatender otras funciones.
Es por eso, por ejemplo, que si vamos caminando por la calle reflexionando sobre algo es frecuente que nos encontremos desviándonos para seguir andando por una de las rutas que seguimos de manera habitual: la de ir al trabajo, la de ir a la parada de autobús, etc.
Pero el problema del foco atencional no es solo que únicamente puede abarcar ciertos procesos y no otros. Además, hay que tener en cuenta también que no siempre tenemos un control total sobre él, y puede desviarse de lo que deberíamos estar haciendo con mucha facilidad.
La música, en concreto, es uno de los grandes señuelos ante los que la atención acostumbra a sucumbir; es tremendamente fácil que el foco atencional se desenganche del estudio o la realización de operaciones mentales complejas para pasar a recrearse en la apreciación de la melodía y los versos que contiene.
La memoria motora
Así pues, para esas tareas más desafiantes es mejor no molestar a nuestro foco atencional haciendo presentándole una tentación distractora en forma de música pegadiza y letras comprensibles. Pero entonces... ¿por qué en tareas monótonas este efecto no se nota?
La respuesta es que buena parte de los procesos que realizamos al atender a trabajos rutinarios son gestionados por una parte de nuestro cerebro que van cumpliendo con sus objetivos sin que el foco atencional tenga que intervenir en ello.
En concreto, la memoria motora, mediada por unas estructuras encefálicas conocidas como ganglios basales, es la responsable de buena parte de estas secuencias de acciones automatizadas. Solo hay que ver cómo trabajan las personas que llevan años dedicándose a hacer encajar piezas en una cadena de montaje: puede que trabajen tan rápido que parezca muy difícil lo que hacen, pero en realidad ni siquiera se concentran demasiado para llevarlo a cabo.
Con los estudios ocurre lo contrario. Si ciertas carreras universitarias son difíciles es justamente porque cursarlas implica enfrentarse a problemas imprevistos constantemente, y estos no pueden ser minimizados utilizando una simple melodía.
Conclusión: depende del tipo de contenidos a estudiar
El efecto que la música ejerce sobra nuestra capacidad para estudiar varía según la complejidad de los contenidos que debamos aprender.
Para las tareas más mecánicas y monótonas, que son aquellas en las que podemos guiarnos siempre por el mismo sistema de memorización (por ejemplo, asociar un nombre a cada río situado en un mapa), la música puede hacer que hagamos mayores progresos, aunque esto no se dará en todos los casos y hay ciertas características psicológicas personales que también influyen, como la facilidad con la que cada uno gestiona su foco atencional.
Sin embargo, si la música ayuda a estudiar en estos casos no es porque "dope" nuestra inteligencia momentáneamente ni nada parecido, sino simplemente porque hace que esa actividad sea más agradable y nos mantengamos en ella durante más tiempo, sin buscar distracciones fuera.
Sin embargo, apara las tareas más complicadas, prácticamente en todos los casos escuchar música es contraproducente y entorpece la acción de estudiar. Esto es así porque para este tipo de actividades necesitamos tomar un control total de nuestro foco atencional, de manera que las distracciones no nos resten capacidad para "operar mentalmente" sobre los contenidos que debemos asimilar. Aunque no lo notemos, escuchar una melodía