Hipertensión arterial: qué es, tipos, causas y tratamiento
A pesar de ser una condición altamente prevenible, modificable y controlable, las millones de personas que padecen hipertensión alrededor del mundo no saben que tienen esta condición, y nada hacen para mejorar su situación.
Considerado como uno de los principales problemas médicos en el mundo desarrollado, la hipertensión es algo que, de no controlarse, puede suponer graves daños en el sistema circulatorio, trayendo consigo enfermedades como infartos e ictus. A continuación vamos a profundizar en esta problemática médica.
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¿Qué es la hipertensión?
La hipertensión arterial es la condición médica en la que los vasos sanguíneos tienen una tensión persistente alta, tanto que los puede llegar a dañar. La tensión arterial es la fuerza que ejerce la sangre contra las paredes de los vasos (arterias) al ser bombeada por el corazón. Cuanto más alta sea la tensión, más esfuerzo tiene que hacer el corazón para bombear.
Aunque no lo parezca, la hipertensión es una condición mortal al no presentar unos síntomas claros y estos pueden tardar su tiempo en aparecer. Esto es verdaderamente peligroso, pues la persona que tiene alta la tensión arterial puede no saber que su organismo está sufriendo los efectos de la hipertensión, dañando su sistema circulatorio e incrementándose el riesgo de padecer patologías cardiovasculares, las primeras causas de mortalidad en los países desarrollados.
Las primeras consecuencias de la tensión arterial alta la sufren las arterias. Estos vasos se endurecen a medida que van soportando la presión arterial alta de forma continuada. Esto conlleva a que las arterias se vuelvan más gruesas, dificultando el paso de la sangre a través de ellas. Esto daña las paredes de los vasos sanguíneos que, además, favorecen que se depositen colesterol y triglicéridos en ellas, motivo por el cual la hipertensión supone un elevado riesgo para el desarrollo de la arteriosclerosis.
La hipertensión es una condición altamente tratable. A pesar de ello, en los países desarrollados tener la tensión arterial alta es algo muy común. Por poner un dato a modo de referencia, en torno al 40% de la población española es hipertensa y se calcula que cerca del 40% de esas personas están sin diagnosticar. Teniendo en cuenta sus consecuencias sobre la salud y lo común que es, se puede extraer que la hipertensión es una silenciosa epidemia que se ha convertido en un problema de salud pública muy relevante.
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Tipos de hipertensión
La hipertensión se categoriza en varios tipos. Para ello, primero debemos saber que la tensión arterial tiene dos componentes:
1. Tensión sistólica
La tensión sistólica es el número más alto de tensión. Representa la tensión que provoca el corazón cuando bombea la sangre hacia el resto del organismo.
2. Tensión diastólica
La tensión diastólica es el número más bajo de la tensión. Este valor representa la presión en los vasos sanguíneos entre cada latido cardíaco.
La tensión arterial se mide en milímetros de mercurio (mmHg) y se diagnostica como alta cuando la diastólica, la sistólica o ambas presentan números altos. La tensión arterial se clasifica de la siguiente manera (el primer valor representa la tensión sistólica y el segundo la diastólica. Así pues, tener una tensión de 125/82, normal, significa que tenemos una tensión sistólica de 125 y una diastólica de 82).
- Normal: de 120/80* a 129/84 mmHg.
- Normal alta: de 130/80 a 139/89 mmHg.
- Hipertensión grado 1: de 140/90 a 159/99 mmHg.
- Hipertensión grado 2: de 160/100 a 179/109 mmHg.
- Hipertensión grado 3: mayor de 179/109 mmHg.
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Síntomas
El mayor problema de la hipertensión es que, además de suponer un gran riesgo para la salud cardiovascular del afectado, en la mayoría de los casos no hay ningún síntoma y, por lo tanto, la condición pasa desapercibida. Esto hace que, en caso de que el paciente no lo descubra en la consulta de su médico en un chequeo rutinario, no sepa que es hipertenso y no haga nada para cambiar la situación, incrementándose cada vez más el riesgo de presentar enfermedades como ictus o ataques cardíacos.
Aún así, es posible hablar de algunos síntomas inespecíficos como las cefaleas, que ayudan a detectar la hipertensión que, asustado, decide ir al médico o visitar su farmacia para que le tomen la tensión. También pueden haber náuseas, vómitos, confusión, cambios en la visión y sangrado nasal, síntomas propios de la hipertensión maligna.
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Principales causas de hipertensión
A día de hoy no se conocen las causas específicas que provocan la hipertensión arterial, pero sí que se le atribuye la aparición de esta condición a una serie de factores que comparten la mayoría de personas hipertensas. Hablando de estas causas, podemos separar las que son poco modificables (genética, sexo, edad y raza, enfermedades médicas) de las que sí se pueden cambiar o están asociadas a malos hábitos y condiciones médicas altamente tratables.
1. Factores genéticos
La genética, como en prácticamente todas las enfermedades, es un factor que influye en la hipertensión arterial. La predisposición a desarrollar esta condición es mayor si se tiene un familiar de primer grado hipertenso. Si bien no se conoce el mecanismo exacto, se sabe que si se tiene uno o ambos progenitores hipertensos, las posibilidades de desarrollar hipertensión es el doble que con quienes sus padres no son hipertensos.
2. Sexo
Los hombres son más propensos a sufrirla que las mujeres antes de la menopausia. Cuando alcanzan esta etapa, la frecuencia de hipertensión entre hombres y mujeres se iguala. La explicación a esto es que las hormonas femeninas son un factor de protección frente a la hipertensión durante la edad fértil, reduciendo el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares.
3. Edad y raza
La edad es otro factor que influye sobre la presión arterial, siendo que cuanto mayores somos, mayor riesgo de ser hipertensos presentamos. En cuanto a la raza, se ha visto que hay diferencias de presentar esta condición, siendo las personas afrodescendientes las que mayor riesgo de ser hipertensas son (el doble que las blancas), además de tener el peor pronóstico.
4. Sobrepeso y obesidad
El sobrepeso y la obesidad son dos condiciones médicas altamente modificables que se relacionan con un mayor riesgo de presentar hipertensión que las personas con peso normal. A mayor peso, mayor será la tensión arterial. Independientemente de su edad, el riesgo de ser hipertenso siendo obeso es de dos a tres veces más alto en comparación con personas con normopeso.
A pesar de que es un hecho que las personas obesas tienden a ser hipertensas, no se sabe con claridad si es la obesidad en sí misma la causa de la hipertensión o si hay un factor asociado a que aumente la presión arterial. A la obesidad también se le atribuyen otras condiciones médicas que serían, al menos en parte, responsables del aumento de la presión arterial, condiciones que se reducen o desaparecen cuando se pierde peso.
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5. Malos hábitos
Los principales malos hábitos asociados con una subida de la tensión arterial son:
- Consumir alcohol
- Ser fumador
- Tomar sustancias ilícitas
- No hacer ejercicio
- Tener malos hábitos dietéticos
- Abusar de la sal
- Abusar de las grasas
6. Fármacos que incrementan la tensión arterial
Los fármacos que más se prestan a generar hipertensión son los siguientes:
- Ciclosporina, tacrolimus
- Fármacos antiinflamatorios no esteroides
- Eritropoyetina
- Medicaciones adrenérgicas
- Descongestionantes que contienen efedrina
- Remedios a base de hierbas que contienen regaliz
7. Enfermedades renales
Entre el 2 y 7% de los problemas relacionados con los riñones pueden influir en la aparición de la hipertensión arterial. Las principales patologías vasculares renales que se ven en personas hipertensas son:
- Enfermedad renal poliquística.
- Enfermedad renal crónica.
- Tumores productores de renina.
- El síndrome de Liddle.
- Estenosis de la arteria renal.
8. Problemas endocrinológicos
Las causas endocrinológicas representan entre el 1 y 2% de los problemas de hipertensión. Entre ellas se incluirían desequilibrios hormonales exógenos, como la toma de anticonceptivos orales, corticoides y fármacos antiinflamatorios no esteroideos (AINE), y endógenos, como las siguientes enfermedades:
- Hiperaldosteronismo primario
- El síndrome de Cushing
- Feocromocitoma
- Hiperplasia suprarrenal congénita
Diagnóstico
La principal forma de diagnosticar la hipertensión es tomando la tensión. Esto se hace mediante esfigmomanómetros, conocidos más popularmente como tensiómetros. La primera línea de detección de la hipertensión son los equipos de atención primaria, entre ellos médicos y enfermeras. Los farmacéuticos comunitarios también contribuyen en la detección, medición y control de la hipertensión arterial.
Los chequeos rutinarios que se hacen en las empresas o cuando los pacientes se hacen una revisión porque quieren empezar a practicar algún deporte federado o semiprofesional son también entornos en los que se diagnostica la hipertensión. Son precisamente estas mediciones muy importantes, pues se hacen en pacientes que rara vez van al médico porque se sienten sanos en todo momento o que no les gustan los entornos sanitarios.
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Prevención
La hipertensión es ese tipo de condiciones médicas que dan vida al dicho “más vale prevenir que curar”. Ser hipertenso es algo altamente controlable y mejorable, sobre todo si todavía no se ha presentado una enfermedad derivada de esta condición. Es por ello que, tanto si se sabe que se es hipertenso como si no, hacer todo lo posible para evitar esta condición, como por ejemplo evitar el sobrepeso y la obesidad, además de tener un estilo de vida saludable y evitar el consumo de sustancias.
Llevar una dieta sana y practicar ejercicio con regularidad puede ayudar a evitar la hipertensión. Dejar de fumar es fundamental para no acabar siendo hipertenso, pues el tabaco incrementa la presión arterial. Si en la familia hay antecedentes de hipertensión, es crucial medirse la tensión con regularidad pues ser familiar de un hipertenso es un factor de riesgo para acabar como él.
Tratamiento
La primera vía de tratamiento para la hipertensión es la mejora de los hábitos de vida del paciente. Al tratarse de una condición altamente tratable y que, en la mayoría de los casos, se debe a llevar un estilo de vida poco saludable, generalmente se considera que esta es la mejor manera de empezar a bajar la tensión arterial del paciente.
Debe tomar una dieta saludable, reducir el consumo de azúcares, sal y grasas, además de bajar el consumo de calorías y hacer más ejercicio. Si el paciente es obeso, lo recomendable es que baje de peso. El alcohol y el tabaco deberían ser eliminados por completo.
No obstante, también se puede recurrir a la vía farmacológica, especialmente si la hipertensión se debe a factores de más difícil control como la edad o el historial familiar y los cambios de hábitos de vida no han surtido efecto. Inicialmente, el tratamiento farmacológico comienza con un solo fármaco, aunque en algunos casos esta medida no es suficiente y es necesario combinar varios para controlar la tensión arterial. Los principales fármacos usados en el tratamiento de la hipertensión son:
- Diuréticos (tiazidas, clortalidona e indapamida).
- Betabloqueantes.
- Antagonistas del calcio.
- Inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina (IECA).
- Antagonistas de los receptores de la angiotensina II (ARA-II).
Pese a que existen tratamientos y que los cambios en los hábitos de vida ayudan a mejorar la condición, lo cierto es que la hipertensión arterial es una enfermedad crónica y recurrente que, aunque modificable, debe mantenerse muy bien a raya. Lamentablemente, el 90% de los pacientes diagnosticados no lleva a cabo las recomendaciones de los médicos para tratarla y el 50% no sigue para nada los tratamientos que les prescriben.
Como es una patología que se padece durante muchos años, los pacientes tienden a relajarse con el paso del tiempo, tomando menos seriamente las instrucciones que le da su médico. Esto hace que todo el progreso conseguido durante años se vaya al garete en pocos meses, con graves consecuencias. La principal es que la hipertensión estará mal controlada, derivando en mayor riesgo de problemas cardiovasculares como infarto de miocardio, deterioro de la función renal, ictus o de la circulación de las piernas.