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La fuerza de voluntad no es la solución ante los trastornos alimentarios


Los trastornos alimentarios son un problema social grave cuya conceptualización y reconocimiento han experimentado un crecimiento exponencial en los últimos 10 años.

A día de hoy, la anorexia nerviosa (AN) y la bulimia nerviosa (BM) no son los únicos trastornos de la conducta alimentaria que permean el ámbito psiquiátrico, pues cada vez se tiene más conocimiento social de otros descritos de forma reciente, como el trastorno por atracón (binge eating disorder BED) o el trastorno de la alimentación selectiva (avoidant/restrictive food intake disorder, ARFID).

Calcular la prevalencia de estos desajustes tanto físicos como emocionales es muy difícil, sobre todo por la naturaleza transitoria e inadvertida de muchos de los cuadros. Por ejemplo, se estima que la prevalencia de la anorexia nerviosa a largo plazo en los adolescentes es del 0,3 al 2,2% y la puntual del 0,1 al 1,5%. En lo que a la bulimia se refiere, las cifras son similares: del 0,1 al 2% de la población joven.

Por impactante que suene, tal y como indica el British Medical Journal (the BMJ), la anorexia nerviosa es la patología psiquiátrica con una tasa de mortalidad más alta del mundo. Es la primera causa de pérdida de peso grave en mujeres jóvenes y también se lleva el podio en lo que a la tasa de admisión en centros especializados se refiere. Con estos datos, hoy queremos traerte una idea que debe quedar más que clara: la fuerza de voluntad no es la solución ante los trastornos alimentarios.

¿Qué son los trastornos alimentarios?

Antes de adentrarnos en terrenos subjetivos, es necesario que establezcamos una serie de bases a nivel diagnóstico.

Un trastorno alimentario se define como una patología mental dictaminada por unos hábitos dietéticos que afectan de forma negativa a la salud física y/o emocional del paciente.

Aquí se engloban la anorexia, la bulimia, el trastorno por atracón, el trastorno de alimentación selectiva, la pica, el síndrome de rumiación y otras condiciones. Cabe destacar que la obesidad no se recoge dentro de este conjunto de cuadros clínicos.

No vamos a describir la sintomatología de cada uno de los desórdenes, pues tampoco es nuestra intención recorrer el espectro de todos los trastornos alimentarios. De todas formas, como ejemplo, te presentamos el criterio diagnóstico que sigue el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DMS-5) para identificar la anorexia nerviosa:

  • El paciente restringe la ingesta energética en relación con las necesidades, lo que conduce a un peso corporal significativamente bajo según la edad, el sexo, el curso del desarrollo y la salud física.
  • Miedo intenso a ganar peso o engordar. El paciente presenta un comportamiento persistente que confluye de forma directa con un posible aumento de peso.
  • Alteración en la forma en que uno mismo percibe su propio peso o constitución. Existe una falta de reconocimiento de la gravedad que supone el cuadro de infrapeso.

Según el ICD-10 (international classification of diseases) para que una persona se pueda considerar anoréxica, debe presentar un peso un 15% más bajo de lo esperable para su condición y edad, tener un Índice de Masa Corporal (IMC) menor a 17.5, inducir de forma voluntaria su propia delgadez, mostrar conductas que evidencian una imagen corporal distorsionada y sufrir una serie de trastornos endocrinos característicos (en mujeres, modificación del eje hipotalámico-pituitario-gonadal).

Trastornos alimenticios

¿Puedes llevar la anorexia solo?

La respuesta es tajante: no. Recuperamos un dato que hemos citado con anterioridad, pero que no debe ser olvidado: la anorexia es la enfermedad mortal con mayor tasa de mortalidad en el mundo, por encima de la esquizofrenia y el trastorno bipolar, consideradas más “graves” por la población general. Sin tratamiento, hasta el 20% de las personas con trastornos alimentarios terminan muriendo, mientras que esta cifra cae a un 2-3% con el abordaje médico y psicológico pertinente.

Además de estos datos (que ya hablan por sí solos), el estudio Mortality Rates in Patients With Anorexia Nervosa and Other Eating Disorders estipula que la anorexia nerviosa es una enfermedad grave que debe tenerse en cuenta. Como producto de un metaanálisis que comparó 36 estudios diferentes y diversas fuentes, se descubrió que solamente el 46% de los pacientes tratados se recuperan completamente de la patología, un 33% llegan a un estado de “normalidad” (con residuos conductuales de anorexia) y un 20% permanecen enfermos crónicos a largo plazo.

Además, se estima que solo 1 de cada 10 personas con desórdenes alimenticios reciben tratamiento y, de todas ellas, el 80% terminan con el abordaje clínico antes de lo que deberían (son enviados a casa cuando aún no es el momento). Con estos datos no pretendemos desanimar a nadie, sino evidenciar lo difícil que es abordar este tipo de trastornos. Si ya resulta complejo eliminar toda traza de un trastorno como la anorexia tras una internalización y una intervención médica y psicológica, imagina la dificultad de afrontar un cuadro así de grave de forma autónoma.

El verdadero tratamiento de los trastornos alimentarios

Ya hemos estipulado que la fuerza de voluntad no es la solución ante los trastornos alimentarios, pues hasta 2 de cada 10 personas que deciden llevarlos por sí solas terminan falleciendo. Entonces, ¿qué hacer?

Quizá te sorprenda conocer este dato, pero según el artículo científico Anorexia nervosa, publicado en el BMJ en el año 2007, se estima que la anorexia y otros trastornos requieren de un tiempo medio de recuperación de 5 a 6 años después del diagnóstico, lo que conlleva una monitorización regular y, en muchos casos, intervenciones consecutivas. El 30% de los pacientes no se recuperan del todo en ningún momento.

Además, se han desacreditado mayoritariamente las intervenciones hospitalarias drásticas que privan al paciente de toda libertad y autonomía: esto solo se lleva a cabo cuando la vida del mismo corre peligro. A largo plazo, la terapia familiar en adolescentes y la terapia cognitivo-conductual en adultos han mostrado buenos resultados, siempre haciendo hincapié en la normalización de los hábitos de consumo alimenticio ideales y en promover un cambio en el paciente en lo que a sus pensamientos distorsionados en torno a la imagen se refiere.

Es necesario aceptar, pero no normalizar

Una de las mayores dificultades en el tratamiento de los trastornos alimentarios es que muchos pacientes no ven su cuadro como una condición patológica, sino como una elección y estilo de vida. Vomitar la comida es un signo evidente de una enfermedad, pero elegir selectivamente y de forma obsesiva en todo momento qué se come o “dejar de comer unos días porque me veo gordo” entra en un terreno gris que, en muchos casos, se excusa dentro de la normalidad.

La realidad es que ningún comportamiento obsesivo es normal. Si cuentas cada caloría de cada alimento, si dejas de comer en cuanto subes un kilo de peso, si te avergüenzas de tu aspecto físico o si notas que tu vida gira en torno a una relación conflictiva con la comida, necesitas ayuda. La anorexia, la bulimia y otros trastornos tienen solución, pero solo si el paciente está dispuesto a reconocer su problema y decide ponerse en manos de un equipo multidisciplinar de profesionales.