Definición de senectud

El vocablo latino senectus llegó a nuestro idioma como senectud. Se trata de la etapa que vive el ser humano tras la madurez. La senectud, por lo tanto, es la ancianidad o la vejez.

Sin embargo, es importante señalar ciertas diferencias que existen entre los tres términos, aunque no se trate de mucho más que matices. Por vejez suele entenderse el período que comienza a una edad determinada, la cual varía de acuerdo a las características de cada época: por ejemplo, hay diccionarios que establecen los 70 años como la línea que la separa de la juventud. La ancianidad, por su parte, llega después de la vejez, y es la última etapa de nuestra vida. Ninguna de estas dos palabras denota un deterioro pronunciado en el organismo, y es ése el punto en el cual se distinguen de senectud.

Por ejemplo: “Mi padre está entrando en la senectud, así que necesitará tenerme más cerca”, “Yo ya estoy viviendo la senectud, pero tú eres joven: aprovecha el tiempo y disfruta”, “Por suerte el abuelo Pablo goza de una senectud plena, sin grandes problemas de salud”.

Suele decirse que la senectud es la tercera edad: la primera edad es la infancia y la segunda edad, la adultez. No existen parámetros biológicos exactos que determinen cuándo una persona sale de una edad e ingresa a la otra, ya que el desarrollo vital es un proceso progresivo y continuo. Por eso, en ciertos contextos, los límites de cada edad son fijados socialmente.

De este modo, suele decirse que la senectud comienza a los 65 años. A esa edad, las personas ya pueden acceder a su jubilación y se convierten, a nivel económico, en sujetos pasivos: dejan de producir y reciben una pensión (jubilación) por el trabajo que hicieron en el pasado. Esto les permite tener tiempo libre, que pueden aprovechar en mayor o menor medida de acuerdo al estado de salud.

Es que la senectud, por cuestiones biológicas, acarrea un deterioro del organismo. Problemas como la osteoporosis, la artrosis y el mal de Alzheimer se vinculan a la avanzada edad de las personas y, por lo tanto, a la etapa de la senectud.

Muchas veces, el malestar de un anciano empeora a causa de la percepción que el entorno tiene de su supuesto deterioro; por ejemplo, cuando un individuo joven muestra dificultad para recordar algo, lo normal es que nadie se preocupe, mientras que si lo mismo le ocurre a alguien de edad avanzada sus allegados pueden alarmarse ante un potencial signo de senilidad.

Al respecto, cabe señalar que existen numerosas investigaciones que demuestran una conexión muy leve entre la pérdida de memoria y la senectud, mucho más leve de lo que la gente cree. Por otro lado, sí hay un deterioro en la velocidad con la que las personas de la tercera edad procesan los conceptos y esto explica que cada vez tarden más en reaccionar a los eventos que las rodean. Si la vejez es normal, sin graves complicaciones de salud, no debería ser tan diferente de la juventud, en cuanto a que todos los ancianos deberían tener la suficiente autonomía como para vivir solos.

Uno de los problemas más comunes de la senectud es la dificultad para adaptarse a las nuevas situaciones y a los inevitables cambios. Por ejemplo, es normal que las personas que han comenzado a experimentar un deterioro de su cuerpo se muestren reacias a las nuevas tecnologías, a los cambios de moneda o a la forma de hablar de los jóvenes; esta resistencia y la actitud aparentemente egocéntrica no son más que intentos de reafirmar su personalidad, de aferrarse con todas sus fuerzas a la vida.

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