Definición de rabieta
Rabieta es el diminutivo de rabia. Una palabra esta de la que podemos establecer que su origen etimológico se encuentra en el latín. En concreto deriva de “rabia”, que era la variante vulgar de “rabies”, que puede traducirse como “enfermedad del perro”.
Ese último concepto (rabia) puede referirse a una enfermedad viral o, según la acepción que en este caso nos interesa resaltar, al enojo, la cólera o la irritación de gran intensidad.
La rabieta, por lo tanto, es un enojo o disgusto que puede tener mucha intensidad, pero que se extiende por poco tiempo y que suele tener un origen irrelevante. Por ejemplo: “Deja de lado la rabieta y regresa al partido, que nos falta un jugador”, “¿Por qué haces rabieta? Ya sabes que tienes que completar tu tarea antes de salir a jugar”, “El deportista realizó una rabieta por no estar de acuerdo con la orden su entrenador”.
Cuando la noción de rabieta se aplica a un adulto, suele emplearse con sentido irónico o burlón. Se supone que una persona madura no se pone furiosa por cuestiones menores: por eso, cuando un hombre o una mujer expresan su enojo de manera exagerada por algún tema poco trascendente, se los acusa de hacer rabieta.
Más común es el uso del término respecto a los niños. Una rabieta infantil, también conocida como berrinche, es una respuesta normal del niño ante la frustración, cuando no consigue lo que quiere. Si la rabieta es muy repetida o incluye una elevada dosis de violencia, puede tratarse de un desequilibrio psicológico que requiere de la atención de un experto.
Las rabietas en los pequeños normalmente tienen lugar por el hecho de que no consiguen el objetivo que se habían propuesto, como puede ser que les compren un juguete o una gominola o que les permitan jugar más tiempo con sus amigos. Sea como sea, es importante que los adultos adopten determinadas posturas ante esas situaciones, para evitar que puedan volver a repetirse y para que los niños descubran que las mismas no les llevan a ninguna parte:
-Es importante que mantengan la calma en todo momento, para que los pequeños tengan claro que no sacan de quicio a los padres y que, por tanto, “no les ganan la partida”.
-Es fundamental que, bajo ningún concepto, les griten. Si lo hacen estarán enseñándoles a sus hijos que las cosas se arreglan mediante la violencia verbal.
-Deben ser más comprensivos en el caso de que la rabieta esté influida también porque cuentan con sueño, están cansados o tienen hambre.
-Además se aconseja que los adultos miren directamente a los ojos de sus hijos durante la rabieta y que así les digan, una sola vez, de manera clara y sencilla la postura que adoptan.
-De la misma manera, los papás deberán aguantar estoicamente la situación y permitir así que los niños se vayan relajando por sí solos, al comprobar que con su actitud no están consiguiendo lo que pretendían.
Supongamos que un niño quiere ir a jugar a la casa de un amiguito. Su madre le explica que ya es de noche, por lo tanto debe irse a dormir: mañana podrá jugar con su amigo. El niño, sin embargo, no acepta las razones y hace una rabieta. Se tira al suelo y comienza a llorar y a gritar mientras patalea. Unos minutos después, se calma y finaliza la rabieta, aceptando irse a acostar ante las palabras de su madre.