Definición de pensamiento autónomo
El pensamiento es el resultado del acto de pensar, que consiste en realizar juicios y obtener conclusiones. De acuerdo a sus características, es posible clasificar el pensamiento de diversas maneras.
La noción de pensamiento autónomo refiere a una reflexión libre e individual, que no está atada a los mandatos sociales ni a ningún dogma. Para desarrollar un pensamiento autónomo, es imprescindible liberarse de las manipulaciones.
Muchos sociólogos han escrito sobre la influencia de los medios de comunicación en las ideas de la gente. Por ese poder que tienen los medios, existe una tendencia a la homogeneización del pensamiento: muchas personas “piensan” aquello que sugiere la prensa y otros formadores de opinión, como las autoridades religiosas o los dirigentes políticos.
El pensamiento autónomo implica tomar conocimiento de diversas perspectivas y posiciones para luego llevar a cabo un análisis propio, que permita sacar una conclusión particular. Quien tiene pensamiento autónomo, por lo tanto, no repite visiones ajenas de los hechos que lo rodean.
Es importante tener en cuenta que el pensamiento autónomo, de todos modos, está sujeto a múltiples influencias más allá de los medios. Cada ser humano llega a ser quien es a partir de un sinfín de factores, como su entorno familiar, su educación, su lugar de residencia, etc. Por eso, la autonomía del pensamiento nunca es absoluta, o al menos hay que considerar todo aquello que afecta al sujeto.
Para fomentar lo que suele entenderse como pensamiento autónomo, en definitiva, es importante enseñar a los niños que existen distintos enfoques y puntos de vista e incentivarlos a buscar su propio camino de acuerdo a sus creencias y opiniones. Así podrán convertirse en adultos con pensamiento autónomo.
Por medio del pensamiento autónomo, es posible convertirse en una persona con un amplio repertorio de capacidades y herramientas a su alcance para desarrollarse en su entorno. Uno de los puntos fundamentales de nuestra vida cotidiana es la emisión de juicios acerca de las actitudes que nos rodean, así como de las propias: no podemos evitar valorarlas, independientemente de que hagamos públicas nuestras opiniones. Gracias al pensamiento autónomo, estos juicios surgen de una serie de criterios que nosotros mismos escogemos para cada tipo de situación, más allá de las imposiciones sociales.
A lo largo de nuestra crianza oímos más de una vez frases como «no digas eso, queda mal» por parte de nuestros mayores. Nos enseñan a mantenernos dentro de un marco bien definido para evitar las miradas de los demás: mientras nuestros comentarios no desafíen la opinión general, estaremos a salvo. Pero el pensamiento autónomo nos conduce fuera de este «camino seguro», hacia ideas potencialmente controvertidas.
La ética y la moral son otros dos aspectos que podemos dirigir por medio del pensamiento autónomo: a lo largo de nuestra vida usamos las experiencias propias para erigir estructuras con las cuales contrastamos los estímulos externos y los definimos. Si nunca conseguimos liberarnos de los esfuerzos normalizadores de la sociedad, nos veremos limitados a la ética y la moral colectivas.
Esta valoración de situaciones es, como se menciona anteriormente, inevitable y repercute en nuestras emociones además de nuestras ideas. Ver a alguien vulnerable sufriendo, ya sea un humano o un individuo de otra especie, produce una serie de reacciones en nosotros y muchas veces las acompañamos con pensamientos como «¡qué injusto!». Por medio de la lente colectiva, las emociones también se ven limitadas a los preconceptos de la sociedad; por ejemplo, no sentiremos pena por alguien cuyo estilo de vida se considere «inaceptable», incluso si se encuentra atravesando una desgracia.
En resumen, podemos decir que el pensamiento autónomo nos permite apuntar a una vida en la cual se combinen el pensamiento, la acción y las emociones de forma equilibrada.