Definición de moralidad
La moralidad es la adhesión de una idea o un acto a los principios de la moral. El término proviene del vocablo latino moralĭtas.
Antes de avanzar, es importante definir qué es la moral. Así se denomina a aquello asociado al accionar de un individuo en virtud de su vínculo con el mal o el bien. Una buena acción resulta acorde a las normas de la moral; una mala acción, en cambio, es opuesta a sus preceptos.
Puede afirmarse, por lo tanto, que la moralidad está dada por el apego a los mandatos morales. La moralidad de una obra artística, en este marco, se encuentra en la sintonía del trabajo en cuestión con las normas de la moral de una sociedad.
La idea de moralidad también se utiliza para aludir al conjunto de las reglas morales de una comunidad, una época o incluso una persona. Por ejemplo: “La moralidad de un pueblo se ve en tiempos de crisis, cuando miles de personas dependen de la solidaridad para sobrevivir”, “En este gobierno la moralidad está ausente”, “No estoy dispuesto a hacer negocios con alguien sin moralidad”.
Veamos este concepto desde el punto de vista de la psicología. Todos los días, nuestra vida se ve condicionada por un sinfín de decisiones de variada importancia, que nos conducen por un camino impredecible. Si bien nuestra personalidad dicta la preponderancia de ciertas actitudes, no estamos a salvo de la sorpresa, ya que una acción aparentemente insignificante puede alterar considerablemente nuestro rumbo.
La ética es uno de los ejes de estas decisiones, que nos posicionan constantemente en «la balanza del bien y el mal» ya desde nuestra infancia. Esto sucede porque la moralidad se desarrolla a lo largo de los primeros años, a partir de una serie de ideales o principios que no sólo nos guían hacia el bien sino que nos devuelven una sensación de satisfacción si lo alcanzamos, y una de frustración si lo ignoramos.
La moralidad depende del proceso conocido con el nombre de internalización, el cual consiste en la adopción de las normas que observamos en las personas que nos rodean para hacerlas propias. La importancia de los primeros años de vida en el desarrollo de estos conceptos es tal que nunca está de más recordarla: criar personas de bien es tan fácil como difícil, pero seguramente tengamos muchas más probabilidades de éxito si les damos buenos ejemplos.
De acuerdo con Sigmund Freud, hasta la edad en la que empezamos a caminar aún no contamos con el superyó, la instancia moral de nuestra mente; por esta razón, actuamos de forma egoísta, movidos por nuestros impulsos, a no ser que nuestros mayores controlen nuestro comportamiento. Cuando finalmente aparece el superyó, comienza a poner en tela de juicio nuestras decisiones y acciones, provocando en nosotros las sensaciones antes señaladas según actuemos bien o mal.
El surgimiento del superyó tiene lugar en la etapa fálica, la cual se caracteriza porque las pulsiones parciales se unifican bajo el dominio de los órganos genitales, luego del complejo de Edipo o Electra. En este punto de su crecimiento, el niño adquiere los valores morales del adulto al que toma como referencia.
En el ámbito del teatro, una moralidad es una clase de alegoría en la cual el personaje principal se cruza con personificaciones de distintas propiedades morales que buscan orientarlo para que siga el camino correcto en su vida. Las moralidades fueron habituales entre los siglos XV y XVI.
La Real Academia Española (RAE), por último, señala que moralidad puede emplearse como sinónimo de moraleja: la enseñanza que se desprende de una fábula, un relato u otro tipo de narración.