Definición de hembrismo
La noción de hembrismo no forma parte del diccionario de la Real Academia Española (RAE). Esto ayuda a que su definición sea imprecisa, ya que tiene diferentes connotaciones de acuerdo al contexto y a la intención del hablante.
Es importante, en primer lugar, no confundir el hembrismo con el feminismo. Se llama feminismo al movimiento y la doctrina que defienden la igualdad de derechos de las mujeres y los hombres. El feminismo, por lo tanto, no busca una prevalencia de la mujer sobre el hombre. Ese objetivo suele ser señalada como hembrismo.
Puede decirse, por lo tanto, que el hembrismo es equivalente al machismo aunque en sentido contrario: impulsa la preponderancia de la mujer, mientras que el machismo privilegia al hombre. Ni el hembrismo ni el machismo apuestan por la igualdad de género.
Así entendido, el hembrismo implica una discriminación negativa en detrimento del hombre. También suele vincularse la idea a la misandria, que es el desprecio a los varones. El hembrismo intenta atentar contra los hombres a través de comentarios y acciones.
Es importante tener en cuenta que el machismo forma parte de un sistema social impuesto desde la Antigüedad que se reproduce en múltiples ámbitos. El hembrismo, en cambio, no es más que una postura individual o minoritaria sin injerencia real en la sociedad. Por eso la analogía entre el hembrismo y el machismo puede resultar útil para entender los conceptos, pero sin olvidar la posición de privilegio de la cual el hombre ha gozado a lo largo de toda la historia y aún conserva, más allá de los avances de los últimos años.
De hecho, hay quienes sostienen que el término hembrismo fue acuñado por machistas para desprestigiar al feminismo y así proteger los beneficios del sistema desigual que tiene a la mujer subordinada.
Como han señalado en más de una ocasión algunas personas apegadas a la búsqueda de la igualdad de género, hablar de hembrismo como un fenómeno equivalente al machismo pero «al revés» es absurdo, ya que para que existiese como tal deberíamos retroceder en el tiempo varios siglos, probablemente milenios, hasta encontrar el primer rastro de machismo y entonces invertirlo, es decir, someter al hombre en lugar de a la mujer.
Por otro lado, ¿quién querría sentirse identificado con una ideología o con un movimiento que se basa en el desprecio? ¿Realmente existe alguien que diga con orgullo «soy machista»? Pues probablemente tampoco haya quienes se autoproclamen hembristas a mucha honra. Y esto refuerza la idea de que estos conceptos no son etiquetas de movimientos sino de una realidad, al menos en el caso del machismo, que ya forma parte de nuestro ADN y que deberíamos extirpar de una vez por todas.
Ningún ser vivo es inferior a otro. Existen los enfrentamientos entre los animales carnívoros y sus presas o sus rivales, y en estos casos gana quien haga un mayor despliegue de destreza, fuerza y astucia. Pero gana con sus propias garras, con sus propios dientes, y muchas veces no sale ileso de la batalla, con lo cual acorta su vida por llevarse algo de comida al estómago. Los seres humanos nunca llegamos a comprender este equilibrio, y por eso sentimos asco al ver sangre pero compramos trozos de cadáveres en bandejas para luego servirlos en nuestros hogares.
El desprecio que sentimos por los animales se acepta con total normalidad: ellos nos pertenecen, podemos comerciar con ellos, hacinarlos, torturarlos y asesinarlos como deseemos, todo en pos de una alimentación que no nos corresponde. El especismo no difiere del machismo, ya que en ambos casos existe una falsa idea de superioridad; si el hembrismo fuera un fenómeno real, por lo tanto, probablemente también habría conducido al sometimiento de las demás especies.