Definición de fragua
Lo primero que vamos a hacer es conocer el origen etimológico del término fragua. En este caso, podemos exponer que se trata de una palabra que deriva del latín, concretamente de “fabrica”, que puede traducirse como “taller del artesano” y que emana, a su vez, del sustantivo “faber”, que es sinónimo de “artesano”.
El concepto se emplea para hacer referencia a un fogón que se utiliza para la forja de metales. Por extensión, se conoce como fragua al lugar donde se instala la fragua.
El fuego de la fragua se aviva mediante un fuelle u otro dispositivo similar que permite insuflar una corriente de aire de modo horizontal. El fogón se enciende entre piedras o ladrillos que se cubren con una rejilla: con el fuelle, se genera la corriente que permite avivarlo.
Cabe recordar que la acción de forjar consiste en moldear un metal a través de impactos y fuerzas de compresión. El forjador o herrero recurre a la fragua para calentar el metal, que sostiene con tenazas para manipularlo. Luego, con un martillo, lo golpea sobre un yunque con el objetivo de forjarlo. Finalmente, una vez que la pieza fue forjada, se la enfría en un recipiente.
La fragua, por lo tanto, es indispensable para forjar metales. Es posible construir una fragua artesanal para el desarrollo de trabajos simples, aunque en otros casos la fragua es más grande y compleja.
Una fragua puede consistir de un espacio donde se ubica el carbón para encender y mantener el fuego, y de un fuelle o ventilador que permite enviar aire para avivar el fogón. Por sus características, la fragua logra conservar el calor durante un tiempo prolongado. Un agujero, una rejilla y un cenicero hacen posible la recolección de los desechos y el paso del aire.
Dentro del ámbito del arte también se ha utilizado el término que ahora nos ocupa para proceder a dar título a ciertas obras. Buena muestra de ello es el cuadro titulado “La fragua de Vulcano”, que data del año 1630 y que fue pintado por el gran maestro sevillano barroco de prestigio internacional Diego Velázquez (1599 – 1660).
Entre sus pinturas más conocidas se encuentra esa, que la llevó a cabo estando en Roma y que en la actualidad forma parte de la colección del Museo del Prado en Madrid.
Es un óleo sobre lienzo que cuenta con un tamaño de 223 x 290 centímetros y que tiene un marcado sentido mitológico. Y es que en el mismo se viene a representar el momento en el que Apolo, el dios del sol, fue al taller de Vulcano, el herrero de los dioses del Olimpo, para contarle que su esposa (Venus) le está siendo infiel con Marte, el dios de la guerra.
Como se aprecia en la pintura, Vulcano recibe la noticia quedándose estupefacto y pálido ante la atenta mirada de los acompañantes que tiene en ese momento.