Definición de desinencia
El término latino desĭnens, que deriva de desinĕre, llegó a nuestro idioma como desinencia. Este concepto se emplea en el terreno de la gramática para nombrar al morfema flexivo que se añade a una raíz, sobre todo a la de un verbo.
La desinencia, por lo tanto, es un segmento fonológico que se coloca junto a la raíz para señalar un cierto accidente de la flexión (la alteración que experimentan los términos para codificar determinados contenidos gramaticales). Lo que permite la desinencia es agregar un valor gramatical.
Puede decirse que la desinencia es una terminación variable. En un verbo, posibilita indicar la persona, el tiempo, el modo y el número. La raíz o lexema, en cambio, es invariable.
Tomemos el caso del verbo comer. La raíz de este verbo es com. Para la construcción de las diversas formas verbales, se le añaden las diferentes desinencias o morfemas. Así pueden construirse verbos conjugados como comeremos, comió, comerán o comen, por ejemplo. Como se puede advertir, a la raíz com se le agrega eremos, ió, erán o en, según el caso.
Las desinencias, en definitiva, incorporan los accidentes gramaticales que aportan más información del verbo. El significado gramatical, de hecho, está dado por la presencia de la desinencia que complementa a la raíz. Retomando el primero de los ejemplos mencionados anteriormente, la desinencia eremos, añadida al lexema com, indica que el verbo tiene número plural, alude a una acción en tiempo futuro y está conjugado en modo indicativo. Así se llega a la forma verbal comeremos (com + eremos).
En nuestro idioma, por lo tanto, la desinencia juega un papel fundamental a la hora de armar una oración de cierta complejidad, ya que sin su presencia no podemos brindar a nuestro interlocutor todos los datos necesarios para que descodifique el mensaje. La persona que realiza la acción, que puede ser singular o plural, y el tiempo en el cual conjugamos el verbo son muy importantes en español, aunque esto no significa que en todas las lenguas ocurra lo mismo.
Los estudiantes extranjeros que se aventuran en el aprendizaje de nuestro idioma muchas veces mencionan que las conjugaciones verbales son el aspecto más desafiante para ellos. Esta opinión suelen darla aquellas personas cuyas lenguas nativas no tienen tal nivel de complejidad en la construcción de los verbos, ya que hay otras donde es aún mayor, como ser el francés y el húngaro.
Nos cuesta imaginar un idioma en el cual no baste echar un vistazo a un verbo conjugado para saber si el sujeto es «yo», «él» o «vosotros», por ejemplo, y si la acción se ubica en el pasado, en el futuro o si se trata de una condición; pero son muchos los que carecen de una conjugación basada en raíz y desinencia como el nuestro, y que realmente necesitan de los otros tipos de palabras para aportar esos datos en una oración.
En inglés, por ejemplo, si bien es posible conjugar los verbos, se trata de un aspecto de la lengua bastante rudimentario en comparación con la gramática española: las personas de habla inglesa no tienen «tiempos verbales» propiamente dichos, ya que una misma conjugación puede servir para reflejar tiempos tan dispares como ser el Pretérito Perfecto Simple del modo Indicativo y el Pretérito Imperfecto del Subjuntivo. Salvo excepciones, para saber quién realiza la acción suele ser necesario el contexto.
El japonés vuelve aún más difícil deducir éste y otros datos con tan sólo mirar un verbo. Desde la perspectiva de las formas castellanas, podemos decir que este idioma también aplica una desinencia a sus verbos para conjugarlos; sin embargo, en ellos no se puede apreciar ni la persona que los realiza ni el número. Esto explica que las personas de habla inglesa y los japoneses estén en el grupo antes mencionado de estudiantes que se sorprenden ante los desafíos de nuestra conjugación verbal.