Definición de ciencias exactas
Se conoce como ciencias exactas, ciencias duras, ciencias puras o ciencias fundamentales a las disciplinas que se basan en la observación y experimentación para crear conocimientos y cuyos contenidos pueden sistematizarse a partir del lenguaje matemático. Este conjunto se diferencia de las ciencias aplicadas a raíz de la naturaleza práctica de estas últimas.
La precisión y la rigurosidad son dos de las principales características de las ciencias exactas, una rama donde se emplea el método científico más riguroso para comprobar hipótesis. Estas ciencias buscan la irrefutabilidad de sus postulados valiéndose de predicciones cuantificables y objetivas.
A las ciencias exactas también se las conoce como ciencias fundamentales, puras o duras.
Tipos de ciencias exactas
Asimismo, resulta interesante mencionar que es posible distinguir entre las ciencias exactas experimentales y las de tipo no experimental. En el primer grupo se encuentran aquéllas que pueden demostrar sus hipótesis por medio de experimentos.
Las ciencias exactas no experimentales, en cambio, hacen foco en objetos ideales. A partir de algunos axiomas, los expertos desarrollan deducciones que no hallan sustento en la realidad sensible.
La importancia de los axiomas
Estas disciplinas, por lo tanto, pueden llevarse a cabo a partir de un proceso de deducción lógica de enunciados novedosos impulsados por axiomas ya conocidos o mediante la contemplación de axiomas nuevos, los cuales no pueden derivar de los existentes pero tampoco los contradicen.
Es importante tener en cuenta que estos axiomas no están considerados como verdaderos o falsos, sino como consistentes. Esto se entiende con mayor facilidad al pensar que de los conocimientos aportados por las matemáticas, la física o la química, entre otras ciencias exactas, se juzga su coherencia y validez.
La química forma parte de las ciencias exactas experimentales.
Las ciencias exactas y la vida cotidiana
Cuando se habla de capacidades intelectuales, las personas de las sociedades occidentales suelen dividirse en dos grupos: aquéllas que tienen facilidad para las matemáticas, y quienes las detestan. Pero esto va más allá del mero interés, ya que los individuos que aseguran odiar los números, son fácilmente aturdidos por una cuenta simple, sea una suma o una resta, y evitan por todos los medios el contacto directo con cuestiones de tipo exactas, inclinándose por las apreciaciones subjetivas.
Las ciencias exactas, donde resaltan las matemáticas, suelen enfrentarse a la literatura. Sin embargo, si se observa detenidamente la vida de un representante de cada grupo, probablemente se encuentren muchas situaciones en las que hacen uso de la materia para la que aseguran no haber nacido.
En principio, nuestro cerebro es mucho más complejo de lo que la mayoría de la gente cree y resulta muy poco preciso creer que tiene o no capacidad para una determinada disciplina. En él se llevan a cabo innumerables operaciones de las cuales no somos conscientes; por ejemplo, mientras caminamos, realizamos diversas mediciones y controles constantes para mantener el equilibrio y para no chocarnos con otros seres u objetos. Análisis de la velocidad, de la aceleración, anticipo a potenciales impactos, búsqueda de reacciones necesarias para evitar obstáculos, todo esto ocurre cada vez que nos desplazamos, que preparamos una torta, que disfrutamos un café o que tomamos un lápiz para escribir una historia.
Procesos mentales que se amalgaman
Si un poeta no entendiera de matemáticas no podría medir sus versos, y si su cerebro fuera incapaz de procesar conceptos de física, no podría podría recorrer un bosque en busca de inspiración, ni sentarse en una roca para admirar la majestuosidad del mar. De la misma forma, aquellas personas que escapan de las letras, suelen ser quienes más leen, ya que pasan largas horas instruyéndose a través de libros y material digital. Requieren de la palabra escrita para recibir conocimientos de otros tiempos y para legar sus descubrimientos a las futuras generaciones.
Este enfrentamiento resulta aún más absurdo cuando se oponen los hombres a las mujeres y se asegura que presentan diferencias estructurales que los lleva a uno u otro interés, ya que se ignora la inmensa influencia de la cultura, que es la principal responsable de los gustos y las vocaciones.