Definición de certidumbre

El término del latín tardío certitūdo llegó a nuestro idioma como certidumbre. El concepto alude a una convicción, una certeza o un convencimiento.

Por ejemplo: “Tengo la certidumbre de que muy pronto superaremos este mal momento”, “El médico me dijo que no hay ninguna certidumbre sobre el resultado de la operación”, “Si soy presidente, voy a encargarme de darle certidumbre a los inversores para que apuesten por el país”.

La certidumbre se asocia a una seguridad o a una evidencia. Por lo general esta sensación o idea genera tranquilidad, así como, en sentido contrario, la incertidumbre provoca inquietud y nerviosismo.

Supongamos que una empresa atraviesa graves problemas económicos. Sus socios debaten qué hacer al respecto: la mayoría considera que lo mejor es cerrar las puertas para evitar más pérdidas. Uno de los socios, sin embargo, afirma que tiene la certidumbre de que la situación comenzará a mejorar en el corto plazo. Para sostener sus declaraciones presenta diversos análisis y estadísticas del mercado y de la economía nacional e internacional. La certidumbre de esta persona supone una confianza absoluta en que la empresa saldrá adelante; por lo tanto les sugiere a sus socios que sigan luchando para superar el mal momento.

Es importante tener en cuenta que la certidumbre puede construirse a partir de datos objetivos o de percepciones subjetivas. Retomando el ejemplo anterior, el hombre que tiene la certidumbre de que la situación económica de su empresa va a mejorar sostiene su afirmación en base a informes concretos. De todos modos, podría haber tenido la misma certidumbre solo por una creencia interna o por motivos de fe, sin respaldarse en cuestiones racionales.

Si trasladamos el concepto al plano emocional es más fácil comprender estas dos posibilidades. En cualquier relación interpersonal existen varias capas de sucesos y sentimientos que se entretejen y forman complejos patrones, que podrían considerarse las huellas dactilares del lazo. Como es de suponer, cada parte percibe su entorno de una manera diferente, incluso aquellas cosas que vivan juntas y al mismo tiempo.

Cada persona entiende la vida haciendo uso de sus propias herramientas, que nunca son exactamente iguales a las de los demás, ni siquiera en el caso de dos hermanos que se crían juntos. Cuando llegan los momentos difíciles estas diferencias se vuelven muy evidentes y las relaciones atraviesan altos niveles de riesgo, ya que muchas veces la gente prefiere separarse a enfrentar la decepción de que todo no sea como imaginaba, de que aquello que consideraba su certidumbre haya cambiado.

Conocer a otra persona y llegar a tener la certidumbre de entenderla al cien por ciento es algo tan imposible como lograrlo con uno mismo. Siempre hay aspectos por descubrir de la personalidad, rincones que no han sido explorados con suficiente claridad, conversaciones necesarias que aún no han tenido su espacio, y por eso debemos estar preparados para que algunas de nuestras certezas se desvanezcan, porque es parte de nuestra naturaleza.

Una de las dos acepciones que presenta el diccionario de la Real Academia Española para este término hace referencia a una obligación, un compromiso de llevar a cabo una determinada acción; si bien señala que ha caído en desuso, resulta interesante buscar algún vestigio de esta definición en la que le adjudicamos hoy en día. Si nos enfocamos en la idea de «expectativa» que gira en torno a la certidumbre, podemos entender que en algún momento de la historia haya tenido un matiz de «obligación».

Después de todo, para que nuestras certidumbres se hagan realidad siempre es necesario que alguien cumpla con sus obligaciones, o con sus promesas, o bien que la vida se ponga de nuestro lado y nos conceda esas cosas que tanto ansiamos y que consideramos prácticamente ciertas, parte del plano de la realidad que percibimos.

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