Definición de autoconcepto

Se entiende por autoconcepto a la opinión que un individuo forja sobre sí mismo. Esa sentencia acarrea un determinado juicio de valor.

El autoconcepto se forma con las creencias y las ideas que la persona tiene de sí misma. La valoración del autoconcepto da lugar a la autoestima: el resultado de la evaluación propia.

Si el sujeto valora su autoconcepto como positivo, logra tener una autoestima alta. Esto quiere decir que se siente a gusto con su personalidad y su conducta. En cambio, si juzga su autoconcepto de manera negativa, padece una autoestima baja y no está satisfecho con su modo de ser.

Es importante tener en cuenta que el autoconcepto, aunque tiende a mantener una esencia estable, es dinámico. El entorno incide en cómo piensa cada uno de sí mismo, con lo cual se genera una retroalimentación que puede modificar o ratificar el autoconcepto.

La experiencia, en este marco, cumple un rol muy importante. El autoconcepto depende del resultado de las acciones y del análisis que se hace de ellas. El ser humano, de todos modos, jerarquiza los atributos y puede dejar de lado las variables que no coinciden con el conjunto.

Puede decirse que el autoconcepto es la imagen que cada uno tiene de sí mismo. Por supuesto, va más allá de la imagen “visual”, ya que contempla múltiples pensamientos relacionados con la construcción del yo.

Lograr un autoconcepto positivo es clave para evitar problemas psicológicos. Se trata de un elemento central sobre todo en la etapa de la adolescencia debido a su relevancia en el desarrollo de la personalidad.

Sin embargo, no basta con elaborar un autoconcepto positivo para gozar de un sano desarrollo mental y emocional, ya que también es necesario un límite en el sentido positivo: de igual modo que despreciarse a uno mismo es perjudicial, elevarse a niveles divinos puede provocar grandes problemas sociales.

Esto nos lleva una vez más a la importancia de la experiencia a la hora de actualizar el autoconcepto. Pero también nos recuerda la gran complejidad que supone estudiar los resultados de nuestras acciones y sus repercusiones en el mundo exterior, ya que se vuelve necesario el mencionado proceso de filtración de todos aquellos estímulos negativos que no reflejen necesariamente una respuesta lógica a nuestro accionar.

¿Cómo distinguir los estímulos «justos» de los arbitrarios o injustos? Comencemos por un ejemplo simple para entender la lógica que existe detrás de este análisis: si una persona prepara comida para quienes no tienen hogar y convierte su garaje en un comedor comunitario, se espera que reciba apreciaciones positivas; si, por el contrario, les roba las limosnas a los pobres, se espera que la critiquen negativamente.

En estos casos tan extremos, una respuesta opuesta a las indicadas sería claramente caprichosa: una persona que ayuda a los más necesitados no puede recibir ataques por sus acciones, mientras que quien les roba a los pobres no debería ser halagada por ello. Sin embargo, existen multitudes de situaciones más difusas, en las cuales se complica el análisis y esto repercute en una mayor dificultad para el autoconcepto.

Si ayudo a alguien y me felicitan por ello, mi autoconcepto es positivo; si hago daño gratuitamente y me desprecian, entonces es negativo. ¿Pero qué pasa si cuento un chiste y nadie se ríe? ¿Soy un pésimo comediante? ¿Debería dejar de intentar hacer reír a los demás por una mala experiencia? La subjetividad y los factores circunstanciales juegan un papel fundamental en la repercusión de nuestros actos en el mundo exterior, y por esa razón no deberíamos juzgarnos apresuradamente, sino recoger los resultados y estudiarlos con calma, contrastándolos con otros y aportando nuestro propio punto de vista antes del veredicto.

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