Definición de asombro

Se conoce como asombro a la sorpresa, la estupefacción, el pasmo o la consternación que se produce por algo inesperado o impensado. El asombro puede provocarse por un acontecimiento positivo (agradable), pero también por un hecho negativo (dañino o doloroso).

Por ejemplo: “El nivel de juego mostrado por el equipo catalán no deja de provocar asombro en los amantes del fútbol”, “¡No puedo salir de mi asombro! Anoche vi cómo Santiago besaba a Daniela”, “El desarrollo tecnológico de la ciudad suele generar asombro entre los visitantes”.

El asombro se produce cuando sucede algo impensado o inesperado.

Hallazgos o situaciones sorprendentes

Un descubrimiento científico puede producir asombro. Supongamos que todos los ejemplares conocidos de una determinada especie de insecto no miden más de 5 centímetros. Si un entomólogo descubre una familia de estos insectos con tamaños que superan los 10 centímetros, el hallazgo generará asombro en toda la comunidad científica.

Diversas situaciones que modifican lo cotidiano también están en condiciones de causar asombro. Si un hombre que está casado y tiene hijos y nietos, de pronto empieza a recorrer las calles de su barrio vestido de mujer, su apariencia posiblemente provoque asombro en todas las personas que lo conocen. El asombro no implica una reacción positiva o negativa: se asocia a la sorpresa que provoca aquello que no estaba en las previsiones.

La capacidad de asombro está asociada a la facultad de un individuo para sorprenderse y aprender de lo nuevo.

Capacidad de asombro

Se denomina capacidad de asombro a la facultad de las personas para sorprenderse ante lo nuevo y aprender de ello. Esta capacidad se vincula también a la adaptación de los individuos ante un entorno cambiante, ya que el asombro deriva de un cambio de las expectativas.

Sobra decir que los seres humanos no somos los únicos capaces de asombrarnos, ya que el resto de los animales también reaccionan de este modo ante las cosas que exceden el marco de lo conocido y pueden aprender de ellas para entenderlas y, en el mejor de los casos, controlarlas para su propio beneficio. En la convivencia con perros y gatos, entre otras especies consideradas domésticas, millones de personas observan día a día como sus compañeros cuadrúpedos se adaptan de forma admirable a nuestras estructuras.

Después de todo, el asombro es el primer paso hacia la reflexión y la contemplación, dos puntos fundamentales de la filosofía. Para elevarnos es necesario en primer lugar reconocernos en una posición de inferioridad con respecto al conocimiento; esto no quiere decir que debamos despreciarnos sino, en todo caso, valorarnos de forma justa y precisa. Nadie puede poseer el saber absoluto, y por eso surge el asombro ante lo desconocido; un vez en este punto, tenemos dos opciones: ignorarlo o intentar entenderlo.

El cambio de la infancia a la adultez

A menudo asociamos la capacidad de asombro con la infancia, aunque el vínculo entre ambos conceptos no sea más que un resultado de las imposiciones sociales. Si bien es cierto que los niños se enfrentan día a día con un volumen mayor de situaciones nuevas e impactantes, la adultez nos permite ir en busca de nuevos horizontes, más allá de nuestro círculo de seguridad. Hacer caso a la curiosidad es una práctica sana; aplacarla es peligroso.

Las grandes creaciones que revolucionan la ciencia y la tecnología no serían posibles si sus autores dejaran sus talentos en bruto, sino que deben pulirlos a base de técnicas y conocimientos. Para ello es necesaria la humildad antes mencionada, que da lugar al asombro ante todo aquello que se encuentra por encima de sus posibilidades y los incentiva a derribar sus muros.

En la infancia, por lo tanto, el asombro es inevitable, ya que es uno de los recursos fundamentales con los que contamos para crecer y desarrollarnos. En la adultez, por otro lado, es opcional, aunque sus beneficios son incalculables para llegar a los niveles más altos de autoconocimiento y autosuperación.

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