Definición de amargura
La primera acepción del término amargura que menciona el diccionario de la Real Academia Española (RAE) alude al sabor que se percibe como amargo: similar a la hiel. Este tipo de sabor, si tiene mucha intensidad, resulta poco agradable.
La amargura es detectada por las papilas gustativas que se encuentran en la región posterior de la lengua. Para algunos biólogos, este sabor comenzó a ser percibido como desagradable a partir de la evolución, ya que las sustancias venenosas suelen ser amargas. Así la amargura se volvió negativa en la consideración humana.
El jugo (zumo) de pomelo, el café y la cerveza son tres bebidas que se caracterizan por su amargura. En algunos casos, de hecho, se les añade azúcar para minimizar o eliminar dicha amargura, aunque muchas personas disfrutan sin problema de algunas de ellas sin necesidad de endulzarlas.
Tanto el pomelo como el limón y la naranja, por nombrar algunos cítricos, se encuentran entre los productos naturales más beneficiosos para nuestra salud, y por eso la amargura de su sabor queda en segundo plano cuando somos conscientes de la acción de sus propiedades en nuestro organismo. En primer lugar, es sabido que son una fuente natural de vitaminas A, B (1 y 2) y C, así como de minerales (azufre, cobre y potasio), sustancias que el cuerpo necesita para su correcto funcionamiento.
Como si esto fuera poco, los cítricos también nos ayudan a cuidar de nuestro sistema digestivo, una de las partes del organismo que más sufre a causa de los ritmos de vida modernos. Algunos de ellos, como ser la naranja, sirven para desinfectar los tubos digestivos, disolver los alimentos, acelerar la cicatrización de úlceras y aliviar la acidez.
A partir de esta percepción negativa de la amargura, la noción alude a aquello que provoca tristeza, dolor, preocupación, desazón o malestar. Supongamos que un hombre aspira a llegar temprano a su casa para jugar con su hijo. Sin embargo, cuando está a punto de terminar la jornada laboral, su jefe le pide que se quede en la oficina después de hora para realizar ciertas tareas urgentes. Esta obligación le provoca amargura, ya que justamente pretendía salir lo antes posible del trabajo para arribar pronto a su hogar y pasar el tiempo con su hijo.
También puede experimentar amargura la persona que esperaba descansar el domingo pero que, a primera hora de ese día, se despierta por los ruidos que provienen de la casa de su vecino. Al no poder dormir, se ve forzado a levantarse aun cuando esa no era su intención.
Es importante señalar que la amargura puede conducir a un estado de estrés del cual sea muy difícil salir, y esto pone en riesgo la salud en general, tanto mental como física de la persona. Cuando atravesamos etapas en las cuales los problemas parecen proliferar sin control, muchas veces nos autoconvencemos de que existe una fuerza que actúa en nuestra contra, y eso nos predispone negativamente frente a la vida.
Sentir que alguien o algo nos desea el mal y que por esa razón no podremos salir adelante nos genera una profunda amargura que empaña nuestro día a día, nos vuelve extremadamente susceptibles a los problemas y tendemos a magnificar cualquier obstáculo, creyendo cada vez con mayor frecuencia que «ya nada tiene sentido».
Tanto la psicoterapia como algunos tratamientos que apuntan al equilibrio del cuerpo y el alma, como ser el yoga, pueden resultar muy beneficiosos para alejar los malos pensamientos y perseguir el bienestar en todos los aspectos de la vida. Sin embargo, el punto fundamental es que esta búsqueda surja de manera espontánea y legítima de nuestro interior.