Definición de abuso de autoridad

Un abuso consiste en hacer uso de un recurso o tratar a una persona de manera impropia, incorrecta, improcedente, ilícita o ilegal. La autoridad, por su parte, es el poder, la soberanía, el mando o la influencia de quien ejerce el gobierno.

De esta manera, podemos decir que el abuso de autoridad tiene lugar cuando un dirigente o un superior se aprovecha de su cargo y de sus atribuciones frente a alguien que está ubicado en una situación de dependencia o subordinación.

Una forma de abuso de autoridad sucede cuando la persona que accede a un cargo o a una función aprovecha el poder que se le otorga en beneficio propio, y no para desarrollar correctamente sus obligaciones.

Las fuerzas de seguridad, por su parte, incurren en el abuso de autoridad cuando se apoyan en la violencia y hacen un uso desmedido de sus atribuciones. Un ejemplo de este tipo de situación aparece cuando la policía detiene a alguien sin justificación y no permite que el afectado se exprese o se defienda.

Ante el abuso de autoridad, las denuncias suelen correr por cuenta de las organizaciones no gubernamentales (ONG) que se dedican a defender los derechos humanos.

Para el derecho penal, el abuso de autoridad es aquel que realiza un sujeto que ha sido investido con facultades públicas y que, mientras desarrolla su gestión, cumple con acciones opuestas a las obligaciones impuestas por ley, generando un daño moral o material a terceros.

El abuso invisible

Lamentablemente, la idea de abuso de autoridad está asociada a la policía, a la violencia física, a la corrupción por parte del gobierno, y, como si este punto de vista no fuera suficientemente estrecho y alejado de la realidad, se ignora por completo el maltrato hacia los animales.

Este fenómeno, que es la lamentable base de relación entre los seres humanos y el resto de la naturaleza, tiene lugar en la propia familia, en el colegio, por parte de los supuestos seres queridos, y hacia los animales, desde el momento en que se los obliga a trabajar, despojándolos de su libertad y condenándolos a una vida servil.

Se condena la violencia en las cárceles, pero nadie se alarma cuando los padres imponen sus creencias y su voluntad en sus hijos, torturándolos psicológicamente si no escogen el camino que para ellos habían preparado. Se considera que la homosexualidad es antinatural, pero se ve con buenos ojos que un caballo, la especie que en su hábitat natural es sinónimo de espíritu indómito, viva realizando tareas pesadas y que pase su «tiempo libre» en un espacio delimitado por el hombre.

Y no es necesario desplazarnos hasta el campo para encontrar este tipo de supresión de derechos de otros seres vivos. Los perros son los mejores amigos del hombre (aunque también de la mujer, independientemente de su orientación sexual) y su presencia en los paisajes urbanos puede darse por sentado. Son los seres más fieles, nobles y cariñosos que uno pueda imaginar. Permiten que sus tutores, que se hacen llamar amos, decidan por ellos, sea qué comer como en qué horarios salir a pasear. Su amor es incondicional; incluso cuando se los obliga a realizar demostraciones de obediencia frente a otros como si fueran robots, o cuando se los agrede físicamente para descargar la frustración de no alcanzar la felicidad.

¿Es que acaso estas situaciones son imperceptibles? ¿O será más bien que el ser humano sólo se preocupa cuando una situación significa una amenaza para sí mismo? Un insulto, una frase ofensiva, una burla, puede ser el comienzo de una relación abusiva, basada en la humillación y la manipulación mental. Esto ocurre a diario, desde siempre, en las escuelas, en las oficinas, en las casas de familia. No se necesita un arma de fuego, ni un cargo político, ni dinero, ni violencia física; sin embargo, es la forma más común que adopta el abuso de autoridad. Lamentablemente, este sistema perverso articula nuestras vidas, a veces favoreciéndonos, a veces convirtiéndonos en víctimas que se manifiestan en una plaza.

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