Cruzadas: origen, causas, características y consecuencias
Las cruzadas fueron varias guerras impulsadas por la Iglesia católica para tratar de recuperar Tierra Santa. Esta zona de Oriente Próximo había sido conquistada por pueblos que profesaban la religión islámica. La ciudad más sagrada del cristianismo había caído en manos de los turcos, que habían cortado las rutas de peregrinación.
En 1095, el emperador bizantino Alejo I pidió ayuda al papa Urbano II para proteger a los cristianos de oriente. A esta primera cruzada, denominada así por la cruz que los soldados llevaban cosida en su ropa, le siguieron otras nueve: las conocidas como cuatro mayores y otras cinco menores.
Además de las motivaciones religiosas, las cruzadas también tuvieron otras causas. Entre ellas, la búsqueda por parte del papado de reafirmar su poder sobre las iglesias orientales y las monarquías europeas y, por otra parte, los intereses comerciales relacionados con el control de las rutas que unían Europa con Asia.
El el ámbito militar, las cruzadas no llegaron a cumplir su objetivo. Aunque en un primer momento conquistaron Jerusalén y otras ciudades de la zona, los turcos consiguieron recuperarlas en las décadas siguientes, hasta tomar Constantinopla en 1453 y acabar con el Imperio bizantino. Sin embargo, el papado sí consiguió fortalecerse frente a las monarquías feudales.
Índice del artículo
- 1 Origen
- 2 Causas
- 3 Primera cruzada
- 4 Segunda cruzada
- 5 Tercera cruzada
- 6 Cuarta cruzada
- 7 Cruzadas menores
- 8 Consecuencias de las cruzadas
- 9 Referencias
Origen
El islam apareció en Oriente medio en el siglo VII y pronto a crecer numéricamente. Su expansión territorial fue muy rápida, ya en pocos años sus seguidores lograron conquistar todo el norte de África y casi toda España. Este crecimiento supuso grandes enfrentamientos con el cristianismo.
Uno de esos enfrentamientos estuvo centrado en los lugares sagrados de ambas religiones, lo que los cristianos llamaban Tierra Santa, con su centro en Jerusalén.
Antes de la primera cruzada, los musulmanes y los cristianos, impulsados por el papado, ya habían chocado en varias guerras calificadas como santas. El papa Alejandro II llamó a luchar contra los musulmanes en 1061, en Sicilia, y en 1064, en el contexto de la denominada Reconquista en España.
Bizancio
El Imperio bizantino, con capital en Constantinopla (la actual Estambul y la antigua Bizancio), se autoproclamaba como el heredero del Imperio romano y como el centro del cristianismo en oriente.
Sobre el año 1000, la ciudad era la más próspera de Europa y su situación geográfica la convertía en un centro comercial de enorme importancia.
Su poderío militar, sin embargo, había comenzado a decaer tras el fallecimiento del emperadore Basilio II. Sus herederos, además, debieron hacer frente a la amenaza de una tribu proveniente de Asia central, los turcos, convertidos al islam.
Conquista de Jerusalén
Los turcos derrotaron al ejército imperial en la batalla de Manzikert (1071). Esta contundente derrota obligó a los bizantinos a ceder casi toda Asia Menor a sus enemigos, que se quedaron a pocos kilómetros de Constantinopla.
Por el sur, los turcos habían ido conquistando todas las ciudades del Mediterráneo oriental, entre ellas, Jerusalén, ciudad que tomaron en 1070.
Cuando estas noticias llegaron a Europa occidental causaron una gran conmoción y creció el temor a que los tucos continuaran su avance sobre el mundo cristiano.
Milites Christi
El papa Gregorio VII intentó en 1074 organizar una fuerza militar para ayudar a los bizantinos. Su llamada a los milites Christi (soldados de Cristo) fue mayoritariamente ignorada o criticada.
No obstante, este intento papal puso el foco en lo que estaba ocurriendo en Tierra Santa, al igual que los relatos de los peregrinos que no podían llegar a Jerusalén debido a que los turcos habían cerrado las rutas terrestres a esa ciudad.
Alejo Comneno
La subida al trono bizantino de Alejo Comneno, un general muy competente, supuso que su imperio se preparara para hacer frente a los turcos. El emperador, no obstante, sabía que no podía derrotar a sus enemigos solo con sus fuerzas, por lo que decidió acercarse a Roma a pesar de la ruptura entre la rama oriental y la occidental de la cristiandad que había ocurrido en 1054.
Alejo quería contar con la ayuda de un ejército occidental para reforzar sus propias fuerzas. Así, envió mensajeros para pedir al papa Urbano II que intercediera para buscar los mercenarios que necesitaba.
Concilio de Clermont
Urbano II convocó un concilio en la ciudad de Clermont (Francia) en el año 1095. Su intención era convencer a los presentes de la necesidad de ayudar a los bizantinos a expulsar a los turcos de todo el Asia Menor. Como contrapartida, el pontífice esperaba que la Iglesia bizantina reconociera la primacía de Roma.
Al encuentro en Clermont acudieron numerosos clérigos, así como muchos nobles de categoría menor.
Causas
La causa principal de las cruzadas fue religiosa: los cristianos pretendían recuperar el control de sus lugares santos, entonces en manos de los musulmanes.
No obstante, también existieron otras motivaciones, como la intención de controlar las rutas comerciales o la pretensión del papado de aumentar su influencia.
Peregrinaciones y milenarismo
Las peregrinaciones a Jerusalén y otras ciudades nombradas en la Biblia, como Belén o Nazaret, fueron bastante frecuentes durante la Edad Media. Estas peregrinaciones crecieron en número sobre el año 1000, cuando muchos pensaron que se aproximaba el fin del mundo.
Cuando los musulmanes conquistaron la región comenzaron a dificultar el tránsito de los cristianos. Además, a diferencia de los árabes, los turcos eran bastante menos tolerantes y enseguida llegaron a Europa noticias sobre torturas contra los peregrinos.
Causas religiosas
Además de querer recuperar Tierra Santa, el papado también vio en las cruzadas una oportunidad para acabar con las diferencias provocadas por el Gran Cisma entre la Iglesia de Roma y la de Bizancio.
En el ámbito espiritual, las cruzadas afectaron a dos corrientes diferentes. De esta forma estaba la ida de un itinerario espiritual relacionado con las peregrinaciones. Se trataba de llegar a la Jerusalén celestial mediante la visita a la Jerusalén terrenal.
Por otra parte, el Papa también intentaba que la nobleza cristiana europea dejara de enfrentarse en continuas guerras. Las cruzadas podían convertirse en una causa común para todos ellos.
Búsqueda de más poder de la Iglesia
Las cruzadas también fueron una oportunidad para la Iglesia de reforzar su poder. Por una parte, la expansión del islamismo había provocado que perdiera seguidores en oriente y, por otro, existía la posibilidad de volver a reunificarse con la Iglesia ortodoxa.
Además, el papado pretendía afianzar su poder frente al emperador de Sacro Imperio Germánico.
Intereses comerciales
La nobleza feudal y los comerciantes también tenían sus propios motivos para las cruzadas que iban más allá de la religión.
Los primeros tenían interés en conquistar nuevas tierras. Para cualquier casa nobiliaria, controlar Jerusalén y otras ciudades santas suponía un gran prestigio y un aumentó de su influencia.
Las ciudades como Venecia o Génova, dedicadas al comercio, habían visto con preocupación las conquistas musulmanas, ya que suponía el cierre de importantes rutas comerciales. Para poder recuperar la actividad necesitaban volver a controlar el Mediterráneo.
La influencia de estos comerciantes fue notable. En la cuarta cruzada, por ejemplo, los venecianos lograron que el papa Inocencio III cambiara el objetivo de conquistar Egipto por el de ocupar Constantinopla y sustituir al emperador bizantino por un cruzado: Balduino de Flandes.
Otras causas
Además de las anteriores existieron otras causas que impulsaron las distintas cruzadas. La primera fue el aumento de población en Europa, que provocó que muchos de sus habitantes más pobres debieran buscar nuevas tierras para poder sobrevivir.
Otro de los motivos para emprender estas campañas fue el temor a que los turcos intentarán continuar extendiendo su poder por la Europa occidental.
Por último, la propia dinámica de la sociedad feudal se convirtió en una motivación para participar en las cruzadas. En este sentido, muchos segundones de la pequeña nobleza se alistaron para intentar mejorar su posición. Entre ellos destacaron los caballeros franco normandos.
Primera cruzada
Urbano II convocó el Concilio de Clermont como respuesta a la petición de ayuda de Alejo Comneno.
El llamamiento de Urbano II se produjo el martes 27 de noviembre de 1095, en el penúltimo día del concilio. Ese día, el papa presidía una sesión pública fuera de la catedral, con una multitud de religiosos y laicos congregados.
El papa realizó un discurso en el que declaró la obligación de que los cristianos se comprometieran a realizar la guerra santa contra los turcos. El pontífice acusó a estos de maltratar a los peregrinos y de ejercer la violencia contra los reinos cristianos de oriente. Además, prometió que todos los pecados de aquellos que se enrolaran quedarían perdonados.
Urbano II puso fecha a la futura expedición militar: el verano siguiente. La respuesta de los allí reunidos fue inmediata: comenzaron a gritar Deus lo vult! (¡Dios lo quiere!) y se arrodillaron para que el papa los bendijera para unirse a la campaña.
Pedro el Ermitaño
En Clermont un predicador llamado Pedro el Ermitaño consiguió reunir a una gran multitud de gente humilde y les convenció para realizar su propia cruzada. Así, se adelantaron a la organizada por el papa, cuyo comienzo estaba previsto para el 15 de agosto de 1096.
Casi cuarenta mil personas, incluidos mujeres y niños, se pusieron en marcha con la intención de conquistar Jerusalén. Entre ellos no había casi nadie que tuviera formación militar y la desorganización era absoluta.
Durante el camino, la llamada cruzada de los pobres realizó varias matanzas de judíos. Al llegar a Hungría, en marzo de 1096, el rey de ese país intentó evitar los frecuentes robos y asesinatos que los hombres de Pedro iban cometiendo.
El trayecto hacia Tierra Santa no fue sencillo y casi diez mil de los cruzados de Pedro el Ermitaño murieron antes de alcanzar su destino. Cuando llegaron a Constantinopla, en agosto, los bizantinos no recibieron muy bien al grupo, ya que existían numerosas diferencias religiosas y culturales.
Para evitar problemas, Alejo Comneno hizo que los cruzados cruzaran el Bósforo para que se internaran cuanto antes en Asia Menor.
Aunque lograron derrotar a los turcos en una ocasión, después fueron derrotados y los supervivientes esclavizados. Pedro el Ermitaño consiguió escapar y regresar a Bizancio, donde se unió a la cruzada de los príncipes.
La cruzada de los Príncipes
En el verano de 1096, como estaba previsto, la cruzada impulsada por Urbano II partió hacia Bizancio. A diferencia de la encabezada por Pedro el Ermitaño, este segundo grupo estaba formado por contingentes armados dirigidos por nobles segundones, como Raimundo de Tolosa, Bohemundo de Tarento o Godofredo de Bouillon.
Esta expedición llegó a Constantinopla sin demasiados problemas. En su camino hacia Siria derrotaron a los turcos en varias ocasiones y, una vez en su destino, conquistaron Antioquía tras un asedio que duró siete meses. Sin embargo, en lugar de devolver la ciudad al Imperio Bizantino tal y como habían prometido, Bohemundo la retuvo y fundó el Principado de Antioquía.
Conquista de Jerusalén
Su siguiente destino fue Jerusalén, en esos momentos en manos de los fatimíes de Egipto. Los cruzados fueron conquistando varias localidades durante el trayecto, sin encontrar demasiada resistencia.
Después de semanas de asedio, y con la ayuda de tropas genovesas, los cruzados tomaron Jerusalén. Durante todo el día se desató una terrible matanza de hombres, mujeres y niños. Los cruzados, con la excepción de hombres como Tancredo de Galilea que intentó defender a la población, no distinguieron entre musulmanes, judíos o, incluso, cristianos orientales que vivían en la ciudad.
Esta conquista supuso el final de la primera cruzada. Muchos de sus componentes decidieron regresar a sus países, mientras que otros se quedaron para consolidar su posición en los territorios recién conquistados.
Godofredo de Bouillon fundó el Reino de Jerusalén y otros nobles crearon varios condados en las tierras conquistadas.
Una nueva expedición, animada por el éxito inicial, llegó a la zona en 1101. Sin embargo, fueron derrotados por los turcos en la Anatolia.
Segunda cruzada
La primera cruzada propició la creación de tres nuevos estados: el Reino de Jerusalén, el Principado de Antioquía y el Condado de Edesa. Más adelante, en 1109, se fundó el condado de Trípoli.
Balduino I y Balduino II, los dos primeros monarcas de Jerusalén, extendieron su territorio hasta ocupar una franja situada entre el río Jordán y el Mediterráneo. Muy pronto se adaptaron a la zona y a su cambiante sistema de alianzas. Así, no era extraño que combatieran al lado de estados musulmanes contra enemigos comunes.
El estado más débil de los creados por los cruzados era Edesa, en el norte. Eso provocaba frecuentes ataques de otros estados musulmanes. Finalmente, el gobernador de Mosul y Alepo, Zengi, lo conquistó y puso fin al dominio cristiano.
Llamamiento a la cruzada
La conquista de Edesa provocó que en Europa se comenzara a predicar a favor de una nueva cruzada. El mayor defensor de la misma fue Bernardo de Claraval, autor de la regla de la Orden del Temple. Este abad convenció al papa Eugenio III de la necesidad de una nueva expedición a Tierra Santa.
La segunda cruzada fue proclamada el 1 de diciembre de 1145, aunque no comenzó hasta 1147. En esta ocasión participaron varios de los principales reyes europeos, como Luis VII de Francia o el emperador germánico Conrado III.
Desde muy pronto, franceses y alemanes demostraron sus diferencias y, además, tampoco se entendieron con los bizantinos.
Una vez en Tierra Zona, los cruzados decidieron dirigirse hacia Jerusalén en lugar de Edesa, a la que consideraron un objetivo menor. Allí, ante la desesperación del rey Balduino III, los jefes de la expedición eligieron atacar Damasco, aliado del Reino de Jerusalén, en lugar de enfrentarse con Nur al-Din, el hijo de Zengi y que era el principal peligro para los reinos cristianos.
El asedio a Damasco solo duró una semana. Los cruzados, ante la imposibilidad de conquistar la ciudad y la llegada de las tropas de Nur al-Din, decidieron retirarse.
Más adelante, Balduino III trató de atacar Egipto, lo que provocó que Nur al-Din reaccionara y fuera acercándose a Jerusalén.
Tercera cruzada
Nur al-Din reaccionó a las intromisiones del Reino de Jerusalén en Egipto enviando a su lugarteniente, Saladino. Este demostró sus dotes militares haciéndose con el control del territorio egipcio en poco tiempo, aunque permitió a los reinantes fatimíes mantener el trono hasta la muerte de Nur al-Din, en 1174.
Tras el fallecimiento Saladino se proclamó en sultán de Egipto y de Siria. En poco tiempo logró unificar bajo su mando a las distintas facciones musulmanas de la zona.
El entonces rey de Jerusalén, Balduino IV, quedó aislado y tuvo que firmar varias treguas con Saladino para evitar la conquista. Uno de los acuerdos entre ambos permitía el libre comercio entre los territorios cristianos y los musulmanes.
Caída de Jerusalén
Reinaldo de Châtillon, un caballero dedicado al pillaje y que no respetaba las treguas, cambió la situación existente. Sus ataques a las caravanas que transitaban por la zona, los abordajes a los barcos del mar Rojo y su asalto a la ciudad santa del islam, La Meca, provocaron el enfado de los musulmanes.
Por otra parte, Balduino IV falleció en 1185 y Raimundo III de Trípoli se hizo cargo de la regencia, ya que el heredero solo contaba con cinco años de edad. Esta regencia solo duró un año, ya que Balduino murió y el trono fue ocupado por la madre del heredero, la princesa Sibila, y su marido, Guy de Lusignan.
Fue entonces cuando Reinaldo atacó a una nueva caravana y tomó a los viajes como rehenes. Saladino exigió su liberación, petición a la que se unió Guy de Lusignan. Sin embargo, el bandido se negó.
Saladino declaró la guerra contra los cruzados. Estos, junto a los Hospitalarios y los Templarios, presentaron batalla de los Cuernos de Hattin, el 4 de julio de 1178. La victoria fue para los musulmanes.
Tras acabar personalmente con la vida de Reinaldo, Saladino fue tomando casi todo el Reino de Jerusalén, incluida la capital en octubre de 1178. La conquista de la ciudad fue casi incruenta, a diferencia de lo ocurrido en 1099. Según narraron los cronistas, Urbano II murió al conocer la noticia.
Preparativos de la nueva cruzada
Gregorio VIII, recién elegido papa, declaró que la pérdida de Jerusalén había sido un castigo divino por los pecados cometidos por los cristianos europeos. A partir de ese momento, el deseo de emprender una nueva cruzada creció en el continente.
Francia e Inglaterra, entonces en guerra, declararon una tregua e impusieron un impuesto, el “diezmo de Saladino”, para financiar la nueva expedición. En Inglaterra, comenzaron a alistarse voluntarios para partir hacia Tierra Santa.
Los reyes más importantes participaron en esta cruzada: Felipe II de Francia, Federico I Barbarroja y Ricardo Corazón de León. En segundo de ellos, emperador del Santo Imperio Romano Germánico, falleció antes de llegar a Palestina y su ejército se retiró.
Toma de Acre
El principal éxito de esta cruzada fue la toma de la ciudad de Acre. Esta conquista tuvo lugar el 13 de julio de 1119 y fue realizada por las tropas inglesas y francesas que habían llegado por mar. Tras la conquista, Ricardo Corazón de León ordenó ejecutar a varios miles de prisioneros.
Tregua con Saladino
Ricardo también conquistó la ciudad de Jaffa y estableció allí su cuartel general. El monarca inglés comunicó a Saladino su deseo de comenzar negociaciones de paz y este envió a su hermano como representante. Sin embargo, ese encuentro no tuvo éxito y Ricardo puso rumbo a Ascalón.
Mientras, la rivalidad entre Felipe II Augusto de Francia y Ricardo Corazón de León provocó que el primero retirara su ejército y regresara a su país.
El británico alcanzó las proximidades de Jerusalén, pero no llegó a atacar la ciudad. Con un ejército diezmado prefirió negociar una tregua con Saladino. Ambos acordaron que los musulmanes conservarían el control de la ciudad, pero que los peregrinos tendrían acceso a la Ciudad Sana. De esta forma, la tercera cruzada finalizó sin vencedores ni vencidos.
Seis meses más tarde, Saladino falleció. Ricardo, por su parte, murió mientras regresaba a Europa, en 1199.
Cuarta cruzada
Los años siguientes a la tregua firmada entre Saladino y los cruzados fueron de relativa estabilidad. Durante ese tiempo, los Estados francos que aún quedaban en el litoral fueron convirtiéndose prácticamente en colonias de las ciudades comerciales italianas.
En 1199, el papa Inocencio III consideró que era necesario organizar una nueva cruzada para ayudar a esos Estados cristianos. En esta ocasión, el objetivo de la expedición militar era Egipto, considerado con el punto débil de los países musulmanes.
Sin embargo, los cruzados no podían ya trasladarse por tierra, ya que la debilidad de Bizancio había hecho inseguros los caminos. Por ese motivo, decidieron llegar por el Mediterráneo.
Papel de Venecia
La ciudad-Estado de Venecia era entonces una de las principales potencias comerciales del Mediterráneo y tenía grandes intereses mercantiles en los territorios bizantinos.
Estos intereses se habían visto amenazados cuando, en 1171, el emperador Manuel I Comneno detuvo a los comerciantes venecianos y les confiscó sus bienes. El comercio entre Venecia y Bizancio se detuvo durante quince años.
En 1885, los venecianos reanudaron las relaciones comerciales con Bizancio, entonces gobernado por Andrónico I Comneno.
En el momento de la cuarta cruzada, Venecia estaba maniobrando para mantener su supremacía comercial.
Toma de Zara
Antes de llegar a Constantinopla, los venecianos dirigieron a los cruzados hacia Hungría. La ciudad-Estado mantenía una fuerte disputa con el monarca húngaro por la posesión de Dalmacia.
Tras asediar Zara, los cruzados tomaron la ciudad. El papa decidió excomulgar a todos los que participaron en esa campaña.
Las tropas cruzadas pasaron el invierno en Zara, donde recibieron la visita de un mensajero de Alejo IV, el pretendiente al trono bizantino. Este convenció al gobernante de Venecia, el dux Enrico Dandolo y a Bonifacio de Montferrato de que cambiaran el destino de la cruzada para tomar Constantinopla para colocar en el trono al propio Alejo.
A cambio, Alejo se comprometió a abonar la deuda que los cruzados habían contraído con Venecia y a aportar 100 000 soldados para conquistar Egipto. El 24 de junio de 1203, el ejército cruzado llegó a la ciudad de Constantinopla.
Ataque a Constantinopla
Los cruzados desembarcaron en Gálata, situado al otro lado del Cuerno de Oro. Desde allí lanzaron los primeros ataques contra Constantinopla, sin lograr vencer sus defensas.
Finalmente, el 17 de julio, consiguieron abrir una brecha en las murallas de la ciudad. El emperador, Alejo III, pensó que la conquista era inminente y huyó junto con una de sus hijas y algunas piedras preciosas.
Los altos cargos del imperio liberaron de prisión a Isaac II Ángelo, un emperador que había sido derrocado y padre de Alejo IV. Después de negociar durante varios días, los cruzados y Isaac II llegaron al acuerdo de nombrar a su hijo coemperador.
La coronación de Alejo IV se realizó en la basílica de Santa Sofía el 1 de agosto de 1203. Sin embargo, los problemas no tardaron en llegar. Alejo IV tuvo que imponer nuevos impuestos para pagar lo prometido a los cruzados y, además, encontró fuerte resistencia por parte de la Iglesia ortodoxa para cumplir otra de sus promesas: que aceptara la primacía de Roma.
Durante el resto del año, la tensión fue creciendo. Los súbditos mostraban su descontento y se sucedían los enfrentamientos en las calles entre los bizantinos y los cruzados.
Conquista de la ciudad
Otro Alejo, este yerno del depuesto Alejo III, se convirtió en el líder de los descontentos. En enero de 1204 se produjo un conato de rebelión y, al mes siguiente, los cruzados exigieron a Alejo IV que cumpliera sus promesas. El emperador admitió que era imposible.
Una rebelión popular acabó con el reinado de Alejo IV y colocó en el trono a Alejo V Ducas. La respuesta de los cruzados fue inmediata: el 12 de abril tomaron el control de la ciudad.
Al día siguiente, los soldados cruzados recibieron permiso para saquear Constantinopla con libertad durante tres días. El resultado fue terrible: los cruzados destrozaron iglesias tras desvalijarlas, al igual que mansiones, bibliotecas, palacios y la propia Santa Sofía. Igualmente, asesinaron a hombres, niños y mujeres.
El Imperio bizantino se desmoronó y sus territorios se separaron en varios Estados. Los cruzados crearon el denominado Imperio latino, con una organización feudal y casi sin autoridad sobre gran parte del territorio que, supuestamente, controlaba.
Cruzadas menores
A pesar del interés de algunos reyes y papas por retomar el espíritu de las cruzadas, el resultado de la cuarta había provocado que casi nadie hiciera caso. Solo la conquista del califato abasí por parte de los mongoles, en 1258, permitió que los Estados cruzados en Oriente Medio sobrevivieran hasta 1291.
Una de las excepciones al desinterés por nuevas cruzadas tuvo lugar en 1212. Ese año, un predicador de solo 12 años, llamó a realizar una nueva expedición. En este caso, los componentes debía ser “puros”, ya que consideraba que los fracasos anteriores habían sido provocados por la falta de inocencia de los cruzados.
El resultado fue la llamada cruzada de los niños: miles de ellos cruzaron Francia para embarcar hacia Tierra Santa. La gran mayoría fueron capturados en el trayecto y vendidos como esclavos.
Quinta cruzada
En 1213, el papa Inocencio III llamó a una nueva cruzada. Esta comenzó cinco años más tarde, ya con Honorio III como nuevo pontífice.
En esta ocasión, el rey Andrés II de Hungría consiguió reunir al mayor ejército de la historia de las cruzadas con el objetivo de conquistar Egipto. Aunque lograron tomar Damieta, en la desembocadura del Nilo, después fueron derrotados cuando intentaron atacar El Cairo.
Los cruzados debieron retirarse en 1221, abandonando incluso los territorios que habían conquistado.
Sexta cruzada
La sexta cruzada tuvo un origen diferente a las demás, ya que fue una penitencia que el papa había ordenado realizar al emperador Federico II Hohenstaufen que fuera a las cruzadas como penitencia. El emperador había respondido afirmativamente, pero fue retrasando su partida hasta el punto que resultó excomulgado.
En 1228, Federico II partió para tratar de conquistar Jerusalén, pero sin solicitar permiso al papa. El emperador consiguió tomar la ciudad mediante un acuerdo diplomático y se proclamó rey en 1229. Igualmente, también gobernó sobre Belén y Nazaret.
Séptima cruzada
Jerusalén volvió a manos musulmanas en 1244, esta vez de manera definitiva. Ante esto, Luis IX de Francia (San Luis) organizó una nueva cruzada. Su primer objetivo fue Damieta, pero resultó derrotado y fue hecho prisionero junto con el resto de su ejército.
Octava cruzada
Un cuarto de siglo más tarde, en 1269, Luis IX volvió a organizar una nueva cruzada. Su plan era desembarcar en Túnez y llegar a Egipto por tierra. El rey francés contó con la ayuda de Carlos de Anjou, rey de Nápoles.
Sin embargo, cuando los cruzados llegaron a Túnez descubrieron que se estaba desarrollaron una epidemia de disentería. Luis IX se contagió y falleció pocos días después.
Novena cruzada
Algunos expertos consideran que esta novena cruzada fue, en realidad, parte de la octava, ya que se inició cuando el príncipe Eduardo I de Inglaterra decidió apoyar a Luis IX en su intención de llegar a Egipto desde Túnez.
Cuando el inglés llegó a su destino descubrió que Luis IX había fallecido, pero decidió continuar con la cruzada. Después de pasar el invierno en Sicilia, lideró a sus hombres hasta llegar Acre, donde llegó el 9 de mayo de 1271.
Con el apoyo de un destacamento de bretones y otro de flamencos, Eduardo organizó una especie de guerra de guerrillas. Después de un año de actuación, los cruzados firmaron una tregua en Cesarea con sus enemigos.
Sin embargo, todos conocían la intención de Eduardo de regresar con más soldados. Para evitarlo, un miembro de la secta de los Hashashin (los Asesinos) intentó matarlo. La herida, aunque grave, no acabó con la vida del príncipe, que pudo regresar a Inglaterra el 22 de septiembre de 1272.
Consecuencias de las cruzadas
A partir de ese momento, todas las llamadas a organizar nuevas cruzadas fueron desoídas. En 1291, San Juan de Acre dejó de estar en manos cristianas, a lo que siguió la pérdida de sus últimas posesiones: Sidón Beirut y Tiro.
Expansión territorial
A pesar de la pérdida de todos los Estados fundados en Tierra Santa, las cruzadas sí tuvieron consecuencias territoriales. Muchas de las islas del Mediterráneo fueron conquistadas y colonizadas, algo que aseguró el control del comercio en la zona.
Incremento de poder de la Iglesia
La Iglesia católica obtuvo varios beneficios de las distintas cruzadas. Así, su poder y riqueza se vieron incrementados, además de fortalecer el control interno del papa.
El pontífice había creado varios impuestos para financiar las cruzadas y, además, recibió donaciones privadas a cambio de recibir bendiciones.
Expansión comercial y económica
Los comerciantes pudieron abrir nuevas rutas hacia oriente. En este aspecto, algunas ciudades se vieron especialmente beneficiadas, como Venecia, Génova o Pisa. Desde oriente llegaron, además, nuevos productos y los occidentales aprendieron modos de producción desarrollados por los árabes.
Este efecto beneficioso en el comercio provocó la aparición de una nueva clase social: la burguesía. En un principio estuvo conformada por los comerciantes y los pequeños artesanos, ya que estos últimos jugaron un papel fundamental en la fabricación de armas y herramientas. Poco a poco, esta clase fue arrebatando poder a los señores feudales.
Fortalecimiento de la monarquía europea
El debilitamiento de los nobles feudales conllevó que las monarquías se fortalecieran. Muchos de los primeros perdieron sus riquezas y sus tierras, mientras que otros que participaron en las cruzadas murieron o prefirieron no regresar.
Intolerancia religiosa
Antes de las cruzadas, los musulmanes habían sido bastante tolerantes con los cristianos en Tierra Santa. Los comportamientos de Saladino y otros líderes habían sido mucho más humanitarios que los de los cruzados, pero esto cambió tras las campañas militares.
Referencias
- Sobre Historia. Las cruzadas – Origen, historia y consecuencias. Obtenido de sobrehistoria.com
- Leguineche, Manuel; Velasco, María Antonia. El Viaje Prodigioso. Editorial Extra Alfaguara
- Maalouf, Amin. Las cruzadas vistas por los árabes. Alianza Editorial
- History.com Editors. Crusades. Obtenido de history.com
- Thomas F. Madden; Gary Dickson; Marshall W. Baldwin. Crusades. Obtenido de britannica.com
- BBC. The Crusades. Obtenido de bbc.co.uk
- Phillips, Jonathan. The Crusades: A Complete History. Obtenido de historytoday.com
- Cartwright, Mark. Crusades. Obtenido de ancient.eu