Chullachaqui: características y leyenda
El Chullachaqui es la figura protagonista de una leyenda representativa de la cultura de las tribus del Amazonas. Su nombre proviene del idioma quechua que significa “pie” (chaqui) e “impar” o “diferente” (chulla). Esto responde a que, según las leyendas, su pie izquierdo se encuentra dispuesto en sentido contrario al derecho.
Las referencias a este espíritu se pueden hallar a lo largo de la densa selva del Amazonas. Las leyendas lo describen como un duende con figura andrógina que tiene la habilidad de cambiar de forma e incluso puede convertirse en un humano. Este es su método para atraer a las personas que vagan por el bosque, para luego capturarlas y hacerlas desaparecer.
También es conocido como un espíritu protector del Amazonas, dueño de los animales y las plantas. También se dice que defiende a los árboles de caucho de la explotación inconsciente de los humanos.
Existen historias que relatan que los pobladores de las comunidades indígenas del Amazonas suelen intercambiar regalos con el espíritu del Chullachaqui como muestra de agradecimiento.
Otro de los aspectos característicos del Chullachaqui es que no posee glúteos ni ano, rasgo particular de los duendes de la selva. Esto hace que sea fácilmente reconocible cuando no está convertido en otro elemento.
Algunos indican que sus víctimas preferidas son los niños que vagan por la selva; se convierte en algún ave de colores llamativos para llamar su atención, luego los captura y los hace desaparecer en los lugares más recónditos. Además de su poder de metamorfosis, también tiene la habilidad de convertir a las serpientes de coral en flautas, y viceversa.
Índice del artículo
Características principales
El abuelo de los pobladores
La leyenda destaca la relación de parentesco entre el Chullachaqui y los habitantes de la selva, que se refieren a él como el abuelo.
Esta relación tiene su explicación dentro del imaginario colectivo, a través de la creencia popular que establece una conexión de parentesco entre los espíritus o seres místicos y el hombre desde sus orígenes.
Cuidador
Al Chullachaqui suelen atribuirle el cuidado de unas parcelas de cultivo o “chacras”. Las historias cuentan que lleva a los animales que han sido atacados por la mano del hombre a estos sitios para poder curarlos. Esta concepción confirma la connotación que se le otorga de guardián de todos los animales y plantas de la selva.
En la historia también se hace especial énfasis en las acciones humanas relacionadas con acumular riquezas mediante la explotación de los recursos naturales y la fauna de la selva, sin tomar en cuenta el impacto negativo que eso conlleva para las especies.
Leyenda
Cerca del río Nanay habitaba un shiringuero que trabajaba muy intensamente todos los días. Sin embargo, los árboles de caucho no le daban la leche necesaria para poder subsistir. Un día se encontró con un hombre con panza prominente y un pie de menor tamaño que el otro.
Se trataba del Chullachaqui, considerado el dueño de los animales y los árboles. Se acercó al siringuero y le preguntó: “¿Cómo te va?”. Este respondió: “Muy mal, tengo muchas deudas”.
El Chullachaqui le dijo que si quería tener mejor producción de los árboles de caucho, él podía darle una virtud. Entusiasmado, el shiringuero le pidió que por favor le ayudara.
Ante la respuesta afirmativa, el Chullachaqui le respondió que le ayudaría pero que primero necesitaba que le hiciera un favor. El shiringuero debía darle uno de sus tabacos; el acuerdo fue que el Chullachaqui lo fumaría y luego se dormiría, y en ese momento el shiringuero debía darle puños y patadas hasta lograr despertarlo.
El hombre estuvo de acuerdo. El otro se durmió e inmediatamente fue golpeado. Una vez despierto, el Chullachaqui le dio las gracias y le propuso un nuevo reto.
Debían empezar a pelear; si el hombre lograba tumbar tres veces al Chullachaqui, este se comprometía a hacer que los árboles dieran el caucho necesario para que el hombre pudiera pagar sus deudas. En cambio, si el hombre resultaba vencido, le azotaría una enfermedad en cuanto este llegara a su casa.
El hombre miró al Chullachaqui y pensó que podía vencerlo, sobre todo considerando que tenía un pie bastante diminuto. Pelearon y el hombre fue capaz de ganarle tres veces, siempre dando pisotones sobre el pie pequeñito; allí guardaba su fuerza.
Promesa cumplida
El Chullachaqui cumplió su promesa y le dijo al hombre que a partir de entonces los árboles le darían más caucho. Sin embargo, le advirtió que no fuera tan avaricioso como para extraer demasiada leche de los troncos, porque esto sería negativo para los árboles y los haría llorar. Así mismo, le amenazó con matarle si le contaba esta historia a alguien.
El shiringuero obtuvo la leche que necesitaba de los árboles y se percató de que el Chullachaqui era bondadoso: se instalaba en el shiringal y curaba a los animales, o hacía trenzas a los árboles con los bejucos. Con el tiempo, el hombre saldó sus deudas que tenía con el propietario de los shiringales y compró zapatos a sus hijos.
Espía poderoso
Sin embargo, ocurrió que el dueño de los shiringales —un ser malvado que había maltratado a muchos indígenas— supo de la fortuna del trabajador. Se levantó muy temprano y espió al shiringuero con la intención de enterarse de cuáles eran árboles más productores.
Luego de recopilar esta información, regresó con baldes grandes en lugar de usar las tradicionales tichelas, unos envases pequeños que eran utilizados por los shiringueros. Este hombre terminó haciendo cortes muy profundos a los árboles; al final de la extracción el producto era agua en lugar de leche.
Pasó el tiempo y el shiringuero tomaba solo la cantidad de leche que le había recomendado el Chullachaqui, mientras que el otro sacaba con desmesura.
Un cierto día, cuando el avaricioso aguardaba escondido entre los árboles, el Chullachaqui se les acercó a ambos y les indicó que se terminaba la virtud.
Perdonó al Chullachaqui, pero le ordenó que se fuera y que no regresara. Luego se volvió al patrón y le acusó de no tener compasión hacia los árboles, que al final de la extracción no daban leche sino agua.
Esa misma tarde el dueño del shiringal enfermó gravemente, presentaba dolores de cabeza y mucha fiebre. Tuvieron que desplazarlo en una canoa hasta una posta de salud en el río y no hubo médico que pudiera decirle cuál era el origen de sus dolores. Nadie pudo curarlo y eventualmente murió.
En cambio, el shiringuero afortunado —un hombre de apellido Flores, que se cree que todavía está vivo— no volvió nunca más a los shiringales y se mudó al distrito peruano de Pebas, donde construyó una casa de ladrillos.
Referencias
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