Psicología

Las 5 teorías de Freud en el psicoanálisis más importantes


Las teorías de Freud en el psicoanálisis han tenido una gran influencia en el mundo de la psicología y fuera de ella hasta la actualidad. Algunas de las más conocidas son el principio del placer, la pulsión y la represión.

Conceptos como el inconsciente forman parte del vocabulario de la mayoría de las personas, y su definición se debe, en gran medida, a los descubrimientos de este eminente psicoanalista.

A su vez, las teorías de Freud dejaron su marca en el tratamiento de las psicopatologías, al relacionarse la enfermedad mental con el medio en que el paciente vive y con su historia personal, familiar y social. 

Esta visión se contrapone a la idea de que las enfermedades psicológicas se deben solamente a fenómenos biológicos o cognitivos del sujeto.

Sigmund Freud (1856-1939) fue un neurólogo austríaco y el fundador del psicoanálisis, una praxis formulada para el tratamiento de trastornos psicopatológicos, a partir del diálogo entre el paciente y el terapeuta.

Su obra ha dejado una marca indeleble en la cultura y la historia de la humanidad, pues generó cambios sustanciales en la conceptualización de la subjetividad.

Las teorías más importantes de Freud

1. El principio del placer (y el más allá)

El principio del placer postula que el aparato anímico busca, como fin último, alcanzar placer y evitar displacer, y así complacer las necesidades biológicas y psicológicas. El placer es la fuerza que guía el proceso de identificación de la persona.

Funciona solo en el inconsciente sistémico, y es el principio que rige todo su funcionamiento. Por ello las representaciones displacenteras son reprimidas, porque transgreden el orden.

El principio del placer conduce inconscientemente al alcance de las necesidades básicas de supervivencia.

¿Por qué tenemos síntomas?

¿Por qué una persona padecería un síntoma, sufriendo en su vivir cotidiano, si se supone que vive bajo el principio del placer?

La respuesta está en que el principio del placer es inconsciente, mientras que en la conciencia opera el principio de realidad.

El principio de realidad es el polo opuesto al principio del placer, la persona tiene conciencia del entorno real y sabe que tiene que adaptarse a él para poder vivir en sociedad.

Aprendemos conforme maduramos a reprimir nuestros instintos basándonos en reglas sociales para poder obtener placer más a largo plazo y de forma más disminuida, pero acorde a la realidad.

El sujeto tiene una representación inconciliable y la reprime, por lo que la olvida. Pero como el yo es regido por el principio de realidad, la representación vuelve como retorno de lo reprimido, bajo la forma de un síntoma.

El sujeto ya no recuerda qué fue lo que reprimió, solo sufre un síntoma que mantiene una relación (unas veces cercana, otras distante) con lo reprimido.

El principio del placer no se contradice: el sujeto prefiere padecer un síntoma antes que recordar la representación inconciliable, que permanece inconsciente.

2. La pulsión

Este concepto articula lo psíquico con lo somático, y es llamado por Freud un concepto bisagra, por explicar la sexualidad.

Existen en el ser humano estímulos internos constantes y que, a diferencia del hambre, no pueden ser aplacados a través de una interacción con algo exterior, como lo sería comer.

Por ser internos, tampoco se puede huir de ellos. Remitiéndose al principio de constancia, Freud postula que la cancelación de este estímulo de órgano da una satisfacción pulsional.

La pulsión consta de cuatro propiedades:

Esfuerzo/empuje: es el factor motorizante. La suma de fuerza o medida de trabajo constante que acarrea la pulsión.

Meta/fin: es la satisfacción alcanzable al cancelar el estímulo de la fuente.

Objeto: es el instrumento mediante el cual la pulsión alcanza su meta. Puede ser parte del propio cuerpo y no está determinado de antemano.

Fuente: es el propio cuerpo, sus orificios, su superficie, especialmente las zonas de borde entre el interior y el exterior. Es experimentado como excitación.

Freud afirma en un principio que hay dos pulsiones en conflicto: las pulsiones sexuales y las de autoconservación. En el recorrido por su infancia, el niño encuentra distintos objetos “típicos” que satisfacen su pulsión sexual. Según esto, transita distintas etapas:

Etapa oral: el objeto de satisfacción es la boca.

Etapa anal: el objeto de satisfacción es el ano.

Etapa fálica: el objeto de satisfacción es el pene, en los niños, y el clítoris, en las niñas.

Etapa latente: el niño abandona sus exploraciones sexuales y se dedica a actividades más intelectuales.

– Etapa genital: coincide con la entrada en la pubertad, donde el púber reexplora su sexualidad en función del coito y la reproducción.

3. La represión

Este concepto es central en la teoría psicoanalítica. Las personas tienen pensamientos subconscientes que son claves en su desarrollo y en su vida.

La represión es un mecanismo de defensa psíquico: cuando una representación (un suceso, una persona o un objeto) se vuelve intolerable para el sujeto, inconciliable con las representaciones de su mente, el aparato psíquico lo reprime y vuelve inconsciente esa representación, por lo que el sujeto la “olvida” (en rigor, desconoce que la recuerda).

De esta forma puede seguir adelante con su vida “como si” nunca hubiera conocido ese suceso, persona u objeto.

En su texto La represión, Freud ubica dos tipos de represión que forman parte de todo sujeto: la represión primaria y la secundaria.

La represión primaria

Es una operación inconsciente que funda el aparato anímico. Mediante esta represión se inscribe en la psique la representación de la pulsión sexual, gracias a lo cual el sujeto es capaz de desear y buscar el cumplimiento de su deseo.

Esta represión le da fuerza al aparato anímico para atraer lo reprimido e impedir que este se vuelva consciente.

La represión secundaria

También llamada represión propiamente dicha.

Se reprime el representante psíquico de la pulsión, es decir, aquello que resulta intolerable para la psique del sujeto y de lo que no quiere saber nada. 

El retorno de lo reprimido

Freud afirmó siempre que no existe tal cosa como una represión 100% exitosa, por lo cual lo reprimido siempre retorna, y por lo general, a través de un síntoma neurótico (una obsesión, una hipocondría, por ejemplo) o una formación sustitutiva, como un chiste, un sueño o un lapsus.

4. Lo inconsciente

Íntimamente ligado a la represión, lo inconsciente es otro concepto central en el psicoanálisis y donde transcurre gran parte de la “acción” psicoanalítica.

Es necesario aclarar de antemano que todo lo reprimido es inconsciente, pero no todo lo inconsciente está reprimido.

Freud, en su texto Lo inconsciente, explica este concepto con mayor claridad, dando tres definiciones:

Descriptivo

Es simplemente todo aquello que no es consciente.

Dicha propiedad no se debe necesariamente a que esa representación se haya reprimido, puede ocurrir que no es un contenido que debe ser usado en ese momento (está latente), por lo cual se encuentra “guardado” en el inconsciente. También suele llamarse preconsciente.

Dinámico

Es aquello inaccesible a la conciencia a causa de la represión secundaria, es decir, son contenidos reprimidos.

Estos contenidos solo pueden volver a la conciencia como retorno de lo reprimido, es decir, como síntomas o formaciones sustitutivas, o a través de la terapia, mediante la palabra.

Sistémico (estructural)

A diferencia de las otras dos definiciones, esta no refiere a contenidos inconscientes, sino a la forma en que trabaja el inconsciente como sistema de pensamiento. 

Aquí no existe la negación, la duda ni la certeza, así como tampoco la contradicción o la temporalidad. Esto se debe a que no hay palabra, sino investiduras.

A modo de ejemplo, pensemos en un árbol. Al hacerlo, hicimos dos cosas: pensar en la palabra “árbol” e imaginar un árbol. Pues bien, las definiciones descriptivas y dinámicas se refieren a la palabra “árbol” mientras que la sistémica a la representación de un árbol.

Esta separación es la que permite que en el inconsciente sistémico existan dos representaciones contradictorias o convivan dos tiempos distintos.

Así ocurre en los sueños, donde una persona (por ejemplo, un amigo) puede representar a otras (el amigo puede ser también otro amigo y un familiar simultáneamente) y ubicarse en tiempos distintos (el amigo de la infancia se encuentra en el sueño aún como un niño al mismo tiempo que el soñador es adulto).

5. El complejo de Edipo

Es uno de los aportes teóricos más importantes del psicoanálisis y uno de sus más relevantes pilares teóricos. El complejo de Edipo (en el varón) sostiene que el niño quiere seducir a su madre, pero ello acarrea un conflicto con su padre, quien le ha prohibido tomarla como suya.

El complejo inicia en la etapa fálica y es una respuesta a la seducción materna, pues el niño ha conocido su cuerpo (y sus zonas de placer), lo ha erogenizado, en parte gracias a los cuidados maternos que ha recibido, como ser acariciado, bañado o incluso limpiado después de ir al baño.

Dado que el niño no puede llevar adelante su cometido de seducir a su madre, se ve obligado a aceptar su propia castración fálica, ejecutada por la prohibición paterna (la instalación de la ley), por lo que el complejo se sepulta y da paso a la etapa de latencia hasta la llegada de la pubertad.

Al llegar a la etapa genital, el niño ya no busca de nuevo a su madre, sino a otra mujer, pero su paso por el complejo de Edipo ha dejado marcas indelebles en la forma en que ahora se relacionará con otros, e influenciará su elección en las mujeres que querrá tomar como pareja.

Freud desarrolló esta teoría sobre el sexo masculino, no explicando el desarrollo de esta teoría en mujeres. Carl Jung, más tarde, desarrollaría la teoría del complejo de Electra, entendida como la versión femenina que explica el complejo de Edipo en mujeres.

Referencias

  1. Freud, S. (1976). La interpretación de los sueños, Amorrortu Editores (A.E.).
  2. Freud, S. (1976). Tres ensayos de teoría sexual, ídem.
  3. Freud, S. (1976). Nota sobre el concepto de lo inconsciente en psicoanálisis, ídem.
  4. Freud, S. (1976). Recordar, repetir, reelaborar, ídem.