El descubrimiento de América para Niños (Cuento)
Hace poco más de quinientos años existió en Italia un apasionado navegante que tenía un sueño enorme: conocer y descubrir nuevas tierras. Este hombre se llamó Cristóbal Colón y provenía de la ciudad de Génova. Solo un pequeño problema le impedía cumplir su deseo: no tenía dinero suficiente para lograr llevar a cabo sus planes.
Pese a ese contratiempo, Colón no se desanimó. No, él no se dejaba vencer por las trabas que aparecían en el camino. Él sabía que, si pensaba bien por largo rato, alguna solución hallaría. Así que se fue a la orilla del mar a reflexionar hasta el anochecer.
A la mañana siguiente llegó a sus oídos la noticia de que el rey Juan II de Portugal estaba apoyando los viajes de exploración.
“¡Lo tengo! ¡Iré adonde el rey a pedirle el favor de que sea quien ponga el dinero para mi travesía!”, se dijo Colón.
Y así fue. Cristóbal Colón se trasladó a donde estaba el rey a pedir su ayuda. Sin embargo, el gobernante Juan II, a pesar de que tenía el dinero que necesitaba Colón, se negó a ayudarlo por considerar que su idea de ir más allá de los mares conocidos era muy arriesgada. El marino se entristeció ante aquella decisión del monarca. Era 1480.
El tiempo pasaba y el navegante soñador seguía con ese deseo encendido en su pecho de descubrir nuevas tierras. Doce años después, hubo diferencias entre el reino de Castilla y el Califato árabe que se encontraba al sur.
Como resultado, los musulmanes se fueron de la península ibérica, eso sí, no sin antes decirle a los Reyes Católicos de España que sus barcos no podrían cruzar el mar Mediterráneo e ir a la India en busca de especias.
Tampoco podrían ir por vía marítima al resto de naciones, como Italia o Grecia. Aquello hizo que el rey Fernando y la reina Isabel se interesaran por encontrar nuevas rutas para ir a las Indias.
Por aquellos días, el incansable Colón seguía ofreciendo su idea a los gobernantes, hasta que llegó al reino de Castilla. Al ser recibido por la reina Isabel, esta le dijo:
—Así que tú eres Colón, el navegante soñador que ofrece descubrir nuevas tierras a cambio de ser ayudado en sus viajes. Bueno, señor marino, yo necesito un gran favor, y si usted está dispuesto a ayudarme, yo le ayudaré.
—Su majestad, sí, yo soy ese marino soñador. Soy el navegante Cristóbal Colón. A ver, dígame, ¿cuál favor será ese? Si está en mis manos, yo le ayudaré, y a cambio solo le solicitaré que me ayude con mi viaje.
—Bueno, querido navegante, se trata de lo siguiente: el mar Mediterráneo ha sido bloqueado por los moros, y por esa razón no podemos ir a la India en busca de especias, telas y demás delicias. ¿Crees ser capaz de conseguir otro camino para llegar a ese lugar y traernos sus manjares?
—Su majestad, lo que usted me pide es totalmente posible. De hecho, para que sepa, yo defiendo la redondez de la tierra, y sé, mi reina, que si sigo de largo en el océano Atlántico, en algún momento daré con el otro lado de la India y podré traer lo que usted pida. Tardaré un poco más de lo normal, pero lo lograré.
—Bueno, navegante Cristóbal Colón, cuenta usted con mi apoyo monetario. Que su viaje se haga realidad.
Y así fue como Colón recibió el apoyo de los Reyes Católicos de España para llevar a cabo su viaje. A los días, el marino genovés recibió tres barcos, también llamadas carabelas. Los nombres de las naves fueron los siguientes: la Pinta, la Niña y la Santa María. Además de su medio de transporte, le fue cedido mucho oro y se le dio una numerosa tripulación de hombres para que lo ayudaran.
El 3 de agosto de 1492 comenzó la aventura del navegante soñador. Partió del Puerto de Palos e hizo una breve parada en las islas Canarias, donde hizo algunas reparaciones, y el 6 de septiembre de 1492 volvió a partir hacia el Atlántico. Su meta era llegar a las Indias y cumplir el trato con sus majestades.
La travesía no fue fácil, los marineros pasaron hambre y transcurrieron semanas sin saber si llegarían a alguna parte. Dos meses después de navegar y navegar y solo ver mar, por fin apareció la primera porción de tierra. Era el 12 de octubre de 1492. La voz de Rodrigo de Triana, uno de los marineros, hizo temblar a todos en el barco cuando dijo “¡Tierra a la vista!”.
Se trataba de la isla de Guanahani, un sitio totalmente desconocido para los europeos de aquella época. Sin embargo, en la mente de Colón, quien estaba empeñado con su objetivo, no se trataba de un nuevo lugar. No, sino que habían llegado a la India.
Tal fue la confusión del navegante italiano, que les llamó a los habitantes de ese hermoso sitio “indios”. Lo bueno fue que aquel viaje resultó muy provechoso para Colón y su tripulación. No solo conocieron esa isla, sino que descubrieron todo un continente entero al que luego llamarían América.
Con los habitantes negociaron oro, perlas, piedras preciosas, especias y muchas otras riquezas nunca antes vistas en España.
La expedición de Cristóbal Colón llegó más tarde a la Isla de Cuba, que bautizaron como la Española. Finalmente, el 15 de enero de 1493 Colón decidió volver a España para informar de sus descubrimientos a los Reyes Católicos.
Los reyes, tras el retorno de Colón, se vieron muy complacidos por todo y lo siguieron apoyando. En pocos años se dieron asentamientos españoles a lo largo de las nuevas tierras. Hubo un intercambio cultural nunca antes visto y la monarquía católica amplió sus dominios.
Así fue como se dio a conocer el llamado nuevo mundo, gracias a los sueños de un hombre que no se rindió ante los problemas y esperó doce años por alguien que lo apoyara para llevar a cabo sus deseos.
Lo único extraño de todo esto es que, aun después de viejo, Colón seguía creyendo que llegó a la India y que no había descubierto un nuevo continente.