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Las 58 mejores frases de El gran Gatsby


El gran Gatsbyes una novela de Francis Scott Fitzgerald escrita en 1925, considerada por la crítica como una de las mejores novelas de Estados Unidos. Cuenta la historia de un misterioso millonario que llega a la ciudad ficticia de West Egg, en Long Island, en el verano de 1922, y su obsesión por Daisy Buchanan.

La obra es un retrato magistral de los “locos años 20”, donde la juventud caía irremediablemente en la decadencia, los excesos y en la resistencia al cambio, y que algunos han querido ver como una advertencia a la falsedad del sueño americano y que, en todo caso, describe la sociedad desesperada de entreguerras.

A continuación, dejamos una lista con las mejores frases de El gran Gatsby, para que te animes a leerla completa y entiendas por qué es considerada una de las mejores novelas de Estados Unidos del siglo XX. 

Las mejores frases de El gran Gatsby

-Cuando sientas deseos de criticar a alguien, recuerda que no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades que tú tuviste.

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-Y entonces, gracias al sol y a los increíbles brotes de hojas que nacían en los árboles, a la manera como crecen las cosas en las películas de cámara rápida, sentí la familiar convicción de que la vida estaba empezando de nuevo con el verano.

-La brisa soplaba a través del cuarto, haciendo elevarse hacia adentro la cortina de un lado y hacia afuera la del otro, como pálidas banderas, enroscándolas y lanzándolas hacia la escarchada cubierta de bizcocho de novia que era el techo, para después hacer rizos sobre el tapiz vino tinto, formando una sombra sobre él, como el viento al soplar sobre el mar.

-Esbeltas, lánguidas, las manos suavemente posadas sobre las caderas, las dos jóvenes señoras nos precedieron en la salida a la terraza de colores vivos, abierta al ocaso, en donde cuatro velas titilaban sobre la mesa en el viento ya apaciguado.

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-Su concentración tenía un no sé qué patético, como si su complacencia, más aguda que antaño, no le bastara ya. 

-Por un momento, el último rayo de sol cayó con romántico efecto sobre su rostro radiante; su voz me obligó a inclinarme hacia adelante, sin aliento mientras la oía… entonces se fue el brillo, y cada uno de los rayos abandonó su rostro con reticente pesar, como dejan los niños una calle animada al llegar la oscuridad.

-La silueta de un gato en movimiento se recortó contra los rayos de la luna, y al volver mi cabeza para mirarlo, me di cuenta de que no me encontraba solo: a unas cincuenta yardas, la figura de un hombre con las manos en los bolsillos, observando de pie la pimienta dorada de las estrellas, había emergido de las sombras de la mansión de mi vecino. Algo en sus pausados movimientos y en la posición segura de sus pies sobre el césped me indicó que era Gatsby en persona, que había salido para decidir cuál parte de nuestro firmamento local le pertenecía.

-No me he emborrachado más que dos veces en la vida, y la segunda fue aquella tarde. Por eso cuanto sucedió está envuelto en una penumbra nebulosa, aun cuando el apartamento estuvo lleno del sol más alegre hasta después de las ocho de la noche.

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-Yo estaba adentro y afuera, al mismo tiempo encantado y molesto con la interminable variedad de la vida.

-Las luces aumentan su brillo a medida que la tierra se aleja del sol, y ahora la orquesta está tocando la estridente música de cóctel, y la ópera de voces se eleva un tono más alto.

-A menudo llegaban y se marchaban sin siquiera haber visto a Gatsby; venían en pos de una fiesta con una simplicidad de corazón que era su propia boleta de entrada.

-Al azar ensayamos abrir una puerta que parecía importante y nos encontramos en una biblioteca gótica, de techo alto, forrada en roble inglés tallado, y probablemente transportada en su totalidad desde alguna ruina de ultramar.

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-La luna estaba más alta y, flotando en el estuario, había un triángulo de escamas de plata, que temblaban levemente al son del tenso punteo metálico de los banjos del jardín.

-Esbozó una sonrisa comprensiva; mucho más que solo comprensiva. Era una de aquellas sonrisas excepcionales, que tenía la cualidad de dejarte tranquilo. Sonrisas como esa se las topa uno solo cuatro o cinco veces en toda la vida, y comprenden, o parecen hacerlo, todo el mundo exterior en un instante, para después concentrarse en ti, con un prejuicio irresistible a tu favor. Te mostraba que te entendía hasta el punto en que querías ser comprendido, creía en ti como a ti te gustaría creer en ti mismo y te aseguraba que se llevaba de ti la impresión precisa que tú, en tu mejor momento, querrías comunicar.

-Mientras esperaba mi sombrero en el vestíbulo se abrió la puerta de la biblioteca y salieron Gatsby y Jordan al tiempo. Él le estaba diciendo alguna palabra final, pero la ansiedad en su comportamiento se tornó de súbito en tensa formalidad al acercársele varias personas para despedirse.

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-Un vacío repentino parecía emanar de los ventanales y portones, envolviendo en completa soledad la figura del anfitrión, ahora de pie en el pórtico con la mano alzada en gesto formal de despedida.

-En el encantador crepúsculo metropolitano sentía a veces que me atenazaba la soledad, y la sentía en los demás: en los empleaduchos que deambulaban frente a las vitrinas, esperando que fuera hora de una solitaria cena en algún restaurante, jóvenes empleados desperdiciando en la penumbra los momentos más intensos de la noche y de la vida.

-Cada persona se supone dueña de al menos una de las virtudes cardinales, y esta es la mía: soy uno de los pocos hombres honrados que haya conocido.

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-Entonces todo era cierto. Vi las pieles de flamantes tigres en su palacio del Gran Canal; lo vi abriendo un estuche de rubíes para calmar, con sus profundidades iluminadas de carmesí, los anhelos de su roto corazón.

-Uno puede cuidarse de lo que dice, y además, programar cualquier pequeña irregularidad propia en momentos en que los otros están tan ciegos que no ven o no les importa. Es posible que Daisy nunca le hubiera sido infiel a Tom, y, sin embargo, hay algo en esa voz suya…

-Gatsby compró esa casa solo para tener a Daisy al otro lado de la bahía.

-Con una especie de emoción vehemente comenzó a sonar en mis oídos una frase: “Existen tan solo los perseguidos y los perseguidores, los ocupados y los ociosos”.

-La lluvia cedió, un poco después de las tres y media, dejando una neblina húmeda, a través de la cual nadaban ocasionales gotitas como de rocío. 

-Volvió la cabeza al sentir que tocaban a la puerta con suavidad y elegancia. Salí a abrir. Gatsby, pálido como la muerte, con las manos hundidas, como pesas, en los bolsillos del saco, estaba de pie, en medio de un charco de agua, mirándome trágicamente a los ojos.

-Hace mucho tiempo que no nos veíamos, dijo Daisy, su voz lo más natural posible, como si nada pasara.

-Era hora de regresar. Mientras estuvo lloviendo me pareció como si sus voces susurraran, elevándose y ampliándose una y otra vez con alientos de emoción. Pero en el actual silencio pensé que uno igual había caído sobre la casa también.

-Comparado con la gran distancia que lo había separado de Daisy, le había parecido muy cercana a ella, casi como si la tocara. Le parecía tan cercana como una estrella lo está de la luna. Ahora había vuelto a ser tan solo una luz verde en un muelle. Su cuenta de objetos encantados se había disminuido en uno.

-La lluvia seguía cayendo, pero la oscuridad se había alejado en el oeste, y había una oleada color rosa y oro de nubes espumosas sobre el mar.

-Ninguna cantidad de fuego o frescura puede ser mayor que aquello que un hombre es capaz de atesorar en su insondable corazón.

-Se habían olvidado de mí, pero Daisy alzó los ojos y me estiró la mano; Gatsby ni me conocía. Los miré una vez más y ellos me devolvieron la mirada, remotamente, poseídos por una vida intensa. Entonces salí del cuarto, y bajé por las escalinatas de mármol para adentrarme en la lluvia, dejándolos a los dos solos en él.

-Pero su corazón se mantenía en constante turbulencia. Los caprichos más grotescos y fantásticos lo perseguían en su lecho por la noche. 

-Durante un tiempo estos sueños fueron un escape para su imaginación; le daban una idea satisfactoria de la irrealidad de la realidad, una promesa de que el peñón del mundo estaba asentado de manera firme en el ala de un hada.

-Movido por un impulso irresistible, Gatsby se volvió hacia Tom, que había aceptado ser presentado como un desconocido.

-No dejaba nunca de entristecerme mirar a través de ojos nuevos las cosas en las cuales uno ha gastado la capacidad de adaptación.

-Daisy y Gatsby bailaron. Recuerdo mi sorpresa por su fox-trot conservador y gracioso; jamás lo había visto bailar. Luego, se fueron caminando hacia mi casa y se sentaron en las gradas por media hora, mientras, a petición de ella, yo me quedé vigilando en el jardín.

-Habló largo sobre el pasado y colegí que deseaba recuperar algo, alguna imagen de sí mismo quizás, que se había ido en amar a Daisy. Había llevado una vida desordenada y confusa desde aquella época, pero si alguna vez pudiera regresar a un punto de partida y volver a vivirla con lentitud, podría encontrar qué era la cosa…

-Su corazón comenzó a latir con más y más fuerza a medida que Daisy acercaba el rostro al suyo. Sabía que cuando besara a esta chica y esposara por siempre sus inexpresibles visiones con el perecedero aliento de ella, su mente dejaría de vagar inquieta como la mente de Dios.

-Durante un instante una frase trató de formarse en mi boca y mis labios se separaron como los de un mudo, como si hubiera más batallas en ellos que el mero jirón de aire asombrado. Pero no emitieron sonido alguno, y aquello que estuve a punto de recordar quedó incomunicado por siempre jamás.

-Nuestros ojos se elevaron por sobre el rosal y el prado caliente y las basuras llenas de malezas de los días de sol canicular de la playa. Lentas, las blancas alas del bote se movían contra el frío limite azul del firmamento. Más allá se extendía el ondulado océano con su miríada de plácidas islas.

-Todos estamos irritados pues se nos había pasado el efecto de la cerveza, y conscientes de ello, viajamos en silencio un rato. Luego, cuando los ojos desteñidos del doctor T. J. Eekleburg empezaron a divisarse a lo lejos, recordé la advertencia de Gatsby sobre la gasolina.

-No hay conclusión igual a la conclusión de una mente simple, y cuando nos alejamos, Tom estaba sintiendo los ardientes latigazos del pánico. Su esposa y su amante, que una hora antes parecían tan seguras e inviolables, se escurrían a pasos agigantados de su control.

-Jamás lo amó, ¿me oye? -exclamó-. Solo se casó con usted porque yo era pobre y estaba cansada de esperarme. Fue un error terrible, pero en el fondo de su corazón ¡jamás amó a nadie más que a mí!

-Ella vaciló. Sus ojos cayeron sobre Jordan y sobre con una especie de apelación, como dándose cuenta al fin de lo que hacía, y como si nunca, durante todo este tiempo, hubiera tenido intenciones de hacer nada. Pero ya estaba hecho. Era demasiado tarde.

-Entonces me volví hacia Gatsby, y me quedé pasmado con su expresión. Parecía, y esto lo digo con el desprecio olímpico por los chismes inusitados en su jardín, como si hubiese “asesinado a un hombre”. Por un instante la configuración de su rostro podría ser descrita de esta fantástica manera.

-Se marcharon sin una palabra; expulsados; convertidos en algo pasajero; aislados, cual fantasmas, incluso de nuestra piedad.

-El “auto de la muerte”, como los periodistas lo llamaron, no se detuvo; salió de la atenazadora penumbra, hizo un breve y trágico zig-zag y desapareció en la siguiente curva. 

-Disminuyó la velocidad, pero sin intención de detenerse, hasta que, al acercarnos, los rostros demudados y atentos de la gente que estaba en el taller lo llevaron a frenar automáticamente.

-Al fin y al cabo Daisy le pasó por encima. Traté de que se detuviera, pero no pudo, y entonces halé del freno de emergencia. En ese momento se desplomó sobre mis piernas y yo seguí manejando.

-Si bien no estaban contentos, y ninguno de los dos había tocado la cerveza o el pollo, tampoco parecían infelices. En el cuadro se percibía la inconfundible atmósfera de una intimidad natural y cualquiera hubiera dicho que conspiraban.

-Jamás habían estado tan cerca durante el mes que llevaban amándose, ni se habían comunicado con mayor profundidad el uno con el otro que cuando ella rozó sus silentes labios contra la hombrera de su abrigo o cuando él toco la punta de sus dedos con suavidad, como si estuviera dormida.

-Son gente podrida -le grité a través del prado-. Tú vales más que todo ese maldito grupo junto.

-El prado y el camino estaban atestados de rostros de aquellos que imaginaban su corrupción; y él había estado de pie en aquellas escalinatas escondiendo su sueño incorruptible, cuando le decíamos adiós con la mano.

-Un nuevo mundo, material mas no real, donde unos pobres fantasmas, respirando sueños en vez de aire, vagaban fortuitamente por todos lados… como la figura cenicienta y fantástica que se deslizaba hacia él por entre los amorfos árboles.

-Había un movimiento leve del agua, escasamente perceptible, al moverse la corriente de un extremo al otro, por donde salía. Con pequeños rizos, que no eran más que la sombra de olas, la colchoneta con su carga, se movía de manera irregular por la piscina. Una pequeña corriente de viento que corrugaba un poco la superficie era suficiente para perturbar su curso accidentado con su accidentada carga. El choque contra un montón de hojas la hizo girar levemente, trazando, como la estela de un objeto en tránsito, un pequeño circulo rojo en el agua.

-Yo quería traerle a alguien. Quería ir al cuarto donde yacía y tranquilizarlo: “Yo te conseguiré a alguien, Gatsby. No te preocupes. Ten confianza en mí y verás que yo te traeré a alguien…”.

-Así que cuando el humo azul de las hojas quebradizas subió en el aire y el viento sopló y la ropa recién lavada se puso rígida en los alambres, decidí regresar a casa.

-Gatsby creía en la luz verde, el futuro orgiástico que año tras año retrocede ante nosotros. En ese entonces nos fue esquivo, pero no importa; mañana correremos más aprisa, extenderemos los brazos más lejos… hasta que, una buena mañana…

-De esta manera seguimos avanzando con laboriosidad, barcos contra la corriente, en regresión sin pausa hacia el pasado.