El porqué de las cosas
Si hubiese que elegir alguna pregunta que suele venir a la mente de manera recurrente en los momentos más arduos y complicados de nuestra existencia, para mí esa no sería otra que la incógnita que empieza por un “¿por qué?”.
Si has decidido comenzar a leer este artículo, probablemente haya sido motivado por el interés que suscita la pregunta en cuestión. Pues bien, especialmente para ti, es importante esta reflexión.
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Buscar las respuestas sobre todo
¿Por qué me ha pasado esto a mí? ¿Por qué se fue? ¿Por qué no me quiere? ¿Por qué no soy capaz de conseguirlo? ¿Por qué caigo una y otra vez en la misma trampa? ¿Por qué no le caigo bien a la gente? ¿Por qué el mundo es así? ¿Por qué la gente se comporta de esa manera? ¿Por qué, por qué, por qué….?
A modo de mecanismo de defensa, tratamos de entender de una manera más o menos lógica, más o menos justa, más o menos racional, un mundo que en muchas ocasiones poco tiene de lógico, de justo o de racional. Pero como si de una solicitud burocrática se tratase, nos cuesta horrores saltarnos ese primer paso del procedimiento. Esa fase en la que entendemos de manera inequívoca que algo está fallando, no está yendo como esperábamos o es simplemente así y no queda más que aceptarlo, por muy absurdo que nos pueda parecer.
Tal es el caso de los niños que, teniéndolo todo, no le saben dar valor a nada y que ante cualquier contratiempo cotidiano, son incapaces de superar el nivel de frustración resultante. O esas parejas, que pareciendo perfectas, de la noche a la mañana hacen que nos quedemos perplejos ante su incomprensible ruptura. También existe el por qué de los que son jóvenes, bellos y esbeltos, a la par que inseguros, pusilánimes o conformistas. O el por qué del joven talentoso que se dedica continuamente a malgastar su talento, prefiriendo otros cauces por los que guiar su destino.
También está el por qué del jefe, que gusta rodearse de súbditos en lugar de críticos, para mayor gloria de su ego frente al éxito de su empresa. O el por qué del que gozando de innumerables fortalezas, teme los peores augurios que quizás nunca lleguen, en multitud de ámbitos de su existencia… y ante todos ellos, se podría plantear algo todavía más profundo e incomprensible a la par, el por qué de mis por qué.
Salir del círculo vicioso del pensamiento
Siguiendo el guión habitual de un artículo literario, ahora sería el momento preciso en el que convendría ofrecer las pertinentes respuestas a las preguntas planteadas, pero mucho me temo que, a quien esperase tal cosa en este momento, estará empezando a sentir cierto sentimiento de decepción a la vez que avanza sobre estas líneas.
Efectivamente, no tengo una respuesta única, genuina u original que pueda ofrecer respuesta a la innumerable lista de “por qué” planteados hasta el momento y aunque la tuviera, dudo que pudiese ofrecer paz o satisfacción a nadie que mantuviese tales expectativas. Si ese ha sido tu caso, tal vez sea conveniente que agudices tus sentidos y prestes atención aún más si cabe, a lo que sigue a este párrafo.
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Ir más allá de los motivos
Cuando nos planteamos un por qué, iniciamos un viaje. Un viaje que nos devuelve a nuestro pasado. Pasamos una y otra vez la película de terror que nos llevó a plantearnos la necesidad de encontrar una explicación a semejante desdicha, porque cuando las cosas van bien, pocos son los que se plantean los “por qué” de ello y si lo hacen, no suelen emplear demasiado tiempo en elaborar los pertinentes análisis.
Mi pregunta para los primeros sería ¿qué esperáis encontrar allí, en el pasado, que no hayáis encontrado ya? Este figurado viaje al pasado, a lo que fuimos, hicimos o perdimos no hará más que justificar o dicho de otra forma, a excusar nuestro comportamiento presente, condenándonos de manera irrevocable a repetir nuestro fatídico destino una y otra vez, por la inmovilidad que sucede a este tipo de análisis.
Si lo que queremos es dejar atrás un episodio, superar una limitación, crecer, avanzar y desarrollarnos, no podemos conformarnos con una explicación, con un “por qué”. Tendremos que buscar argumentos de cambio, motivaciones e ilusiones que implementen nuevas acciones, que a su vez puedan producir nuevos resultados, porque si de algo somos conscientes, es que donde nos llevan estos “por qué”, no es a donde queremos llegar.