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El problema de las otras mentes: qué es y qué teorías lo abordan


La mente es muy misteriosa, tanto que, a veces, ni siquiera nosotros mismos entendemos cómo funciona la nuestra propia. Pero por mucho que nos pueda entender cuáles son los motivos que nos hace pensar en algo, de lo que no hay duda es que los únicos que tenemos acceso a nuestra mente somos nosotros mismos.

No podemos entrar en la mente de los demás de forma directa, pero sí inferir qué es lo que pasa por la cabeza de los demás como bien podemos demostrar con la teoría de la mente… ¿o no?

¿Realmente los demás tienen mentes? ¿Cómo podemos demostrar empíricamente que el resto de personas tienen estados mentales? Estas y muchas más son las preguntas que han llevado a un curioso e intrincado asunto filosófico: el problema de las otras mentes.

¿Qué es el problema de las otras mentes?

Uno de los temas más estudiados por la epistemología, que es la rama de la filosofía centrada en el conocimiento, es el famoso problema de las otras mentes. Este problema se refiere a la dificultad para justificar nuestra creencia de que las demás personas poseen mentes como es nuestro caso. Inferimos que los demás tienen estados mentales, que debe haber algo detrás de su comportamiento y que no puede ser que el resto de personas que deambulan por el mundo sean meros autómatas con forma humana.

Si bien se habla del problema en singular este puede ser dividido en dos problemas: el problema epistemológico y el problema conceptual de las otras mentes. El epistemológico hace referencia a la forma con cómo podemos justificar nuestra creencia de que los demás poseen estados mentales, mientras que el conceptual se refiere a cómo podemos fabricar un concepto de estado mental de otra persona, es decir, en qué nos basamos para imaginarnos cómo son los procesos mentales de los demás.

La principal característica definitoria del problema de las otras mentes es que se trata de un problema de justificación de la intersubjetividad, es decir, demostrar que cada uno tiene su propia mente, un aspecto totalmente subjetivo y que no puede ser observado de forma objetiva ni científica desde fuera, aparentemente. Solo podemos creer que los demás tienen mentes en base a nuestra propia experiencia, puesto que es la única subjetividad a la que tenemos acceso. Solo nosotros conocemos nuestra mente, y solo es nuestra mente la que podemos conocer de primera mano.

Pero pese a que la única mente que vamos a conocer es la nuestra, sí que podemos “entender” cómo funcionan las demás. La idea de creer que los demás tienen mentes surge de una intuición con respecto a la vida mental de las demás personas, confiados en que esos otros seres humanos que se nos parecen tienen que sentir lo mismo nosotros, como emociones, dolores, pensamientos, creencias, deseos… Pero por mucho que veamos similitudes entre ellos y nosotros o creamos entender cómo funcionan sus mentes, esto no demuestra racionalmente que en efecto tengan estados mentales.

Lejos de rendirnos o plantearnos que solo nosotros tenemos mente, los seres humanos confiamos en que sí la tengan los demás. Pese a no tener la capacidad de acceder directamente a las mentes de los demás esto no nos quita la creencia de que existen otras mentes y que cada persona que vemos pasear por la calle tiene la suya propia. No podemos justificarlo, probablemente nunca podamos, pero lo creemos, seguramente porque, entre otros motivos, nos aterre la idea de estar solos en este mundo.

Un problema filosófico con muchas soluciones posibles

Como cabría suponer, el problema de las otras mentes ha sido largamente debatido en la historia de la filosofía. Ningún filósofo se puede resistir a preguntarse si los demás tienen estados mentales, puesto que este problema es tan poco probable que sea solucionado un día que bien sirve como entretenimiento sin fin para los más reflexivos pensadores que tengan mucho tiempo libre.

Durante siglos y siglos se ha tratado de “demostrar” que los demás tienen mentes valiéndose de todos los esfuerzos intelectuales posibles para desarrollar una teoría que justifique esa creencia. Ninguno ha sido lo suficientemente convincente puesto que ¿cómo se puede justificar de forma empírica que los demás tienen mentes a partir de una creencia propia, la nuestra? Tres han sido las que más consenso han obtenido.

1. Otras mentes como entidades teóricas

Esta da fuerza a la justificación de que las demás mentes existen partiendo de la idea de que los estados mentales que forman la mente son la mejor explicación para explicar el comportamiento de las demás personas. Inferimos que los pensamientos de los demás son la causa detrás de su comportamiento, aunque esta inferencia se hace única y exclusivamente con evidencia externa e indirecta.

2. Criterio y otras mentes

Este criterio consiste en decir que la relación entre comportamiento y pensamiento es de tipo conceptual pero no un vínculo estricto o una correlación infalible. Es decir, la conducta no demuestra sí o sí que detrás de un determinado comportamiento haya un estado mental o una mente en sí. No obstante, este enfoque de la conducta cumple el rol de criterio para la presencia de estados mentales, sirviendo de indicador de que algo debe haber detrás.

3. El argumento por analogía

Esta solución es, básicamente, basarse en cómo somos nosotros y extrapolarlo a los demás, siendo la más aceptada de las tres soluciones propuestas. Aunque pudiera ser cierta la posibilidad de que los demás sean autómatas sin mente hay suficientes razones para creer lo contrario y que los demás al tener una apariencia similar a la nuestra tienen que tener un pensamiento también similar al nuestro.

Como no tenemos acceso directo a las experiencias ajenas solo podemos tener conocimiento de ellas de forma indirecta valiéndonos de su comportamiento. Sus conductas nos sirven como pistas que nos permiten entender lo que sucedería en la mente de los demás. Para esto recurrimos al recurso lógico de la analogía, tomando como caso nuestro propio caso.

Desde nuestro propio caso nos damos cuenta de que nuestra mente y cuerpo están en constante relación, viendo correlaciones estables entre pensamientos y conductas. Por ejemplo, si estamos nerviosos es normal que nos tiemblen las manos, sudemos o incluso tartamudemos y cuando estamos tristes, lloramos, tenemos la cara roja y se nos entrecorta la voz. Viendo estas relaciones cuerpo-mente, si vemos que el cuerpo de otras personas se comporta igual, suponemos que los procesos mentales detrás son los mismos.

Críticas al argumento por analogía

La única mente que podemos justificar su existencia es la nuestra, como ya René Descartes pensó al decir “cogito, ergo sum”. Por esto se considera que el argumento por analogía no otorga la confianza suficiente como para justificar la creencia en otras mentes, respondiendo al mismo con varias críticas. Una de ellas es la de que, como inducción, es demasiado débil al apoyarse solamente en un único caso: nuestra propia experiencia. Por mucho que nos fiemos de las correlaciones que establezcamos entre nuestra mente y nuestra conducta, estamos hablando de nuestra experiencia personal.

Otra de las críticas es la que afirma que la relación que postula el argumento entre los estados mentales y la conducta es demasiado débil por ser contingente, sin proporcionar la seguridad de que las conductas sean señales inequívocas de un estado mental concreto. Tiene sentido pensar que, en algún momento, un determinado comportamiento pueda estar relacionado con un estado mental concreto, pero en un futuro podría no ser así. Un mismo pensamiento puede implicar un comportamiento distinto tanto en nosotros mismos como en los demás.

La tercera crítica es la de que no podemos concebir una experiencia ajena y, por lo tanto, no podemos conocerla. Sí que es cierto que podemos imaginarnos qué es lo que le está pasando por la cabeza a una persona después de hacer algo pero, en realidad, estamos simulando cómo nos comportaríamos nosotros, basándonos solamente en nuestra forma de actuar y sin saber cómo realmente lo hacen los demás. Es decir, no podemos entender un estado mental de otra persona porque la experiencia que tenemos se basa en nuestros estados mentales, y estos no son extrapolables a los demás.

Referencias bibliográficas:

  • Robles-Chamorro, R. (2014) Filosofía y ciencia: el problema de las otras mentes y las neuronas espejo. Revista Observaciones Filosóficas, Nº 18 ISSN 0718-3712.
  • Avramides, A. (2001) Other Minds, (The Problems of Philosophy), London: Routledge.
  • Ayer, A. J., 1953 [1954], “One’s Knowledge of Other Minds”, Theoria, 19(1–2): 1–20. Reprinted in Philosophical Essays, London: MacMillan, St Martin’s Press: 191–215. doi:10.1111/j.1755-2567.1953.tb01034.x