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¿Cómo mejorar la autoestima y el autoliderazgo?


Se habla mucho de liderazgo, una habilidad fundamental no solo para el mundo laboral, sino también para el personal. Es una habilidad deseada, muy valiosa en los tiempos que corren pero que, para ser desarrollada, es necesario disponer de dos cosas: autoestima y liderazgo.

Quien no es capaz de liderar su propia vida, muy difícilmente lo podrá hacer con otras personas. Tampoco será dueño de su vida, lo que lo hará víctima de las circunstancias, emocionalmente dependiente de su contexto y sintiendo que poco o nada puede hacer.

El autoliderazgo tiene mucho que ver con alcanzar metas, hazañas que nos hacen percibirnos como personas más eficaces y, por lo tanto, desarrollar una mejor autoestima de nosotros. Vamos a ver cómo mejorar la autoestima y, en especial, el autoliderazgo.

¿Qué son la autoestima y el liderazgo?

En los últimos tiempos, la palabra “liderazgo” ha sido tantas veces mencionada que sorprende que no se haya desgastado. Es muy recurrente en el ámbito laboral hablar de la gestión de equipos, entendiéndose como liderazgo a la capacidad para dirigir y motivar a otras personas. Pero, antes de dirigirnos a otras personas, debemos saber dirigirnos a nosotros mismos, controlar nuestras emociones y regular nuestras conductas. Debemos perfeccionar el autoliderazgo.

El autoliderazgo se puede definir como la capacidad de influencia, intencionada y consciente, sobre los propios pensamientos, emociones y comportamientos con el objetivo de alcanzar los objetivos que nos hemos propuesto. Es dirigir y redirigir la vida propia, construir el presente y el futuro, llevar el timón y no desviarse del rumbo. Es ser dueño de nuestras propias vidas.Esta capacidad se alimenta de un conjunto de elementos psicológicos que, de ser perfeccionadas y mejoradas, aumenta la probabilidad de lograr los objetivos, aun habiendo cierta limitación de recursos e incertidumbre.

Cabe resaltar que el autoliderazgo está fuertemente relacionado con la inteligencia emocional, en concreto con la de tipo intrapersonal. Esto es así ya que requiere de una importante gestión y regulación emocional, además de ser consciente y conocer nuestras fortalezas y debilidades, y usar esa información en beneficio propio. El autoliderazgo se nutre de competencias tales como la persistencia, el mantenimiento de la motivación, disciplina y tesón.

La consecuencia principal de tener un buen autoliderazgo es el empoderamiento personal. Saber liderarnos a nosotros mismos implica un mayor control de nuestras vidas, evitando los excesos y sacrificándonos para tener éxito, lo que nos traerá satisfacción, plenitud y felicidad. El autoliderazgo implica tomar decisiones de manera independiente, manteniéndonos enfocados en la consecución de las metas personales. Sentir que estamos siendo constantes y teniendo éxito en lo que nos hemos propuesto, repercute en un mayor bienestar emocional, crecimiento personal, mayor seguridad y confianza en uno mismo.

Desarrollar el autoliderazgo

Las 5 A del autoliderazgo

Se dice que son cinco los procesos psicológicos más importantes que influyen en el autoliderazgo y que, a su vez, se ven influidos por esta misma capacidad. A estos cinco procesos se los conoce como las 5 A del autoliderazgo.

1. Autoconocimiento

El autoconocimiento se puede definir como la capacidad de reconocimiento y detección de nuestras propias emociones y pensamientos, entendiendo cómo nos afectan y qué consecuencias implican sobre nuestra conducta. Además, esta habilidad implica comprender y conocer los recursos personales que tenemos, nuestras fortalezas, debilidades y limitaciones.

2. Autonomía

La autonomía es la facultad de las personas para establecer prioridades y objetivos propios de forma independiente. Implica tener la suficiente capacidad para formarse un criterio personal, tomar decisiones y asumir la responsabilidad de nuestras acciones.

3. Autogestión

La autogestión es la capacidad de regular las emociones, las conductas y recursos propios para dirigirlos hacia un objetivo propuesto. Este proceso psicológico es fundamental en el autoliderazgo, pues implica ser capaz de analizar y controlar las acciones sin ayuda externa y reajustarlas en caso de que la situación así lo requiera.

4. Automotivación

La automotivación es la habilidad de influir en el propio estado de ánimo, además de ser lo suficientemente perseverante para mantener un estado emocional apropiado para conseguir alcanzar la meta que nos hemos propuesto. Podríamos decir que se compone de iniciativa, compromiso con los objetivos, voluntad, orientación al logro y optimismo.

5. Autoestima

Y, por último, aunque no menos importante, tenemos la autoestima. Es comúnmente definida como el conjunto de percepciones, evaluaciones y valoraciones que hace un individuo de sí mismo en términos de valor, forma de ser y cualidades.

La relación entre autoestima y autoliderazgo es bidireccional. Si tenemos una buena autoestima, vamos a sentirnos más motivados y orientados para conseguir nuestros objetivos personales por el mero hecho de valorarnos más y sentir que somos capaces de lograrlos. A su vez, si somos personas con esa capacidad de autorregulación, nos sentiremos satisfechos por todo lo que hemos conseguido y estamos consiguiendo y, consecuentemente, nuestra autoestima aumentará.

Estrategias para mejorar la autoestima y el autoliderazgo

Las estrategias que vamos a ver a continuación están mayormente orientadas a mejorar el autoliderazgo aunque, muchas de ellas, de aplicarse a nuestras vidas conseguirán incrementar nuestra autoestima.

Tener un buen autoliderazgo repercute positivamente en nuestras vidas, tanto en lo personal como en lo laboral, siendo una fuente de bienestar al sentir que somos personas competentes y reguladas. Entrenarlo es posible y a continuación vemos cómo potenciar el autoliderazgo:

1. Conocerse uno mismo

Es fundamental conocerse a uno mismo para desarrollar un buen autoliderazgo. Debemos ser conscientes de nuestras fortalezas y debilidades para así saber qué habilidades o aptitudes tenemos más desarrolladas y cuales deberíamos perfeccionar. Para ello, podemos pensar aquellas situaciones en las que creemos que actuamos de la forma correcta y competente y en aquellas las que creemos que no tanto.

También podemos pedir a gente cercana que nos evalúe, que nos diga cuáles piensan que son nuestros puntos fuertes y débiles o en qué creen que destacamos. Haciendo esto, podremos hacernos una idea sobre qué recursos disponemos y cuáles son nuestras limitaciones.

Todo esto nos servirá para que, a la hora de plantearnos una meta, seamos realistas proponiéndonos algo asequible pero, también, que sea lo suficientemente ambicioso como para sentir que estamos consiguiendo algo fruto de nuestro esfuerzo y tesón.

2. Perfeccionar nuestros puntos débiles

Una vez identificadas las limitaciones y puntos débiles es hora de trabajarlos. Lo más recomendable es trabajar a partir de la información que hemos obtenido de estas cualidades. Es un ejercicio de aprendizaje, así que debemos buscar posibles actividades o tareas que puedan mejorar estos puntos débiles.

Si entre esos puntos débiles se encuentran problemas para interactuar con los demás, es fundamental trabajarlos porque influyen tanto en la autoestima como en el autoliderazgo. Podemos recurrir a varios recursos: acudir a un profesional especializado en entrenamiento en habilidades sociales o apuntarnos a actividades grupales como teatro, deportes de equipo, asociaciones…

3. Dibujar una rueda de la vida

La rueda de la vida es un clásico en el repertorio de herramientas de crecimiento personal. Fundamental para potenciar nuestra autoestima y autoliderazgo, consiste básicamente en dibujar un círculo y dividirlo en diez secciones, aunque este número es solo una orientación.

Cada sección representa una área a cambiar o mejorar de nuestras vidas y, una vez escogidas, debemos priorizarlas asignándoles un número de acuerdo con la prioridad o importancia que creemos que tienen. Usando esto, analizamos nuestro presente y nos focalizamos en el futuro.

4. Establecer objetivos

El autoliderazgo no surge así como así. Al igual que los músculos se deben entrenar para no atrofiarse, el autoliderazgo se mejora estableciendo objetivos cada vez más ambiciosos acordes con nuestras capacidades. Ambiciosos no significa que deban ser extremadamente difíciles, sino que nos sirvan para mejorar como individuos y sentir que estamos avanzando.

Dentro de cierta ambición, los objetivos deben ser realistas, alcanzables poniendo un poco más de esfuerzo del que solíamos poner antes y, también, que sean fáciles de medir y evaluar para así comprobar si realmente estamos, o no, regulando nuestras voliciones y consiguiendo aquello que nos hemos propuesto.

Es muy recomendable desglosar los objetivos finales en objetivos a corto, medio y largo plazo. Al conseguir cumplir con metas más asequibles, pequeñas pero aún así que requieren esfuerzo, nuestra autoestima se verá incrementada al sentir que lo estamos consiguiendo y que nos acercamos cada vez más hacia la meta final.

5. Desarrollar hábitos

El autoliderazgo se nutre de los hábitos. Al principio es normal que nos cueste hacer algo pero, una vez lo hemos establecido como un hábito que hacemos por inercia, nos costará poco ponernos a ello. El desarrollo y mantenimiento de la autodisciplina es un aspecto muy bien positivo, algo que nos hará valorarnos más y, consecuentemente, tener mayor autoestima.

6. Flexibilidad y descanso

No se debe pensar que el autoliderazgo es sinónimo de trabajar, trabajar y más trabajar. Una cosa es esforzarse y ser trabajador, enfocado para la obtención de una meta o logro concreto, y otra muy distinta es agotarse hasta el límite pensando que el máximo sacrificio siempre renta. No es así. Estar más cansados, física y mentalmente, lo único que hará será que tomemos peores decisiones a la larga. Por esto es tan importante saber descansar cuando toca.

A algunas personas les cuesta mucho ponerse manos a la obra con una de sus obligaciones pero, una vez se han puesto, también les puede pasar que les cueste muchísimo parar. Están horas y horas pegados a ello, ignorando lo que sucede a su alrededor y tratando de combatir el cansancio. No es la mejor manera para ser productivo, porque cuanto más cansados estamos peor rendimos.

Cuando vemos que no estamos en el mejor estado, lo mejor es parar y tomarse un merecido descanso. Eso sí, también hay que saber parar, respetando el tiempo que nos hemos marcado de pausa. Una cosa es parar para retomar energías y otra es descansar más del tiempo necesario y perder la concentración.

7. Revisar y reajustar

De tanto en tanto tendremos que monitorizar y evaluar cómo se está dando nuestro progreso. En caso de que veamos que nos estamos desviando un poco del camino, lo suyo es llevar a cabo los ajustes pertinentes para volverlo a encauzar. Es imprescindible que, cada cierto tiempo, analicemos el progreso y evaluemos cómo nos sentimos, haciendo los cambios necesarios a la planificación inicial para redirigirnos a nuestras metas.

8. Valorar tanto el proceso como el resultado

No te conformes con llegar a la meta. Como cualquier camino, este habrá sido uno lleno de aprendizajes y lecciones que aplicar para el futuro. La meta es el final del camino, la evidencia final de que hemos sido personas autodirigidas y que hemos sabido seguir adelante, algo que sin lugar a dudas alimentará nuestra autoestima. Valorar el proceso es casi tanto o más importante que el propio resultado.

Debemos extraer los posibles aprendizajes y lecciones que nos ha traído el camino, sea largo o sea corto, sea fácil o sea difícil, para así extrapolarlos a futuros caminos que queramos recorrer de cara a metas que querramos alcanzar en el futuro. Hacer este ejercicio de introspección y contemplación de lo mucho que hemos conseguido nos ayudará a sentirnos mejor con nosotros mismos, viendo que somos capaces de mucho.

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