Autoexigencias: cómo los ''debería'' pueden dar paso a la ansiedad
Nuestra autoestima casi nunca es estática; siempre existe en una tensión entre lo que somos y lo que deberíamos ser. Esto es algo totalmente natural e incluso positivo; de hecho, es buena parte de lo que nos hace capaces de sentirnos motivados por varias de las cosas que nos ofrece la vida.
Sin embargo, cuando “se nos va la mano” con esas autoexigencias, lo más habitual es que desarrollemos problemas emocionales o incluso que dejemos de ser capaces de avanzar hacia nuestros objetivos.
En este artículo veremos de qué manera nos pueden afectar negativamente las autoexigencias cuando no las gestionamos bien, y cómo esta clase de situaciones dan lugar a una subida de nuestro nivel de ansiedad.
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¿Cuándo pasan a ser problemas las autoexigencias?
Suele decirse que lo que nos distingue del resto de los animales es nuestra capacidad para razonar a partir de lo que observamos en nuestro entorno y producir pensamientos de un alto nivel de abstracción. Sin embargo, esto es discutible.
De hecho, más allá de esta visión idealizada del Homo sapiens como ser capaz de pensar por su cuenta, hay otra realidad algo más prosaica: si somos capaces de pensar de maneras tan complejas y llenas de matices, es porque somos capaces de vivir integrados en sociedades de un tamaño enorme, que son relativamente estables, y en las que fluyen ideas constantemente. Y esto implica que la existencia humana está ligada a la necesidad de seguir constantemente una gran cantidad de normas, tanto escritas como no escritas, que hacen posible la convivencia.
Esta tendencia a vivir inmersos en dinámicas sociales llenas de normas hace que ni siquiera las veamos como algo externo a nosotros; en muchos casos, interiorizamos este tipo de pautas de comportamiento, y cuando nos valoramos a nosotros mismos y damos forma a nuestra autoestima, lo hacemos a la luz de una serie de autoexigencias: comparamos nuestro “Yo” real con el “Yo” que deberíamos ser, según nuestras creencias y valores más fundamentales.
Incluso si disponemos de los recursos suficientes como para no tener que esforzarnos mucho para lograr los recursos más básicos, en la mayoría de los casos nos colocamos a nosotros mismos pautas morales, líneas que separan entre lo que es un comportamiento aceptable y lo que es un comportamiento no aceptable, yendo más allá de lo necesario par cumplir la ley. Parece que nos limitemos de un modo innecesario, pero no es así; forma parte de nuestra tendencia hacia la adopción de una mentalidad colaborativa. Queremos ser espetados y aceptados por la gran mayoría de las personas, incluidos nosotros mismos.
Pero ir cargando con una exigencia tras otra no es una garantía de estar en paz con nosotros mismos. No solo porque llega un punto en el que el esfuerzo nos agota; además, el hecho de aspirar a cumplir unos requisitos demasiado ambiciosos puede ser usado para ocultar ciertas inseguridades, y para desatender algunos aspectos de nuestras vidas con la excusa de estar “muy centrados” en convertirnos en lo que en teoría nos importa llegar a ser. Esta clase de desequilibrios nos conduce directamente hacia los problemas por exceso de ansiedad.
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Elementos de la autoexigencia que dan lugar a la ansiedad
Estos son los factores que pueden hacer que las autoexigencias den lugar a un problema de ansiedad.
1. Una autoestima demasiado anclada a la presión social
Hay personas que solo son capaces de valorarse a sí mismas en tanto que son capaces de amoldarse a una serie de estereotipos y expectativas altamente convencionales que la sociedad ha impuesto sobre su identidad. Esto se plasma también en una falta de asertividad a la hora deexpresar lo que uno piensa y quiere para sí mismo.
Un ejemplo claro de esto lo encontramos en los roles de género y su influencia en muchas mujeres, que incluso teniendo trabajo remunerado se esmeran por realizar la mayor parte de las tareas del hogar con tal de o cargar con el estigma que supone salirse del concepto de “lo femenino”.
Por supuesto, no puede decirse que en estos casos el problema esté únicamente en la manera en el que esas personas gestionan sus emociones y su manera de aspirar a ser alguien mejor; hay unas dinámicas sociales que van más allá del individuo y dan lugar a muchos “debería” demasiado rígidos.
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2. Autoexigencias usadas para no afrontar otros problemas
No son raros los casos de persona que cargan sobre sus espaldas una gran cantidad de responsabilidades en un área determinada de su vida con tal de no tener que hacer a las responsabilidades de otro tipo. Aunque hacer eso implica arrojar tiempo y esfuerzo a un pozo sin fondo (dado que no tienen una noción de en qué momento están sacrificando demasiado por lograr su objetivo), sienten que al menos eso aporta orden a sus vidas, al crear una rutina en la que se centra toda su atención.
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3. Acumulación de autoexigencias para no adoptar una visión estratégica
Este es un fenómeno que se da sobre todo en personas con poca experiencia en un tipo de trabajo o proyecto: intentan estar haciendo cosas constantemente, en una manera desesperada de intentar compensar su falta de criterio acerca de lo que funciona y lo que no funciona. A medida que pasa el tiempo, el nivel de ansiedad se va incrementando al no ver resultados positivos.
4. Desconfianza ante la idea de delegar
Otra fuente de ansiedad a través del exceso de autoexigencia aparece en las personas que no se plantean delegar tareas, porque dan por sentado de manera sistemática que no asumir ningún riesgo de ese tipo forma parte de su responsabilidad. Se da sobre todo en quienes han desarrollado un nivel de perfeccionismo que se vuelve disfuncional.
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5. Creencia de que la salud está desconectada del rendimiento
Finalmente, otra manera de sufrir problemas a causa de una mala gestión de las autoexigencias tiene que ver con entender que nuestra salud y nuestras responsabilidades son dos elementos claramente separados. Esta clase de maneras de pensar hace que, por ejemplo, muchas personas sacrifiquen muchas horas de sueño a la semana con tal de poder cargar con más trabajo.
Por supuesto, esta creencia es errónea; de hecho, nuestra capacidad de concentración se ve seriamente afectada en cuestión de pocas horas en cuanto empiezan a surgir la falta de sueño o el exceso de estrés.
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