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​Por qué muchas personas nos fallan, y cómo evitarlo


Una de las primeras lecciones que aprendemos al adentrarnos en la adultez es que la justicia es algo creado por el ser humano, no un principio que rija la naturaleza. Más allá de algunos conceptos religiosos y claramente metafísicos como por ejemplo el karma, asumimos que lo normal es que nosotros tengamos que luchar por hacer justicia, en vez de dejar que esta se haga sola.

Pero saber esto no hace que ciertos problemas de las relaciones personales se vuelvan menos frustrantes. La aparición en nuestras vidas de personas que nos fallan cuando creemos que deberían poder estar ahí para nosotros es una de esas vivencias desasosegantes ante las cuales no siempre sabemos cómo responder.

Cuando las relaciones personales nos decepcionan

A todos nos ha pasado; hay personas con las que, a pesar de haber compartido buenos momentos y conversaciones llenas de sinceridad, nos terminamos distanciando al ver que no están ahí cuando más las necesitamos. Incluso después de que les hayamos hecho importantes favores.

La decepción que se experimenta en esos casos no suele ser la causa del distanciamiento, sino otra de las consecuencias de esa pequeña traición. Sin embargo, en esos momentos solemos recordar que, técnicamente, los demás no tienen por qué encajar con nuestras expectativas. Por algo son seres completamente independientes de nosotros, no existen para satisfacer nuestras necesidades. Que de pequeños hayamos tenido unos padres y madres que incentivaban unas acciones y penalizasen otras no significa que la naturaleza vaya repartiendo premios y castigos de forma automática. Es un hecho que los favores no tienen por qué ser devueltos.

Pero… ¿debemos conformarnos con esa explicación? Cuando nos damos cuenta de que las personas que nos fallan empiezan a ser sospechosamente numerosas, ¿no hay más posibles explicaciones además de la simple casualidad?

¿Por qué casi nadie está ahí para mí?

Es importante entender que en prácticamente cualquier problema personal hay causas (que no necesariamente culpa) en nosotros mismos y en el contexto en el que vivimos. Puesto que para entender el segundo factor es necesario estudiar caso por caso, a continuación veremos dos posibles explicaciones relacionadas con el segundo factor. Ambas indican una posibilidad de mejoría de la situación.

Un sesgo hacia las relaciones tóxicas

Es posible que tengamos un sesgo a apreciar especialmente la compañía de un perfil de personas que, simplemente, se compromete muy poco con las relaciones de pareja o de amistad. Gente con un encanto superficial, por ejemplo, que se muestra muy amable pero mantiene siempre las distancias para no involucrarse en los problemas ajenos. O simplemente personas extremadamente individualistas y poco solitarias que, por su apariencia rebelde, nos parezca atractiva.

Si dedicamos buena parte del tiempo y el esfuerzo de crear amistades a establecer contacto con estas personas, posiblemente nos frustraremos más a medio y largo plazo, cuando una buena parte de las personas con las que nos relacionamos empiecen a fallarnos. 

Por eso es bueno reflexionar acerca de la posible existencia de estos sesgos y reorientar hacia otras personas o círculos sociales la misión de conocer gente. Quizás los prejuicios y la poca variedad de lugares por los que nos relacionamos con otros están limitando nuestras posibilidades de conocer a personas que encajan bien con nosotros.

Aprender a estar ahí para uno mismo

El bien y el mal no son dos elementos totalmente separados el uno del otro. Ambos dependen en gran parte del contexto de la persona que los reproduce a través de sus actos. Por ejemplo, no es lo mismo robar siendo parte de la clase media que hacerlo en la mendicidad. Teniendo en cuenta esto se entiende que las mismas personas que ignoran totalmente nuestras necesidades ni se preocupan por nosotros puedan llegar a ser muy buenas amigas nuestras en un contexto algo distinto.

¿Y qué es lo que puede estar haciendo que esa potencial amistad solo se esté experimentando como algo totalmente superficial? Entre otras cosas, puede tener que ver con un problema de autoestima y de asertividad.

Si los demás perciben que no nos valoramos, tienden a imitar nuestro comportamiento, porque somos los mejores expertos sobre nosotros mismos. Parte de la ausencia de las personas que estén ahí para acompañarnos y respaldarnos puede deberse a que mandamos la señal de que hacer eso está de más. 

Por ejemplo, si renunciamos sistemáticamente a defender nuestros puntos de vista, o a defendernos de críticas injustas, la idea que comunicamos es que la renuncia es nuestra forma de vida y que, por consiguiente, nadie debería sacrificar tiempo y esfuerzo a apoyarnos, porque en primer lugar no lo hacemos ni nosotros.

En todo caso, hay que tener claro que aunque la responsabilidad de mejorar nuestra autoestimaasertividad sea nuestra, eso no significa que la culpa de lo que nos hacen los demás también lo sea. De hecho, es posible que el problema de autoestima se originase a partir de comportamientos injustos de los demás hacia nosotros y que, a partir de ahí, se crease un círculo vicioso de profecías autocumplidas (los otros nos toman poco en serio porque prevemos que lo harán).