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Cómo jugar con la emoción y no morir en el intento


Es mucha la información a la que nos exponemos diariamente y que nos habla de las emociones, de cómo nuestro cerebro juega con ellas y cómo nos hacen malas pasadas a la hora de conseguir o no nuestros objetivos.

La capacidad de sentir una emoción viene de fábrica; las emociones son el resultado de reacciones químicas que se surgen ante un estímulo externo o interno en nuestro cerebro, en concreto en nuestro sistema límbico, y sirven para muchas cosas. De hecho, fueron creadas para ayudarnos a sobrevivir, ya que cada emoción nos predispone a una acción diferente.

¿Qué acciones se asocian a una emoción?

Las principales situaciones que hacen emerger en nosotros las emociones son las siguientes:

  • Enojo o ira: nos lleva a acciones sin filtro, a la impulsividad.
  • Miedo: favorece la huida o la parálisis.
  • Felicidad: en ella sonreímos mucho más, nuestras acciones son más serenas y cualquier reto parece más asumible.
  • Amor: nos permite estar en un estado de armonía y optimismo.
  • Sorpresa: nos abre a un mundo de nuevas posibilidades, es necesaria ante nuevos retos.
  • Desagrado o asco: nuestro cuerpo se contrae, sobre todo la boca, sentimos que algo es desagradable, incluso virtualmente.
  • Tristeza: es inevitable para poder realizar un buen duelo en caso de pérdida, nos baja la actividad y la velocidad metabólica.

Emociones y acciones

Un ejemplo: el caso del miedo

Te pongo un ejemplo cuando hablamos del miedo. Hace muchos siglos, cuando venía un león hacia nosotros, el cerebro disparaba en nosotros el miedo y salíamos por patas. "Dale fuerte a las piernas", decía nuestro cerebro, y por consiguiente el cuerpo obedecía...

Hoy también nos pasa algo así. No es habitual encontrarnos leones por la calle al salir de casa, pero cuando alguien o algo "más grande" o "más poderoso" hace que se nos dispare el miedo, adoptamos esa predisposición a salir corriendo. O también nos puede ocurrir algo no tan bueno: nos bloqueamos y ahí nos quedamos estáticos sin reaccionar...

Como vemos, la emoción genera una reacción automática en el cuerpo y nos conduce a hacer algo de una determinada manera, en algunos casos de manera muy productiva, el salir corriendo, y otras no tanto, como cuando nos quedamos estáticos ante una amenaza.

¿Qué pasa cuando nos fijamos un objetivo o meta y nos cuesta conseguirla?

Puede ser, debido a muchas razones, que el objetivo esté mal definido, que no sea realista ni asumible por nosotros en este momento... Pero también debemos escucharnos y tomar conciencia de la emoción, tenerla muy en cuenta cuando queremos fijarnos objetivos y metas. Debemos alinear la emoción con la meta a conseguir, porque podemos no avanzar en nuestro objetivo como querríamos.

Hay metas ante las cuales no avanzamos, y en situaciones así debemos explorar qué emoción se nos dispara y preguntarnos si esa conversación que tenemos con nosotros mismos nos predispone a vivir esa emoción. En este momento nos tenemos que preguntar si la situación nos está limitando, o si puede ser modificada... Incluso debemos preguntarnos para qué nos estamos contando esto.

Existe un mundo de posibilidades que nos permiten abordar una infinidad de conversaciones internas diferentes que nos disparan emociones mucho más productivas en ese momento para conseguir nuestros objetivos, y eso es un trabajo que debemos abordar antes de realizar o planificar cualquier plan de acción o fijación de objetivos. De ese modo vamos a sentirnos más alineados con lo que queremos y cómo lo queremos, y sobre todo seremos más productivos, pues desgasta mucho el luchar contra gigantes una vez tras otra.

En coaching, a esto lo llamamos reconstruir lingüísticamente la emoción; es un proceso que nos permite cambiar las conversaciones que tenemos con nosotros mismos, de manera que modificamos nuestros juicios y, sobre todo, analizamos esas creencias que nos inmovilizan y nos limitan, y por lo tanto generamos una emoción diferente mucho más alineada con el objetivo.

En una ocasión tuve una coachee que, cada vez que cada vez que veía o sentía una injusticia en ella o en el otro, notaba cómo se le disparaba la rabia. Con esa emoción no podía gestionar conversaciones con el otro ni con sí misma de manera positiva o productiva, lo cual la alejaba de su objetivo o meta. Gracias al proceso de coaching cambió su emoción, probó lo que mejor le iba y sobre todo consiguió su objetivo.

Qué tranquilizador es poder jugar y cambiar la emoción y no morir en el intento, ¿verdad?