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Por qué la depresión post-vacacional no existe


Llega septiembre y todo tipo de medios de comunicación y “psicólogos de TV” empiezan a repetir uno de los mantras más extendidos de la “psicología popular”: la depresión post-vacacional.

De entre todos los trastornos inventados por medios de comunicación click-bait y vendedores de libros de auto-ayuda, la depresión post-vacacional podría ser el más extendido de todos.

En este artículo te voy a explicar por qué la depresión post-vacacional no existe como tal, y cuál es el verdadero problema al que deberíamos prestar atención después de terminar nuestras vacaciones.

Patologizando la vida

La depresión es un trastorno psiquiátrico muy estudiado y que puede alcanzar niveles de cierta gravedad. Millones de personas alrededor del mundo la sufren. Por eso a muchos psicólogos nos indigna que se banalice poniéndole coletillas como “post-vacacional”.

Si en agosto no tenías depresión, no te va a caer del cielo solo por terminarse las vacaciones. Y si en efecto había sintomatología de depresión, probablemente ya se estaba manifestando mucho antes de las vacaciones.

Es un fenómeno muy común, el de acuñar un término para etiquetar a las personas que sufren de determinados síntomas muy comunes. Por ejemplo el agobio o las pocas ganas de que se terminen las vacaciones de verano o de navidad.

Los síntomas de la supuesta “depresión post-vacacional” son tan ambigüos y comunes que lo difícil es no auto-diagnosticársela al volver de la playa.

Pero, ¿de verdad es patológico que sienta pocas ganas de volver al trabajo tras las vacaciones? ¿Se me puede aplicar la etiqueta o diagnóstico de depresión? ¿En serio?

Pues en la grandísima mayoría de los casos, no.

Preferir las vacaciones a trabajar es natural

La depresión post-vacacional da material para escribir artículos (como este que estás leyendo ahora mismo), obtener clics e incluso vender algún que otro libro de auto-ayuda.

Pero la realidad es que estar algo tristes por volver a trabajar en septiembre (o en enero) no tiene nada de patológico. Es el resultado natural de la transición entre fases y estaciones. La mayoría de personas disfrutamos mucho de desconectar del trabajo y de la rutina habitual por unos días o semanas. Es normal. Es emocionante, es relajante.

Por eso, cuando esa temporada especialmente placentera (y esperada durante la mayor parte del año) se termina, es 100% natural que sintamos cierto bajón, que añoremos los buenos ratos en la piscina o las fotos que hicimos en lugares nuevos.

Entonces no, si sientes pocas ganas de volver a la oficina tras las vacaciones, no tienes por qué sufrir ninguna patología psiquiátrica: probablemente seas la persona más mundana del barrio.

Tu trabajo no tiene por qué gustarte

Que nos guste (mucho) nuestro trabajo es un privilegio, es una suerte. La cultura del “coaching motivacional” o la “psicología positiva” han ido alimentando las expectativas de la gente hasta niveles extremos.

Cuando mucha gente quiere “encontrar su pasión” y que todos los días sean una montaña rusa de emociones y éxitos… con esas altas expectativas encima, lo más normal es que sintamos decepción la mayoría del tiempo.

Soy psicólogo, y soy consciente de la inmensa suerte que tengo de poder trabajar de algo que disfruto. Pero si pudiera elegir, yo también habría alargado mis vacaciones un poquito más. También me da cierta pereza volver a la rutina. No me levanto todos los días con inmensas ganas de trabajar. Hay días mejores y días peores.

Con el trabajo (y con casi todo lo demás en la vida) no podemos cegarnos en una visión de blanco/negro o todo/nada. Me puede gustar mucho mi trabajo, me pueden gustar mucho más mis vacaciones en el norte. O lo que probablemente experimentan la mayoría de personas: tu trabajo no te despierta ninguna pasión en especial, no te encanta.

Para ti, tu trabajo solo es un medio para ganar dinero y así poder pagar las facturas y permitirte tiempo para las otras cosas que sí que te apasionan o disfrutas.

Y eso está bien. No tiene nada de malo. Es lo más habitual. El hecho de que no saltes de alegría ante la perspectiva de volver a la oficina, tienda o taller no significa que estés haciendo nada mal.

Normalizar la tristeza y otras emociones desagradables

Sentir tristeza o pocas ganas de hacer algo no tiene nada de malo. Al contrario, cuanto más nos esforcemos en tapar o bloquear esas emociones, en auto-convencernos de que no sentimos esas cosas, peor nos sentiremos a largo plazo.

No es ningún fracaso. Al contrario. Cuanto antes aceptemos que no disfrutamos algo (y que eso es natural) antes podremos movilizar nuestros recursos para adaptarnos a esa situación desagradable de la forma más digna posible.

Ahí creo que está precisamente el desafío para muchas personas: aprender a adaptarse al desafío con dignidad, sin forzarse a ser un Tony Robbins o cualquier otro gurú que “siempre está motivado”.

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