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Prevención de la violencia: recursos para la formación profesional


¿Está Vd. preparado, como profesional, para atender a un pedófilo adulto que le pide ayuda en su consulta y que le asegura que no ha cometido ningún abuso sexual?

¿Y si la pregunta en consulta fuese algo así como la siguiente?

-A mi hijo lo acusan de tener material pornográfico infantil obtenido por Internet y le piden una condena de prisión, ¿qué puede hacer Vd. como psicólogo por él?

Piense un poco las respuestas. Es muy probable que se le ocurra esta: esto no es de mi especialidad, recurra a un profesional apropiado. ¿Los hay? ¿Sabe Vd. quienes son?

¿Y si en vez de unas preguntas tan específicas le formulan otras, como la siguiente?

-Mi pareja me agrede, me amenaza… pero yo quiero seguir con el, le quiero y no quiero denunciarle, quiero que cambie…. ¿qué puede hacer Vd. como psicólogo por nosotros?

O, como estas:

-Mi paciente, que sufre un trastorno alimentario, ¿puede suicidarse?

-Mi hijo adolescente pega a su hermana y a su madre, y no sabemos que hacer, ¿llamamos a la Policía?, ¿Vd. nos puede ayudar?

-En nuestra organización hay un valioso mando intermedio que acosa a las trabajadoras, o al menos eso dicen las habladurías, ¿qué podemos hacer?

-Un padre de familia, que acaba de separarse de su mujer por maltratador de pareja, pero que, por lo demás, no muestra ningún problema personal o social, ¿puede tener la custodia de sus hijos?

Cuestiones de este tipo y otras similares, todas ellas relacionadas con la violencia y sus formas, son preguntas apropiadas (y difíciles) para los profesionales de la Psicología a las que hay que dar respuesta.

Desgraciadamente, muchos psicólogos y psicólogas no tienen formación especializada acerca de estos problemas, a veces ni tan siquiera genérica. Cada día es más probable que un profesional de la psicología se enfrente con problemas derivados de la violencia, porque existe una gran demanda social para solventar los problemas que genera la violencia. Y los profesionales de la Psicología están en la primera línea de los llamados a este menester.

¿Está Vd. preparado como profesional de la psicología para intervenir en los temas de violencia? Si aún no se ha enfrentado a este tipo de demanda no tardará en tenerla encima de la mesa. Y esta afirmación vale para casi cualquier área de la Psicología (clínica, forense, deportiva, escolar, social…).

Formación para la prevención de la violencia desde la Psicología

En los programas formativos de licenciatura y del grado universitario de Psicología, algo menos en los postgrados y masters, la formación sobre violencia es muy escasa y siempre es subsidiaria a otros temas (psicopatología, jurídica, social, escolar, etc..).

Si buscamos hoy la oferta formativa en temas de violencia encontraremos una escasa oferta de asignaturas o de cursos universitarios que la tengan en el centro de interés. Afortunadamente poco a poco, sobre todo en los contextos de la formación continuada y de especialización (cursos de postgrado, profesionales…), esta oferta formativa está aumentando y el panorama va cambiando. Pero la demanda profesional va más rápida que la oferta formativa.

Queremos ocuparnos, en este artículo, de la formación de los profesionales de la psicología en las técnicas y procedimientos de valoración del riesgo de violencia, el núcleo básico de la intervención, el primer paso para la prevención de la violencia, este comportamiento tan dañino.

La valoración del riesgo de violencia

Los profesionales somos de utilidad en la medida en que, con nuestras decisiones e intervenciones, solucionamos los problemas que nos plantean. Y el problema esencial de la violencia – para prevenirla - es su reiteración. Hay que evitar que la violencia aparezca, pero si lo hace, es fundamental evitar que se repita. Los profesionales podemos ayudar en esta tarea siempre y cuando sepamos anticipar nuevos o futuros hechos violentos.

Una primera idea fundamental, el abc de la formación en prevención de la violencia, es que la probabilidad de que ocurra una conducta violenta grave es reducida, a veces muy reducida (aunque nos parezca lo contrario a la luz de los medios de comunicación) y, por tanto, la prevención eficaz debe ajustarse a esa probabilidad. Ni sobreestimar, ni subestimar el riesgo de que aparezca.

Pero los psicólogos no somos adivinos, solo sabemos (y esto tiene un valor enorme) estimar la probabilidad de que sucedan unas conductas u otras. Acertar en el pronóstico es nuestro reto, a pesar de que siempre existirá un rango de error. Y los errores en la gestión de la violencia son muy trascendentales.

En la práctica profesional tan grave es un falso positivo (alertar de que viene el lobo sin que vaya a venir) como un falso negativo (confiarse en que el lobo no va a venir cuando ya está asomando por la puerta). Pero si hemos de escoger un error, en los temas de violencia, mejor un falso positivo que un falso negativo. Las consecuencias de los falsos negativos son siempre muy negativas, y a veces, irreversibles.

Todos los psicólogos y psicólogas (juniors o seniors, con más o menos formación especializada) sabemos que el problema de la violencia y la agresión es grave y que la tolerancia social que antes había con este problema ha desaparecido. Pero es que sabemos que la violencia es un problema genuinamente psicológico. Ante la violencia, ante las demandas que produce, los psicólogos no podemos rehuir nuestra responsabilidad profesional, incluso cuando la demanda viene de los autores de la violencia o su entorno.

Prevenir la violencia es una tarea importante de la Psicología aplicada. Las demandas de este tipo que nos hagan hay que atenderlas, porque la agresión y la violencia (en todos sus formatos y tipos y tanto si hablamos del agresor como de la víctima) son comportamientos, o fantasías, y forman parte de las creencias, de las actitudes de las personas.

La conducta agresiva y violenta va acompañada de intensos cambios emocionales y está fuertemente determinada por los sentimientos y los afectos. La investigación criminológica nos informa de que el 80% de los homicidios y asesinatos están relacionados con la venganza y el odio, también muchas agresiones sexuales lo están. La expresión de la violencia en los pacientes de trastornos de personalidad o de trastornos mentales severos e incluso en enfermos con alteraciones neurodegenerativas son importantes y fuente de muchos problemas y malestar.

¿Qué hacer?

Tanto en adultos como en jóvenes y adolescentes, y también en niños, la violencia es un problema que la Psicología sabe prevenir. Pero, como en cualquier actividad profesional, la competencia del técnico está en relación directa a su formación y entrenamiento. Existe un consenso generalizado de que la mejor solución, si no la única, para los problemas de la violencia, es la prevención. Leer esta frase puede irritar a mas de uno, porque parece un mantra que sirve de comodín para responder a casi todos los problemas sociales. Pero no por eso deja de ser una de las premisas básicas para evitar la violencia. La prevención de la violencia no busca encontrar la solución de la violencia, sino evitar que aparezca y sobre todo que reaparezca, que se agrave y empeore.

La prevención de la violencia es un proceso que tiene dos componentes, dos etapas ordenados en el tiempo, distintos: estos son, primero, la valoración del riesgo y, segundo, la gestión (intervención) del riesgo. Generalmente, los psicólogos tendemos a pensar que la prevención consiste en intervenir (en cualquiera de las acepciones que tenga este término), pero realmente la intervención es el segundo paso. El primer paso es la valoración del riesgo. Y en la medida en que el primer paso sea acertado, la intervención será más eficaz. A

Antes de intervenir hay que valorar cómo, cuándo, y con qué intensidad y frecuencia hemos de intervenir. Eso es valorar el riesgo. A veces, esta tarea se confunde con la de diagnosticar, pero no son lo mismo. Un diagnóstico implica valorar, pero es algo más que eso; es comparar y decidir sobre la, por ejemplo, presencia de un síntoma, síndrome o similar en relación con un sistema clasificatorio previo. Pero de ahí no se deduce automáticamente lo que puede pasar en el futuro con un determinado paciente y en un momento temporal concreto y menos con la violencia.

Las técnicas de valoración del riego

Desgraciadamente, en España hemos asistido en los últimos meses a tres gravísimos filicidios, cometidos por mujeres diagnosticadas de graves trastornos depresivos, y que tenían a su cargo los hijos a los que asesinaron. ¿Se podían haber prevenido?

Anticipar lo que puede pasar es lo que llamamos pronosticar, y en los casos de la conducta agresiva y violenta es imprescindible, pero en la mayoría de los casos, no está sujeto a diagnósticos clínicos. Así que se necesitan otros recursos para este tipo de pronósticos, entre los que aparecen las técnicas de valoración del riesgo.

Las técnicas de valoración del riesgo consisten en procedimientos (más o menos formalizados) de compilar información, seleccionarla, evaluarla y combinarla para tomar decisiones acerca de la probabilidad de que un determinado comportamiento, una agresión física, un abuso sexual, una amenaza, una autolesión o similar, vuelvan a suceder en un contexto temporal y escenario determinados.

La técnica más habitual para valorar el riesgo es el “juicio clínico no-estructurado” equivalente a tomar una decisión basada en la intuición o juicio del experto sobre el pronóstico. La segunda técnica es la llamada “actuarial”, en la que mediante el uso de una herramienta psicométrica, se sustenta el pronóstico en una puntuación matemática.

Ambas técnicas son frecuentes en Psicología y tienen sus fortalezas y debilidades. Así, por ejemplo, una fortaleza del “juicio clínico no-estructurado” es su adaptabilidad al caso clínico, pero su debilidad es la subjetividad del resultado del mismo. Una fortaleza de la técnica “actuarial” es su fiabilidad, pero su principal limitación es su poca adaptabilidad al caso único.

Existe una tercera técnica llamada “juicio clínico estructurado”, que combina las fortalezas de las anteriores y pretende evitar sus limitaciones. Éstas últimas , las técnicas de valoración del riesgo basadas en el “juicio clínico estructurado” son las que reúnen el mayor consenso actual entre los expertos que trabajan en la prevención de la violencia, porque aseguran una mayor eficacia en la prevención. Una de las razones más importantes es porque tienen mayores niveles de eficiencia pronóstica.

El aprendizaje y la competencia en la aplicación de las “técnicas de juicio clínico estructurado” para valorar el riesgo de violencia es, para los y las profesionales de la Psicología, una necesidad que requiere una preparación especializada y que no es muy compleja. Por nuestra formación en evaluación y otras competencias similares, los profesionales de la Psicología están, estamos, muy preparados para adquirir una elevada competencia en la valoración del riesgo de violencia y, por tanto, poder intervenir en los problemas que la reiteración de la agresión y la violencia generan.

La necesidad de la formación continua

Nadie discutiría que en los tiempos que corren la formación continua es una necesidad pero, en nuestro ámbito, hay una falta de tradición de la formación continua (anto por parte de los profesionales como por parte de las entidades en que se integran) que hay que reconvertir en una práctica habitual. A excepción de los profesionales del mundo sanitario, que tienen bien establecido el papel de la formación continuada en su ámbito profesional, en los campos propios del trabajo con la violencia (juristas, criminólogos, trabajadores y educadores sociales, psicólogos, etc..) esta realidad esta en fase de desarrollo incipiente.

El Instituto de Psicología Forense (IPF) se ha constituido como un centro de innovación y referencia en la práctica profesional de la psicología aplicada a la ley. Una de sus tareas, en la que lleva años comprometido, es la formación especializada de profesionales de la Psicología en la prevención de la violencia.

En particular, ofrece cursos y entrenamiento en las prácticas de valoración del riesgo de violencia en contextos jurídicos, clínicos y de intervención social. Estos recursos formativos van desde una formación básica en las técnicas de valoración del riesgo de violencia hasta la formación especializada en áreas como la violencia de género, la violencia sexual o la violencia interpersonal en el ámbito de las organizaciones.

Una de las innovaciones formativas en el ámbito profesional, en español, es la puesta a punto de los llamados webinars, recursos formativos en directo que aprovechan las facilidades de internet y las redes sociales para facilitar los procesos de formación. Los webinars son un paso más de la antes llamada “formación a distancia u online”. El IPF lleva más de 5 años promoviendo este tipo de cursos y con una gran asistencia de participantes de España y Latinoamerica. De todos aquellos que usan el castellano como lengua profesional.

La violencia se puede evitar, las consecuencias gravísimas de la misma (a veces la perdida de vidas humanas, las lesiones permanentes, las discapacidades, etc…) que sufren las víctimas son prevenibles. Además la demanda social de los ciudadanos es clarísima, hay un rechazo total (cada día mas generalizado) de la violencia y sus consecuencias. Existe un compromiso formal de los políticos y administradores sociales de luchar contra esta grave lacra que tanto daño hace a la sociedad.

Tanto la demanda social como el compromiso político-legal cristaliza en un requerimiento a los profesionales – psico-, socio-, crimi-, educa-, jurídico – de que intervengan con eficacia en la solución de este problema. Y todos estos profesionales tienen que estar preparados para poder intervenir en la prevención de la violencia. Y hacer que los profesionales tengan un buen rendimiento en la prevención requiere que éstos profesionales estén bien formados y que sean competentes en las últimas y más modernas estrategias de valoración y gestión del riesgo.