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¿Qué es el afecto y por qué nos marca a lo largo de la vida?


El afecto es un fenómeno psicológico que, de un modo u otro intuimos que es importante para nuestras vidas. Aparece siempre en las conversaciones cuando hablamos sobre relaciones personales, o cuando nos da por reflexionar sobre el amor.

Sin embargo, ¿qué es exactamente el afecto? Al ser un concepto que utilizamos de manera intuitiva, sin pararnos mucho a pensar en su significado, a veces caemos en errores y lo consideramos un elemento que simplemente está ahí cuando nos relacionamos con alguien. Pero lo cierto es que se trata de algo que no aparece y desaparece espontáneamente a medida que socializamos con personas diferentes; está ahí siempre, y sus efectos dejan una huella en nosotros. Veámoslo.

¿Qué es el afecto?

“All you need is love”; tal y como nos recuerda esta conocida canción de los Beattles, el amor es algo que nos mueve y nos da fuerzas para descubrir y ver el mundo. Pero aunque al hablar de amor solemos pensar en el amor romántico o el que se da hacia la pareja, también existen otros muchos. Una madre que acuna a su hijo, un amigo que está al lado en los malos momentos, una pareja que te hace sentir más vivo que nunca. Todos ellos están unidos por profundos lazos afectivos.

Aunque todos sabemos lo que es y lo hemos experimentado en alguna ocasión, no resulta tan sencillo como parece darle una definición a lo que es el afecto que sea general y tenga en cuenta las diversas situaciones o circunstancias en las que puede aparecer. Sin, embargo, a nivel general se puede considerar el afecto como aquella disposición que tiene una persona o animal hacia otro ser o situación.

Frecuentemente el afecto se identifica con la emoción, pero aunque relacionados lo cierto es que existe una diferencia: el afecto está dirigido hacia otra persona, ser o cosa y sus niveles pueden oscilar pero suelen ser más permanentes, mientras que las emociones son experimentadas por uno mismo y son temporales. Generalmente el afecto se identifica y asocia con sentimientos de amor y cariño hacia alguien, un sentimiento de unión hacia el otro.

Se trata pues de un elemento de carácter relacional, una interacción entre varias personas o seres (no olvidemos que también podemos sentir afecto por las mascotas o animales, y estas también sienten afecto por nosotros y entre ellas). Así pues no es algo que dependa solo de uno mismo, sino que está ligado a la relación que tenemos con la persona o ser en cuestión.

Características de los lazos afectivos

El afecto es un elemento imprescindible para el ser humano, estando su ausencia vinculada a diversas psicopatologías como la depresión, la sociopatía o incluso siendo un factor de gran importancia en el surgimiento de trastornos de personalidad. También predispone a enfermedades médicas o a que éstas empeoren así como a una menor tasa de supervivencia, como en casos de cáncer o cardiopatías.

El afecto es fluido y variable, dado que puede cambiar según cómo sea la interacción. Se expresa de muy diversas formas, generalmente invirtiendo energía por tal de hacer sentir bien a la otra persona (tanto si es de forma visible como si es imperceptible por los demás). Dichas muestras de afecto a su vez pueden recibir diferentes tipos de respuesta por parte del otro.

Y es que en muchas ocasiones el afecto no es correspondido o no se da en el mismo nivel (podemos sentir cariño por alguien pero no amor romántico, por ejemplo), o incluso puede resultar desagradable e indeseado por el otro sujeto.

Aunque en este artículo nos centramos en el afecto tal y como se entiende popularmente (el anteriormente mencionado sentimiento de unión hacia otro), lo cierto es que también podemos hablar de afectividad positiva y negativa, en función del tono emocional general que tengamos.

El afecto como necesidad a lo largo del ciclo vital

La capacidad de sentir, dar y recibir afecto es algo en gran medida biológico, mediado por diferentes neurotransmisores como la oxitocina. Sin embargo, serán en gran medida las experiencias vitales las que marquen si sentimos afecto por alguien, por quién y de que manera expresarlo.

Surge durante las primeras etapas de nuestra vida, especialmente cuando empezamos a recibir gratificaciones en forma de atención y las primeras personas hacia los que lo sentimos suelen ser en la mayoría de casos nuestros padres o cuidadores habituales, siendo algunos de los primeros seres que somos capaces de reconocer según nuestro cerebro se va desarrollando y permitiendo reconocer a los demás como elementos distintos a uno mismo. Y no únicamente tras el parto, sino que también la relación existente con la madre durante el desarrollo fetal y durante la etapa de embarazo.

Sentir y recibir afecto es algo fundamental para nuestro correcto desarrollo emocional y cognitivo como seres humanos. Como seres gregarios que somos y que formamos parte de una sociedad, necesitamos sentirnos parte del grupo, sentirnos unidos a otras personas.

1. Primeros años e infancia

Y dicha necesidad es visible desde el nacimiento: el bebé necesita de un entorno seguro y de la existencia de respuesta a sus necesidades. El contacto físico y el afecto que recibimos en la infancia van a marcar en gran medida nuestra actitud ante la vida: un bebé que ha sido querido podrá afrontar el mundo con confianza en sí mismo (puesto que sus expresiones y necesidades se han visto cubiertas), mientras que uno que ha sido desatendido va a tender a ver el mundo como algo que no responde a sus necesidades, que le ignora y del que desconfiar.

Recibir afecto influirá en la manera de verse a sí mismo y al mundo, a la vez que nos hace sentir seguros, tranquilos, a salvo y a poder ver las cosas con alegría, entusiasmo y curiosidad. La mezcla entre el temperamento del bebé y su interacción con sus cuidadores va a determinar en gran medida el tipo de apego que este manifieste con ellos y con el resto del mundo.

Según vamos creciendo las necesidades afectivas se amplian, empezando a relacionarnos con otras personas y seres más allá de nuestros cuidadores. Se empiezan a hacer las primeras amistades y vinculaciones con otros semejantes. En la familia, la expresión de afecto y apoyo sigue siendo fundamental, siendo una etapa en la que el niño absorbe no solo el cariño que recibe sino también los valores y los modos de actuar más apropiados.

En cuanto al afecto en sí, es importante que lo reciba pero también que pueda darlo, siendo importantes las reacciones de los demás ante dichas expresiones de afecto. Que en estas relaciones infantiles podamos dar y recibir afecto también van a marcarnos en gran medida. Y hay que tener en cuenta que el afecto no solo se da hacia seres vivos: juguetes y objetos que son importantes para nosotros también nos lo despiertan.

En general, personas que a lo largo de la niñez han recibido afecto suelen ser más empáticos, mientras que los que no suelen ser más rígidos, distantes y tender más a trastornos ansiosos y depresivos.

2. Adolescencia y adultez

Pero no solo en la infancia: la adolescencia es una etapa en la que necesitamos de mucho afecto, en la que aprendemos a relacionarnos y experimentamos diferentes cambios que nos hacen interesarnos más por los otros.

Nuestro interés se aleja de la familia y se centra en el grupo de iguales (en el cual vamos a invertir gran cantidad de esfuerzo), descubriéndonos a nosotros mismos e intentando formar nuestra propia identidad. Las experiencias que vivamos y que hayamos vivido, así como el afecto recibido por el camino, serán importantes a la hora de lograr una identidad integrada y con buena autoestima. También empieza a aparecer otro tipo de afecto, el romántico, surgiendo las primeras experiencias amorosas.

Una vez llegamos a la adultez, la necesidad de afecto sigue y va a seguir vigente durante toda la vida. Si bien existen individuos que no disfrutan de la compañía, por lo general todos queremos compartir nuestra vida con otras personas. Las relaciones se vuelven más complejas y somos mucho más conscientes de lo que sentimos, lo que hacemos y lo que provocamos. Las relaciones románticas cobran más importancia, aunque de una forma más serena que en la adolescencia. Familia, amigos, pareja, hijos… todos ellos son más o menos importantes para nosotros y van a despertar diferentes grados de afecto.

3. La ancianidad

Aunque es un aspecto poco cuidado por la sociedad actual, la ancianidad es una etapa difícil en que poco a poco vamos perdiendo facultades físicas y mentales. Además, gran parte de las personas por quienes hemos sentido afecto han muerto ya o están en la recta final de su vida, apareciendo el miedo a perderlos. Resulta más fácil perder autonomía y sentirnos más frágiles.

Es un momento vital en que el afecto es muy necesario, pero en muchos casos no se da suficientemente, lo que hace que existe una mayor facilidad para enfermar y que aparezcan trastornos tales como la depresión. Y es que una gran cantidad de ancianos se sienten solos.