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Las emociones en el capitalismo y el ''homo sentimentalis''


Intimidades Congeladas (2007) es el título de la obra en que la socióloga Eva Illouz se propone analizar las emociones en la instrumentalización que de ellas ha realizado el capitalismo durante el último siglo.

Estudiosa del impacto de la psicología en el desarrollo de un “capitalismo emocional” en el que las relaciones económicas parasitan y acaban por transformar la cultura de los afectos, la autora compone la citada obra por medio de las tres conferencias que serán reseñadas. La primera de las conferencias se titula El surgimiento del homo sentimentalis.

Qué son las emociones (y su papel en el capitalismo)

Illouz parte de considerar las emociones como una intersección entre “significados culturales y relaciones sociales” que, al comprometer simultáneamente “cognición, afecto, evaluación, motivación y cuerpo”, comportan una condensación de energía susceptible de posibilitar la acción humana.

Asimismo, la autora considera que las emociones presentan un carácter “prerreflexivo y a menudo semiconsciente” dado que son el resultado de elementos sociales y culturales que escapan de la decisión consciente de los sujetos.

Un nuevo estilo emocional

A principios del siglo XX, y por medio de la difusión del discurso terapéutico que promovía la psicología clínica, se extendió “un nuevo estilo emocional” consistente en “una nueva manera de pensar la relación del yo con los otros”. Los principales elementos a considerar por esta “nueva imaginación interpersonal” de tipo psicoanalítico fueron:

  1. El papel crucial que desempeña la familia nuclear en la conformación del yo.
  2. La importancia de los acontecimientos propios de la vida cotidiana en la configuración de lo normal y lo patológico.
  3. La centralidad del sexo, el placer sexual y la sexualidad en una imaginación estructurada de forma lingüística.

A partir de los años veinte, este nuevo estilo emocional se extendió principalmente por medio de lo que Illouz llama la “literatura de consejos”. Pero si bien el estilo psicoanalítico proporcionaba “los vocabularios a través de los cuales el yo se comprende a sí mismo” en una manifiesta vocación omnipresente, acabó siendo especialmente funcional al ámbito empresarial, contribuyendo, tanto a la gestión emocional de la vida de los trabajadores, como a la sistematización y racionalización de sus actividades durante el proceso productivo.

El papel de la psicología en la gestión empresarial

La autora sostiene que “el lenguaje de la psicología tuvo gran éxito en la conformación del discurso de la individualidad empresaria” en la medida que contribuyó a neutralizar la lucha de clases al desplazar la conflictividad laboral hacia el marco emocional relativo a la personalidad del trabajador.

En cualquier caso, los usos de la psicología en el ámbito empresarial no deben entenderse únicamente como un mecanismo sutil de control por parte de la dirección, ya que también asentaron “presupuestos de igualdad y cooperación” en las relaciones “entre trabajadores y gerentes”. Semejantes aportaciones no hubieran sido posibles sin el desarrollo de un “modelo lingüístico de la comunicación”, cuyo fundamento se encuentra en la búsqueda de empatía por parte de los interlocutores.

Así, la habilidad comunicativa que permite el reconocimiento social acabó por resultar una estrategia a través de la cual alcanzar objetivos empresariales de tal manera que el conocimiento de las emociones del otro por medio de la comunicación facilitase las prácticas de competencia profesional, al tiempo que mitigase las incertidumbres relativas al advenimiento de un modo de producción flexible. Illouz lo resume de este modo: “el capitalismo emocional reorganizó las culturas emocionales e hizo que el individuo económico se volviera emocional y que las emociones se vincularan de manera más estrecha con la acción instrumental”.

El papel de la psicología en el ámbito familiar

Tras “impulsar la eficiencia y la armonía social en la empresa”, la psicología penetró en el ámbito familiar a fin de extender “el mercado de servicios terapéuticos” hacia una clase media que, a partir de la segunda mitad del siglo XX, aumentó considerablemente en los países capitalistas avanzados. Asimismo, la psicología terapéutica se encontró respaldada por el auge del feminismo a partir de los años setenta, cuyas preocupaciones principales se situaban en torno a la familia y la sexualidad.

Tanto la psicología como el feminismo contribuyeron a convertir en público, y por tanto político, aquello que hasta el momento había sido vivido como personal y privado.

Esta actitud compartida por el discurso terapéutico y feminista con respecto al “ideal de intimidad” se daba sobre la base de la igualdad entre los integrantes de una relación afectiva, de modo que “el placer y la sexualidad [se fundasen] en la instrumentación de una conducta justa y en la afirmación y la preservación de los derechos fundamentales de las mujeres”.

La racionalización de las relaciones emocionales

Como consecuencia de un nuevo paradigma igualitario en las relaciones íntimas, se tendió a sistematizar de manera metódica y racional los valores y las creencias de los miembros de la pareja. Consiguientemente, “la vida íntima y las emociones [se convirtieron] en objetos mensurables y calculables, que pueden plasmarse en afirmaciones cuantitativas”.

La racionalización de las relaciones íntimas a partir del cuestionamiento de los vínculos emocionales sobre los que se asientan comportó la transformación de tales relaciones “en objetos cognitivos que pueden compararse entre sí y ser susceptibles de un análisis de costo-beneficio”. Sustraídas de su particularidad, despersonalizadas y sujetas a un proceso de conmensuración, las relaciones asumieron una condición de indeterminación y transitoriedad.