Una mirada hacia el niño interior
¿Alguna vez has sentido, como adulto, que no eres capaz de controlar tus emociones o tus pensamientos en relación a alguna situación o alguna persona? ¿Has racionalizado lo que deberías hacer pero no eres capaz de sostener esa decisión? ¿Te han dicho tus allegados que estabas dramatizando acerca de lo ocurrido? Te presento, entonces, a tu niño interior.
Siempre explico a mis clientes que estamos hechos de partes. Tenemos partes que nos ayudan a disfrutar de la vida, a organizarnos, a calmarnos, a no parar, a enjuiciar las situaciones... E incluso hay una frase que demuestra que esta idea de las partes ha calado en nuestro inconsciente colectivo: “Hay una parte de mí que me dice...”. Esta frase es relativamente habitual no solo en consulta sino en la vida cotidiana.
Hay partes de nosotros, en el ahora, un Yo adulto o un Yo anciano, pero también hay partes que, aunque tienen su origen en el pasado, continúan estando con nosotros; hay en nosotros un Yo infantil y un Yo adolescente también.
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Comprendiendo el Yo infantil
Los niños no tienen los recursos emocionales ni cognitivos suficientes para entender por qué suceden algunas situaciones o cómo deben responder emocionalmente ante ellas para una mejor gestión del dolor; somos los adultos quienes guiamos esas interpretaciones y emociones, somos sus modelos. Esos niños aprenden en función de los mensajes y comportamientos que tienen como referentes en los adultos. Si un adulto no ayuda a ese niño a gestionar o mirar de forma adecuada esa situación, la herida emocional quedará en él.
Imaginemos a una persona que, cada vez que algún amigo le anula un plan o le dice que no puede quedar, se siente abandonado/a y le cuesta mucho calmar esa sensación. Ahora imaginemos que esta persona pasó dos años de su infancia viviendo con sus abuelos porque sus padres no pudieron atenderla por motivos de salud y estaban inmersos en su enfermedad. ¿Tendría algo de sentido pensar que ese niño o esa niña hubiera sido sensible al rechazo o al abandono y que se desarrolle como adulto siendo también sensible al rechazo o al abandono?
Cuando nos sentimos descontrolados, desbordados, sin recursos, muy probablemente sea este niño interior quien ha tomado de las riendas de la situación, y como niño, no tiene la capacidad para mirar más que cómo aprendió o qué le enseñaron. Tenemos tantos niños interiores como heridas que sanar.
Pero los niños interiores no solo aparecen en situaciones negativas, también aparecen cuando jugamos o nos tomamos algo disfrutando con los amigos, o practicamos una actividad que amamos desde pequeñitos.
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¿Cómo se trabaja, entonces, con los niños interiores?
En cuanto al proceso, la idea es que el adulto se pueda ver otra manera de interpretar lo que sucedió. Como adultos sí tenemos los recursos necesarios para comprender mejor y de una manera más pacífica lo que nos ocurrió, o la capacidad para adquirir esos recursos. Podemos tener una mirada más empática con los que nos rodearon, entender que, quizás, lo que experimentamos en el pasado no fue solo de la manera en que lo evocamos en el presente.
Los seres humanos creamos nuestra realidad a través de nuestra narrativa, cómo nos contamos lo que nos sucede es lo que hace que veamos de forma determinada el mundo. No es lo mismo decir “mi hijo es un llorón” que “mi hijo es sensible”. El trabajo con el niño interior pasa por poder darle otra narrativa, otra manera de contarse lo que sucedió, más fácil de entender y menos dolorosa, quizás, entendiendo de forma más completa lo que hemos vivido.
Así, la persona podrá hacerse cargo, como adulto, de lo que le ocurre en su vida, y responsabilizarse de su propio proceso de forma que pueda sostener esas situaciones que antes le movilizaban tanto a nivel emocional.
Imaginemos, por último, que esta persona que se siente rechazada, ahora lo mira desde otra perspectiva. Ahora introduce a sus abuelos como personas de cuidado y amor y entiende que la única manera de que sus padres se recuperasen era dedicándose tiempo a ellos y eso le permitió estar con ellos años después y disfrutar de ellos y de su familia. Mandar a ese niño o a esa niña era la mejor manera que encontraron esos padres para cuidar de su hijo.
Quizás este ejemplo ficticio te ayude a comprender un poco cómo funciona el trabajo interior. Dejo para ti la tarea de estimar si esta otra perspectiva de cómo mirar lo sucedido podría ayudar a esa persona a sanar esa herida, y te animo a trabajar las tuyas.