Marina Martínez: «La adicción implica cosas distintas para ellos y ellas»
El género puede ser entendido como un sistema de roles que, desde las dinámicas sociales y culturales, nos predispone a posicionarnos ante una serie de expectativas sobre lo que se supone que debe hacer un hombre y una mujer. Esto se plasma en prácricamente todo lo que ocurre en una sociedad, e incluso en lo que se supone que no debe ocurrir, como por ejemplo los problemas de adicciones.
Así pues, estos roles se expresan también en cómo se da la adicción en hombres y en mujeres. Para adaptarse a esta realidad, muchos psicólogos y psicólogas ponen énfasis en la necesidad de tener en cuenta el género a la hora de ayudar a las personas adictas y a sus familias. En esta entrevista a la psicóloga Marina Martínez Arcos, del centro ALTER, hablaremos sobre este fenómeno.
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Entrevista a Marina Martínez Arcos: el efecto de los roles de género en el consumo de drogas
Marina Martínez Arcos es psicóloga sanitaria experta en la intervención psicológica en adultos, especializada en adicciones y violencias familiares. Desarrolla su actividad profesional en el centro de tratamiento ALTER en Barcelona, realizando terapias de grupo e individuales.
¿Cómo es el consumo de las mujeres y qué características diferenciales tiene con respecto al consumo de los hombres?
El género es un eje estructural en nuestra sociedad, por lo que también tiene repercusiones en las motivaciones para consumir drogas, elegir el tipo de drogas, la vía de administración, el patrón de consumo...
Y aunque no hay un único perfil de mujer adicta, tradicionalmente las mujeres tenían una edad de inicio de consumo más tardía, consumían con mayor frecuencia drogas legales y más normalizadas como el alcohol, el tabaco o los hipnosedantes y lo hacían por vías de administración menos riesgosas.
Actualmente, sabemos que estos datos están cambiando en población joven, ya que la edad de inicio de consumo es parecida. A pesar de eso, no debemos pensar que el consumo se está igualando, ya que las consecuencias del mismo no son iguales para ellas y para ellos.
En cierta forma, consumir en los chicos jóvenes es lo esperable, y por eso reciben menos presión y castigos sociales.
En población joven estamos detectando motivaciones de inicio de consumo diferentes. Los chicos inician el consumo de sustancias entre iguales para reafirmar la masculinidad tradicional, como un ritual para “ser hombre” y todas las características asociadas a ello; ser fuerte, aguantar, ser valiente, asumir riesgos... Mientras los chicos inician el consumo para ser aceptados en un grupo de iguales, las chicas inician el consumo por otros motivos como la evasión de malestares.
Hablar de cómo son los patrones de consumo de las mujeres nos ayuda a incorporar en nuestro imaginario colectivo la existencia de las mujeres con adicción. Sin embargo, en los centros de tratamiento la mayoría de población atendida son hombres, ¿dónde están las mujeres con problemas de adicción?
El consumo de sustancias y la adicción tienen significados diferentes para hombres y mujeres; tampoco es visto por los demás y por la sociedad de la misma manera. Las mujeres adictas tienen mayor penalización y exclusión social, están sometidas a un doble o triple estigma, por ser mujeres, adictas y “malas madres”. Esta presión les obliga a desarrollar más técnicas de ocultación del consumo y mecanismos como la negación, por lo que relegan el consumo al ámbito privado y solitario.
Todas estas características acaban influyendo en invisibilizar el consumo de las mujeres. Y este hecho contribuye a que las mujeres lleguen más tarde, más solas y más vulnerables al tratamiento. Actualmente, solo el 20% de población atendida en los centros de tratamiento son mujeres y las que lo hacen llegan más tarde, más deterioradas y más solas.
¿Cómo podemos favorecer el inicio de tratamiento en las mujeres?
Para facilitar el acceso y mantenimiento del tratamiento de las mujeres adictas debemos incluir la perspectiva de género en todos los ámbitos; desde la investigación, la prevención, la reducción de daños, y el tratamiento e intervención. Solo así podremos ver qué características tienen los consumos de ellas y cómo son los tratamientos que necesitan. Actualmente el patrón masculino de consumo es el único modelo y el tratamiento está diseñado pensado en ellos.
Por ejemplo, si tenemos en cuenta la sociabilización de género que reciben las mujeres acerca de la importancia de los vínculos y los cuidados, entenderemos que el tiempo de aislamiento inicial en un centro de ingreso no supone lo mismo para un hombre que para una mujer, y aún más cuando esta mujer tiene hijos e hijas. Por ello, facilitar el contacto y la comunicación con los vínculos familiares y sociales, y sobre todo incluir a los hijos e hijas en el tratamiento puede ser fundamental para superar algunas barreras de género.
Otro miedo muy común en las mujeres adictas es la retirada de los hijos e hijas si inician tratamiento. Sería imprescindible hacer campañas de difusión para desestigmatizar el tratamiento de adicciones en madres. A nivel social los hijos e hijas de estas mujeres acuden a diferentes agentes que pueden ser activadores de protocolos de retirada, principalmente es la escuela quien detecta negligencias e informa a servicios sociales. En cambio, estar realizando tratamiento es un factor protector ante la misma situación.
Los grupos de terapia no mixtos también han demostrado mucha eficacia para poder crear espacios seguros para trabajar aspectos relacionados con abusos, relaciones familiares, violencias, miedos e inseguridades, emociones comunes como la vergüenza y la culpa...
Sin embargo, todas estas medidas no tienen valor si la perspectiva de género no se incluye de forma transversal en toda la intervención, y eso implica una revisión de todo el proyecto y la formación y revisión personal de todos los profesionales que atienden a personas adictas.
Si los vínculos son importantes, ¿qué papel tiene la familia en el tratamiento de las mujeres que tienen adicción?
En todos los tratamientos de adicciones la familia tiene un papel importante antes y durante. La comunicación y los límites que establezcan los miembros con los que haya convivencia pueden promover cambios en la dinámica familiar que faciliten la toma de conciencia de la enfermedad.
Una vez iniciado el tratamiento, la mujer empieza a poner en práctica ciertos cambios asociados a la abstinencia y a su empoderamiento, puede poner límites con más consciencia, puede recuperar intereses fuera del ámbito doméstico o iniciar vínculos nuevos.
Todo esto tiene un impacto también en las personas que están a su alrededor, con las que tenía una forma de relacionarse determinada que puede verse modificada. Por eso, incluir de forma directa o indirecta a la pareja o los hijos e hijas en el tratamiento puede ser muy positivo para trabajar la reparación del vínculo.