Culto a la personalidad: características de esta forma de dominación
Cuando se habla acerca de la desigualdad, muchas veces nos centramos únicamente en lo económico: las situaciones en las que una minoría ostenta el dinero suficiente como para controlar muchos de los aspectos de la vida del resto de las personas.
Es cierto que tiene sentido poner el foco en la acumulación material de bienes y de dinero, porque hoy en día disponer de un elevado nivel de rentas explica muchas cosas. Sin embargo, no hay que perder de vista que hay otras formas de desigualdad que van más allá de nuestra capacidad económica, y que se plasma en los fenómenos culturales y la capacidad para condicionar el comportamiento de los demás. El culto a la personalidad, o culto a la persona, es un claro ejemplo de esto, y en este artículo veremos en qué consiste.
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¿Qué es el culto a la personalidad?
El culto a la personalidad es un fenómeno masivo de seguidismo, adulación y obediencia constante a un individuo que se ha erigido líder de un movimiento o estamento determinado, normalmente extendiéndose este al ámbito de un país entero, como mínimo.
Por otro lado, el culto a la persona se caracteriza por la actitud acrítica de quienes siguen al líder, y por el comportamiento sectario y hostil frente a quienes no obedecen, así como por las actividades ritualizadas y el uso de simbología e iconos que recuerdan al líder, de un modo similar a lo que ocurre con los símbolos en el caso de las religiones organizadas propias de las sociedades no nómadas.
Características de este fenómeno de masas
Estas son las principales características del culto a la personalidad, y que sirven para distinguirlo de otros medios de influencia desde el liderazgo.
1. Genera sentimiento de unidad entre las masas
El líder que es alabado por las masas le pone cara a algo mucho más abstracto, un movimiento colectivo que necesita de iconos para representar su unidad y defenderla de forma fácil e intuitiva. En este sentido, esta clase de caudillos tienen una función similar a la de los reyes, aunque a diferencia de estos disponen de más medios para hacerse conocidos ante los ojos de millones de personas: fotografías, televisión, Internet, radio, etc.
2. Proyecta una imagen idealizada gracias al distanciamiento
Otro factor que permite que el líder mantenga poder es el hecho de que controla mucho su imagen. No se expone constantemente al escrutinio de los demás, sino que lo hace en contadas ocasiones y de una manera muy estudiada, para ofrecer su faceta más favorecedora. Para ello se realizan ediciones de vídeo y de fotografía, políticas de censura ante los críticos o los periodistas, etc.
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3. Se asocia a valores ligados a valores conservadores
El culto a la personalidad se apoya en ideas y símbolos muy arraigados culturalmente entre los seguidores del líder, pero manipulándolos para que se ajusten a sus propósitos concretos. Por ejemplo, si en esa sociedad la unidad de la familia nuclear es considerada algo que hay que defender a toda costa, el líder puede justificar sus medidas antiaborto señalando que evitarán que las hijas se alejen de los padres debido a la crisis que (supuestamente) supone eliminar un embrión.
4. Añade una carga emocional a medidas políticas
Nada transmite emociones como una cara de carne y hueso. Algo tan sencillo como tener a alguien defendiendo un ideario político permite agregar legitimidad y atractivo a estas ideas, si se ofrece una buena imagen pública.
5. Da sentido a los sacrificios colectivos
Este aspecto del culto a la personalidad está relacionado con el anterior. Gracias a las constantes peticiones de conectar emocionalmente con el líder o caudillo, las penurias por las que pueda pasar el pueblo quedan justificadas como parte de un plan colectivo por llegar a los objetivos fijados por el régimen. Las protestas y las revueltas pasan a ser vistas como una traición al caudillo y, por extensión, al pueblo, lo cual justifica que se las reprima con violencia.
6. Permite filtrar intereses de las élites en la agenda pública
Como el líder pasa a representar al pueblo, este puede imponer sus propias ideas (o los de la minoría que le ayudan a sostenerse en el poder) en los objetivos a alcanzar colectivamente, haciendo ver que estos son intereses que benefician a la mayoría. Este es el motivo por el que el culto a la personalidad ha sido utilizado históricamente para impulsar políticas totalmente nuevas a la vez que en teoría se defiende el imperio del sentido común y de la actitud conservadora (que a la práctica se expresa solo ante lo que se considera que son "injerencias externas").
¿Por qué es utilizado por regímenes totalitarios?
A juzgar por las características del culto a la personalidad, ya se empieza a intuir por qué este fenómeno social es fomentado por las oligarquías que mantienen el poder de una región. La figura del lider que da sentido a todo lo que ocurre entre la población civil permite controlar a la disidencia mediante simples y que apelas a las emociones, así como no tener que reconocer los errores ni rendir cuentas ante ninguna entidad con autoridad (porque toda la autoridad es acumulada por el caudillo).
Por otro lado, la maquinaria propagandística del país puede ofrecer propaganda política e ideológica hablando únicamente del líder y de sus propuestas e ideas, haciendo pasar este tipo de contenido por información de interés general.
Por otro lado, el culto a la personalidad tiene debilidades en aquello que son sus fortalezas: si el líder es eliminado o si surge otro estamento que le supera en autoridad, toda la su propaganda y poder dejan de ser viables, y desaparece su influencia más allá de en la mente de los nostálgicos del régimen anterior.
Referencias bibliográficas:
- Bradley K. Martin. Under the Loving Care of the Fatherly Leader: North Korea and the Kim Dynasty. Nueva York: Saint Martin''s Griffin.
- Kershaw, I. (2001). The Hitler Myth: Image and Reality in the Third Reich. Londres: Oxford University Press.
- Strong, Carol; Killingsworth, Matt (2011). Stalin the Charismatic Leader?: Explaining the ''Cult of Personality'' as a legitimation technique. Politics, Religion & Ideology. 12(4): pp. 391 - 411.