¿Es fiable el testimonio de testigos y víctimas de un delito?
En ciertos países, como Estados Unidos, la ley dictamina que el testimonio de la víctima o de un testigo es equiparable al arma del delito como prueba. Pero, ¿son los recuerdos de los testigos una clave lo bastante objetiva y fiable para resolver un caso?
El arma es una prueba física y tangible de la que se puede obtener información muy útil: quién era su dueño o quién la había empuñado por las huellas sobre ella. Pero la memoria del ser humano no es algo objetivo e inmutable. No funciona como una cámara fotográfica, tal y como han demostrado diversas investigaciones en psicología. De hecho, la psicóloga Elisabeth Loftus probó a lo largo del siglo XX que es posible incluso crear recuerdos falsos autobiográficos dentro de la mente de las personas.
Creando falsos recuerdos
Casi todos nuestros recuerdos personales están modificados, perturbados por la experiencia y el aprendizaje. Nuestra memoria no elabora un recuerdo fijo y detallado de un hecho, por el contrario tan solo solemos recordar algo que podríamos llamar “la esencia”. Al recordar solo lo básico somos capaces de relacionar los recuerdos con nuevas situaciones que tienen alguna semejanza con las circunstancias originales que suscitaron el recuerdo.
De esta forma, el funcionamiento de la memoria es uno de los pilares que hacen posible el aprendizaje, pero también una de las causas de la vulnerabilidad de nuestros recuerdos. Nuestra memoria no es perfecta, y como muchas veces hemos comprobado sin sorprendernos; es falible.
La memoria a largo plazo y la recuperación de recuerdos
Cabe destacar que nuestros recuerdos se almacenan en lo que denominamos la memoria a largo plazo. Cada vez que ponemos de manifiesto un recuerdo en nuestro día a día cotidiano, lo que estamos haciendo es construir los recuerdos con piezas que “traemos” de allí. El paso de los recuerdos de la memoria a largo plazo al sistema operativo y consciente se denomina recuperación, y tiene un coste: cada vez que recordamos algo y posteriormente lo llevamos de vuelta al almacén de largo plazo, el recuerdo se ve ligeramente alterado al mezclarse con la experiencia presente y todos sus condicionantes.
Es más, las personas no recordamos, reelaboramos, construimos de nuevo los hechos cada vez que los verbalizamos, siempre de distintas formas, generando siempre distintas versiones del mismo acontecimiento. Por ejemplo, rememorar una anécdota entre amigos puede suscitar un debate sobre la ropa que llevaba uno aquel día o a qué hora exactamente llegó a casa, detalles que pueden terminar siendo modificados cuando traigamos nuevamente el recuerdo al presente. Detalles a los que no prestamos atención por no ser significativos habitualmente, pero que son clave en un juicio.
El efecto de las emociones sobre la memoria
Las situaciones de estrés emocional también tienen un efecto muy potente sobre la memoria de los testigos y en especial, sobre la memoria de las víctimas. En estas situaciones el impacto produce un daño más o menos permanente en la memoria. Las consecuencias están en el recuerdo tremendamente vívido de pequeños detalles y un profundo vacío sobre de acciones y circunstancias que pueden ser más importantes.
Los recuerdos periféricos son más verosímiles que los centrales ante un suceso con gran impacto emocional. Pero, en especial, las emociones bañan y empapan de subjetividad los recuerdos. Las emociones provocan que aquello que nos ha hecho daño pueda parecer mucho más negativo, perverso, feo, obsceno o macabro de lo que objetivamente es; y en contrapartida aquello asociado con un sentimiento positivo para nosotros parece más hermoso e ideal. Por ejemplo, curiosamente nadie odia la primera canción que escuchó con su pareja, aunque sonara en la radio o en una discoteca, porque se ha asociado al sentimiento del amor. Pero no hay que perder de vista que para bien o para mal, la objetividad en un juicio es de primera necesidad.
Un daño impactante, como una violación o un ataque terrorista, puede crear en una víctima la condición de estrés postraumático, provocar recuerdos intrusivos en la víctima y también bloqueos que la incapacitan para recuperar el recuerdo. Y la presión de un fiscal o un policía puede crear recuerdos o testimonios que no son ciertos. Imagínate que un policía de tono paternalista te dice algo como “Sé que es duro, pero puedes hacerlo, si no nos lo confirmas ese hombre se irá libre y satisfecho a casa”. Un policía o un fiscal insidioso, que presione demasiado para obtener respuestas, hará emerger un recuerdo falso. Solo cuando la víctima sea capaz de distanciarse emocionalmente del hecho y restarle importancia, será capaz (tal vez) de recuperar el recuerdo.
Para fiarse de los recuerdos...
Una técnica para evitar el estrés postraumático y el bloqueo consiste en elaborar o contarle a alguien los hechos nada más haber sucedido. Exteriorizar el recuerdo de manera narrativa ayuda a darle sentido.
Cuando se trata de testigos, siempre hay memorias más verosímiles que otras. Nunca viene mal un perito forense que evalúe el valor del recuerdo antes de permitir testificar en un juicio. El nivel óptimo al que recordamos se da cuando nuestra activación fisiológica es media; ni tan alta que estemos en un estado de ansiedad y estrés como puede darse en un examen; ni tan baja que estemos en un estado de relajación que roce el sueño. En tal caso un crimen causa una activación fisiológica alta, un estrés emocional que se asocia al suceso y que por tanto se suscita cada vez que tratamos de recordar, disminuyendo la calidad del recuerdo.
Por tanto, la memoria de un testigo siempre será más útil que la de la víctima al estar sujeta a menor activación emocional. Cabe señalar, como curiosidad, que el recuerdo más verosímil de una víctima es el que se centra en el objeto de la violencia, es decir, en el arma.
El sesgo en los procesos judiciales
Por otro lado debemos tener en cuenta que, en ocasiones, las ruedas de reconocimiento y los interrogatorios pueden ser involuntariamente tendenciosos. Se debe a ese sesgo que existe hacia la injusticia, o por desconocimiento del efecto que tiene formular una pregunta de cierto modo u ordenar de una manera concreta un conjunto de fotografías. No podemos olvidar que los policías son seres humanos y sienten una aversión hacia el crimen tan grande como la de la víctima, por lo que su objetivo es meter al culpable cuanto antes entre rejas; piensan sesgadamente que si la víctima o el testigo dice que uno de los sospechosos se parece al culpable, es porque debe ser él y no pueden dejarlo en libertad.
También existe ese sesgo en la población que dictamina que “si alguien es sospechoso, algo habrá hecho”, de manera que hay una tendencia generalizada en creer que los sospechosos y acusados son ciegamente culpables. Por esta razón, ante una serie de fotografías, muchas veces los testigos tienden a pensar que si les presentan a esos sujetos es porque uno de ellos debe de ser el culpable, cuando en ocasiones se trata de individuos aleatorios y una o dos personas que coinciden ligeramente en ciertas características con las que se les han descrito (que de hecho ni siquiera tienen por qué ser verídicas). Esta mezcla de sesgos de la policía, el fiscal, el juez, el jurado, los testigos y la población pueden resultar en una combinación tal que un inocente resulte declarado culpable, una realidad que sucede ocasionalmente.
Por supuesto no quiero decir que no deba valorarse cualquier testimonio, pero siempre ha de hacerse evaluando su veracidad y su fiabilidad. Hay que tener en cuenta que la mente humana se equivoca con frecuencia y que debemos distanciarnos emocionalmente de los sospechosos antes de juzgarlos para hacerlo con objetividad, atendiendo no solo a los testigos fiables, sino también a pruebas rigurosas.