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La decadencia de los valores en nuestra sociedad


Todo adulto de mediana edad de nuestra sociedad tiene una ligera, o no tan ligera, percepción sobre la existencia de una pérdida de valores, de un cambio social, de un declive en la forma de relacionarnos y tratarnos los unos a los otros, en la manera de trabajar en sociedad o de percibir la realidad.

Cuando le pregunto a mis pacientes qué entienden por valores, pocos encuentran una relación directa entre estos y su estado de malestar o conflicto psicológico. Pero en realidad son muchos los que realmente sufren este choque entre sus creencias y la nueva realidad en nuestra sociedad, que no es tan nueva ni muchísimo menos.

¿Cómo nos influyen los valores?

Definimos valores como cualidades o principios que podrían describir parte de nuestra personalidad. Patrones que consideramos algo favorable o positivo, para relacionarnos con los demás. Acciones que derivan de estas cualidades, labores con las que tenemos que cumplir para sentir concordancia entre lo que hacemos y lo que sentimos que debemos ser.

Por nueva realidad se entiende el hecho de que ha habido un cambio de paradigma. A nosotros nos enseñaron que para que hubiese una convivencia sana y para que nosotros mismos sintiéramos felicidad, debíamos respetar ciertas reglas. Esas reglas han cambiado. Y sentimos, en principio, que ahora todo es más cómodo y fácil.

Pero... ¿es de verdad así?

Crisis de valores

Muchas de las personas que vienen a verme sienten, como es de esperar, vacío, infelicidad, insatisfacción o soledad. Y no saben por qué. No saben qué falla, qué falta en sus vidas. Cuál es la ausencia, qué es eso que no saben ni cuándo ni cómo han perdido.

Muchos de nosotros hemos llegado a sentir esa percepción casi inconsciente en un momento dado. Un día festivo, un sábado por la noche, en nuestras vacaciones, trabajando, cuando pensamos en nuestras relaciones sentimentales pasadas, presentes y futuras...

Ya entrevemos parte del problema, ¿no es así? Exacto, las diferencia entre las expectativas que nos hemos ido creando sobre lo que deberían ser las cosas y la realidad de lo que luego realmente son.

Malestar ante unas expectativas poco realistas

Cuando nos quedamos un sábado por la noche en casa y pensamos que deberíamos estar dándolo todo y colgando fotos en redes sociales; cuando llegan nuestras vacaciones de verano y no tenemos barco en el que navegar, ni apartamento en primera línea de playa, ni reserva en hotel de cinco estrellas en un destino exótico... sentimos un malestar espontáneo e incomprensible.

Lo mismo nos sucede en nuestra vida en pareja. Si la tenemos, creemos que nuestra vida debería ser mejor de cómo es. Quizá más sexo, o más aventura, o más romance. O envidiamos a la persona soltera que no está atada a una rutina. Si no la tenemos, envidamos a quien tiene pareja, imaginando que vive mucho más feliz que nosotros.

Todo cobra sentido cuando racionalizamos esas emociones, paramos, pensamos y vemos cómo hemos creado esas expectativas.

Un bucle de deseos y necesidades insatisfechas

Las redes sociales se han convertido en el producto más consumido actualmente. En ellas vemos imágenes de risas, glamur, diversión, destinos inalcanzables e ideales de pareja, que muchas veces ni son ideales ni pareja. La sociedad capitalista y consumista con su publicidad nos motiva, a través del individualismo que nos vende, a consumir.

Consumir para ser mejor que los demás, para ser diferentes. Es la trampa de la insatisfacción que nos obliga a seguir comprando y consumiendo. La que nos propone metas inalcanzables e irreales de estatus social y belleza. Para que las persigamos en una carrera sin fin.

La pornografía y la hipersexualización que recibimos a diario hace que cualquier tipo de relación sexual a nuestro alcance nos parezca demasiado sosa o rutinaria. Encontramos que el sexo, si no es salvaje y apasionado, es una práctica anodina y decepcionante.

Hemos aceptado la televisión basura e internet como la hiperrealidad por encima de la realidad, y parece ser que fuera del móvil ya no existe nada interesante. Que ya no vale la pena levantar la cabeza y relacionarnos con cuanto nos rodea.

Hoy todo se puede financiar, así que consumimos, consumimos y consumimos. Ya pagaremos más tarde. Hemos olvidado lo que es la espera, la consideración por los demás, la tolerancia a la frustración. Hemos olvidado que a veces las cosas no salen como esperamos. Y que eso no es un drama. Por eso, cuando nuestros deseos no se cumplen, nos sentimos tan mal.

Nos come la sensación de insatisfacción, de impopularidad, de devaluación de nosotros mismos, de vacío incomprensible, de no estar aprovechando el tiempo conforme deberíamos. Y no podemos ni queremos vivir ese malestar solos, así que lo descargamos en quienes nos rodean.

Nuestro inconsciente ha interiorizado mensajes muy nocivos. Por ejemplo: esforzarnos por conseguir cualquier cosa es una tortura. Si algo malo sucede o sale mal, es un drama. Nada es nuestra responsabilidad. Las cosas deben de ser siempre positivas. Nuestras expectativas deben cumplirse porque sí.

Esfuerzo, paciencia, perseverancia, humildad, gratitud, bondad, sinceridad, responsabilidad… se han convertido en virtudes, casi en actos divinos pasados de moda.

¿Se puede hacer algo al respecto?

Pero tengo una buena noticia. Es posible cambiar esta situación. Se puede conseguir, a través de la autoestima y del crecimiento personal. Eso sí, no es sencillo.

Tenemos que creer que lo que hacemos tiene valor. Tenemos que aprender a identificar esas ideas irracionales que nos limitan y nos hunden en la ansiedad y la tristeza. Tenemos que empezar a ser conscientes de que las cosas no son como nos las han contado.

Tenemos que asumir que la realidad la construimos nosotros a través de lo que hacemos. Y tenemos que entender que la realidad cuenta igual si no las compartimos en redes. Incluso más.

Si has sentido que este artículo te representa, no dudes en consultar a un profesional de la psicología. Deshacer esos nudos mentales y recuperar la felicidad que te mereces es más sencillo de lo que crees.