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Tratar de controlarlo todo nos lleva al sufrimiento


El sufrimiento es algo inherente a la condición humana, es algo que forma parte de la vida y no puede separarse una cosa de la otra.

Ahora bien, se puede vivir sufriendo menos; para ello podemos aplicar algunos de los preceptos de una escuela de filosofía llamada estoicismo, que cuenta con más de 2000 años de historia y que ha sido de gran influencia para el desarrollo de una de los principales marcos teóricos en psicología: el modelo cognitivo-conductual.

Diferentes formas de dolor

Podemos padecer por múltiples causas y, en este sentido, es necesario hacer una primera distinción entre el dolor físico y el dolor emocional.

Cuando nos referimos a las emociones es necesario señalar que todas ellas son útiles y necesarias, a pesar de que algunas puedan ser más agradables que otras.

Podemos ver las emociones como una herramienta de la cual nos ha provisto la naturaleza para dirigir nuestra vida (sin dejar que sean nuestras emociones las que la dirijan). De modo que la rabia, bien conducida, nos mueve a defendernos a nosotros mismos o a los demás ante algo que consideramos injusto. El miedo, cuando se fundamenta sobre la base de un peligro real, nos protege de un posible daño. Y la tristeza ante la pérdida de algo importante nos mueve a replegarnos en nosotros mismos, nos invita al análisis y a la reflexión, promoviendo hacer cambios necesarios en nuestra vida o en nuestra forma de ver el mundo, o la forma de vernos a nosotros mismos.

No obstante, no todo el sufrimiento emocional que nos aflige es necesario ni útil; una buena parte de nuestro dolor resulta excesivo y estéril, dicho de otra forma, no nos lleva a ningún lugar, no contribuye a mejorar nuestra vida.

Este sufrimiento improductivo se explica por el papel del pensamiento, que es un atributo humano que nos diferencia de los animales, por lo que las personas nos afligimos por fantasías de un futuro que no ha llegado todavía (y que puede que no llegue nunca) o nos lamentamos por cosas que ocurrieron hace ya tiempo. Estos pensamientos nos llevan a escapar del único lugar en el cual realmente podemos existir: el momento presente.

Podemos proyectarnos en un futuro para hacer planes o para prepararnos ante posibles contratiempos y podemos revisar el pasado para aprender de los errores. El problema radica cuando esta actividad se vuelve excesiva o mal orientada, cuando sentimos la necesidad de avanzarnos a todo lo que pueda ocurrir o cuando nos revolcamos en la culpa, impidiendo cualquier opción de reflexionar y crecer.

El pensamiento, como muchas otras actividades, puede convertirse en un hábito, y cuando nos habituamos a pensar de cierta forma nos habituamos a sufrir, muchas veces sin ser conscientes de que nos estamos haciendo daño con esa manera de pensar. Cuando hablamos de pensamiento podemos hablar a su vez de procesos cognitivos, aquí estarían el lenguaje, la memoria o la atención, entre otros.

Aquello sobre lo que ponemos la lupa de nuestra atención se ve amplificado, de modo que si decido centrarme en las oportunidades prestaré menos atención a los riesgos, y si me centro en las cosas valiosas que hay en mi vida, prestaré menos atención a las pérdidas o a lo cosas que todavía no tengo o las que podría perder.

El sufrimiento causado por la búsqueda de control

Muchos de los tormentos que nos autoinfligimos se corresponden con el hábito de tratar de tenerlo todo bajo control. A menudo prestamos demasiada atención a cuestiones en las que no tenemos un control directo o no tenemos control en absoluto. Como nuestra capacidad de atención es limitada en el momento en el que nos concentramos en aquello que nos preocupa descuidamos aquello en lo que podríamos ocuparnos, es decir: descuidamos nuestro margen de maniobra.

Este comportamiento, sostenido en el tiempo, nos provoca una sensación de impotencia, fatiga e indefensión. Al estar siempre alerta, estamos en tensión y esto nos puede poner irritables.

Desarrollar el hábito de centrarnos en nuestra parcela real de posibilidades nos proporcionará una mayor paz, evitará tiempo desperdiciado en cuestiones en las que no podemos influir, nos hará más efectivos, liberará espacio mental dando más combustible al músculo de la creatividad y todo esto tendrá un impacto notable en nuestro estado de ánimo.

Para recuperar y fortalecer nuestro verdadero poder debemos hacernos la pregunta “¿y yo qué puedo hacer en esta situación?” y explorar a fondo la respuesta, movilizando todos los recursos que estén a nuestra disposición. Ya no nos atormentaremos por no estar haciendo lo que podíamos hacer.

Ahora bien, si la respuesta es “nada” no cabe otra opción que aceptar esta realidad y sobrellevar la situación. Rendirse ante lo inevitable proporciona un alivio inmediato, pues se deja de estar en lucha con algo que no puede cambiarse.

Conclusión

La tendencia a estar en tensión, vigilando, a veces nos hace vivir creyendo que no nos ocurren todas esas situaciones desagradables que imaginamos porque estamos controlando lo que pasa, y esto nos hace creer que si dejamos ese estado enfermizo de alerta nos podrían ocurrir cosas terribles. Funcionar así hace muy difícil que dejemos de estar alerta, porque lo consideramos una amenaza.

La paradoja es que cuando nos permitimos soltar el control y nos relajamos, nuestra mente se expande y nuestro ingenio mejora, de modo que podemos enfrentarnos mejor a las posibles eventualidades que puedan ocurrirnos. Esto, a su vez, es una oportunidad para comprobar que no hay necesidad de tratar de controlarlo todo.

Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia. - Reinhold Niebuhr -