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¿Cuáles son las causas de la autoexigencia disfuncional en el trabajo?


La autoexigencia es algo fundamental en cualquier ámbito. Es necesario ser un poco exigente con uno mismo si se quiere conseguir crecer como persona, tanto en lo laboral como en cualquier área importante de nuestras vidas.

Sin embargo, todo tiene un límite. Una cosa es ser autoexigente en el sentido de ser responsable, constante y esforzarse para conseguir lo que uno se propone y otra, muy distinta, es ser obsesivamente perfeccionista, pedirse más de lo que se puede y hacer de nuestro rendimiento laboral algo que determine nuestra satisfacción y autoestima.

El perfeccionismo desadaptativo, sea en el trabajo o en cualquier otro lugar, es perjudicial para nuestra salud, además de improductivo. Vamos a ver cuáles son las causas de la autoexigencia disfuncional en el trabajo y sus consecuencias.

Las principales causas de la autoexigencia disfuncional en el ámbito laboral

En el mundo laboral se ha implantado una cultura en la que se tiene muy a menudo la idea de que buscar la perfección es un rasgo admirable. Desde los más altos cargos hasta los empleados más subordinados, no son pocos los trabajadores que se autoimponen unos estándares cada vez más altos en un intento de alcanzar el éxito. Muchos asocian ser perfeccionista y más escrupuloso con tener más buenos resultados. No obstante, ¿hasta qué punto la búsqueda de la perfección en el puesto de trabajo hace más mal que bien?

La autoexigencia y el perfeccionismo están bien considerados en nuestra sociedad meritocrática, especialmente en el trabajo. Cuando hablamos de un trabajador exigente, nos imaginamos a un individuo constante, voluntarioso, persistente en sus objetivos y que tiene éxito a menudo.

Esta autoexigencia es adaptativa y funcional cuando responde a nuestras capacidades, conocimientos y se ajusta al contexto. Esforzarse en el trabajo para ser más eficiente y productivo, siempre y cuando no nos provoque malestar y dé buenos resultados, es deseable.

Demasiada autoexigencia

Si bien hacer todo lo posible para mejorar en el lugar de trabajo no es algo inherentemente malo, la investigación científica apunta que el perfeccionismo podía tener un lado oscuro y que perjudicaría al individuo que lo presenta. Este exceso de perfeccionismo afectaría negativamente al desempeño laboral del trabajador. A este rasgo se le ha denominado “perfeccionismo negativo”, “perfeccionismo desadaptativo” o, incluso, “perfeccionismo neurótico”. Aquí lo vamos a denominar “autoexigencia disfuncional”.

Si ser demasiado perfeccionistas en el lugar de trabajo trae problemas y, además, se traduce en un peor rendimiento, significa que nuestra autoexigencia es claramente disfuncional. Un individuo presenta autoexigencia elevada cuando:

  • Desconoce sus propios límites, trabajando más de lo que puede.
  • Se impone objetivos muy elevados o inalcanzables
  • Convierte sus retos en obligaciones.
  • Su comportamiento laboral se rige bajo una rígida autodisciplina.
  • Excesiva previsión y planificación y se siente muy culpable si no lo cumple.
  • Se esfuerza enormemente por conseguir su meta a pesar de sufrir.
  • Incapacidad para delegar tareas.
  • Miedo al fracaso.
  • Tiene necesidad de reconocimiento.
  • Su autoestima depende del resultado obtenido.
  • Excesiva atención sobre el resultado y no el proceso.
  • Sesgo de negatividad consigo mismo: se preocupa más de sus fallos que de sus logros.
  • Elevada autocrítica
  • Pensamiento dicotómico: las cosas o salen bien o salen mal, no hay término medio.
  • Posee una baja tolerancia a la frustración.
  • Tiene una sensación de insatisfacción constante.

Este perfeccionismo negativo hace que la persona vaya subiendo el listón cada vez más, queriendo hacer su trabajo o tareas que le correspondan lo más cercano a la perfección posible, pero sin tener control sobre ello. Debido a ello, la autoexigencia disfuncional puede suponer un gran detrimento de la salud mental y física del sujeto, además de que también se traduce en un peor rendimiento laboral.

Los orígenes de la autoexigencia disfuncional en el trabajo

Al tratarse de una característica multidimensional de nuestra personalidad, la autoexigencia puede tener orígenes diversos en función de su grado y experiencias particulares en nuestra vida personal.

Un importante factor influyente sobre el grado de autoexigencia laboral mostrado en la adultez es el ambiente en el que nos hemos criado. El perfeccionismo puede ser aprendido, teniendo orígenes tanto en las normas culturales en el seno de una sociedad como en los estilos parentales de los que hayamos sido objeto en nuestra infancia.

Una de las posibles causas, muy recurrente, es la de haber tenido una infancia marcada por los altos estándares de los padres hacia diferentes aspectos, principalmente el rendimiento académico. Por ejemplo, si nuestros padres valoraban en exceso nuestras calificaciones académicas o eran demasiado estrictos con cómo manejábamos nuestro tiempo de estudio y de ocio, eso habrá condicionado para tener en la adultez un obsesivo deseo de cumplir con las metas laborales y rendir lo máximo posible.

Se han establecido relaciones entre haber sido objeto de un estilo parental estricto y duro y llegar a la adultez con tendencias perfeccionistas excesivas. Es habitual que las personas que se han criado en entornos así de estrictos lleguen a la adultez temiendo que si no hacen las cosas perfectas algo malo ocurrirá, además de sentir sentimientos de vergüenza y culpa.

La autoexigencia disfuncional también puede ser producto de nuestra experiencia personal con el trabajo. Puede estar ligada a que, en algún momento en el que sentimos que podríamos haberlo hecho mejor, nos obsesionáramos con no volver a hacer las cosas tan “mal” como creímos hacerlo en el pasado. A causa de esta experiencia, vivida de forma casi traumática, uno se esfuerza más y más, poniendo el listón cada vez más alto y percibiendo su propio bajo rendimiento laboral como sinónimo de fracaso, vagancia y falta de esfuerzo.

Y también está la influencia que tienen los demás sobre nosotros. Si conocemos a alguien que lo hace todo bien, que tiene un altísimo desempeño laboral y se ve como una persona de éxito, es probable que querramos imitarlo. Esto hará que nos comparemos con esa persona y sintamos que debemos exigirnos más para llegar a su nivel y, así, ser socialmente validados como ella.

Las consecuencias del exceso de autoexigencia laboral

Como decíamos, la autoexigencia disfuncional en el trabajo puede afectar la salud física y mental de la persona. Tener pensamientos y comportamientos casi obsesivos sobre cómo debe hacerse las tareas va en detrimento del tiempo, las energías y la salud de la persona que los presenta.

La investigación científica así lo confirma. El perfeccionismo desadaptativo se ha asociado con mayores tasas de sintomatología depresiva y ansiosa. Esto puede deberse a que el perfeccionismo es a menudo asociado con altos niveles de neuroticismo, lo cual se relaciona con niveles altos de ansiedad, estrés y “burnout” o síndrome del trabajador quemado, en todo tipo de profesiones. El estrés provoca también varios síntomas físicos y fisiológicos, como insomnio, problemas gastrointestinales, fatiga crónica y tensión muscular.

Pero por si no fuera poco, el perfeccionismo disfuncional en el puesto de trabajo no únicamente perjudica salud mental y física, sino que además implica peor desempeño laboral. En algunos casos, esto es consecuencia directa de la ansiedad, depresión y el síndrome del trabajador quemado. También ocurre la relación inversa, que los síntomas de depresión y ansiedad surjan a causa de que uno siente que no es lo suficientemente bueno para su trabajo al no cumplir con todo lo que se ha propuesto.

Además, la alta ansiedad causada por la autoexigencia excesiva nos puede conducir a la inacción. Debido a que uno se propone metas inalcanzables o que requieren de mucho tiempo y esfuerzo para cumplirlas, terminemos paralizados, incapaces de actuar por el miedo que nos provoca la posibilidad de fallar. Esto hará que, al final, perdamos oportunidades o no aprovechemos el tiempo de forma eficiente, alimentando a nuestra voz autocrítica que nos dice que no valemos y que fallamos constantemente.

También sucede que la autoexigencia disfuncional es “contagiosa”. Que haya un trabajador con excesivo perfeccionismo repercute en el entorno de trabajo, creando una atmósfera neurótica en el lugar que hará que no solo se vea afectado el rendimiento y funcionalidad del trabajador neurótico en sí, sino que también perjudicará a los demás.

En otras palabras, si bien está bien querer superarse y alcanzar un desempeño lo más cercano a la perfección posible, también cabe comentar que si este perfeccionismo se vuelve disfuncional traerá consecuencias para la salud mental y física del individuo, además de un peor rendimiento, que es justo lo contrario que se desea.