La mirada de una madre y la función maternal
La importancia de la función materna en los primeros momentos en los que nacemos es algo esencial, aunque muchas veces pase desapercibido.
Para entender hasta qué punto es importante en nuestras vidas, merece la pena examinar lo que ocurre durante la etapa en la que esta juega un papel en la protección, educación y proporción de afecto a los más pequeños.
¿Qué es la función materna?
La función materna en los bebés se entiende como el deseo de brindarles alimento físico y emocional a los infantes.
No solo es necesario realizar los cuidados relacionados con el bienestar físico (comida, abrigo, aseo, limpieza, descanso…) sino que tamién involucra los estímulos afectivos benignos o positivos. Los niños que son desprovistos de estos estímulos afectivos fallecen con frecuencia bajo la afección llamada hospitalismo.
Los estímulos afectivos positivos
Los estímulos afectivos benignos o positivos son aquellos que nacen innatamente del deseo de amar a esa nueva criatura. Tienen que ver con el tono de voz dulce y suave, las sonrisas, caricias y abrazos, y la mirada constante a los ojos del otro.
Muchas veces las madres que contemplan a sus hijos “se pierden en la mirada de su ser amado, y su ser amado se encuentra en la mirada de su madre”. Es importante mencionar que por razones biológicas las madres suelen tenerlo más fácil a la hora de lograr una mayor vinculación emocional con sus hijos. Por ende, cumplen con la función materna de forma más espontánea.
No obstante, la función materna puede ser asumida por cualquier persona que tenga la disposición y competencias afectivas necesarias para demostrar afecto.
La necesidad de contacto afectivo
Un bebé es ese ser humano totalmente dependiente de los cuidados de los otros. Es una criatura con tendencias innatas al crecimiento y al desarrollo, pero en este momento es parte del vínculo con esa figura materna, quien le permitirá continuar con su propio desarrollo.
Al principio la función materna se circunscribe a brindarle amparo, sostén, protección, resguardarlo de peligros y cubrir sus necesidades fisiológicas, así como emocionales. Es un proceso que las madres aprenden a gestionar mientras amamantan a sus hijos; de ahí la importancia afectiva de comprender la importancia de la lactancia.
El valor de la lactancia materna
Cuando las madres amamantan a sus hijos inician un vínculo cálido (madre-hijo) sostenido por las miradas, caricias, gestos, tono de voz, los cuidados… En este vínculo se genera una especie de complicidad entre ambos; de esa manera la madre aprende a conocer las necesidades de su pequeño en las mínimas llamadas de atención que este realice. Es decir, fácilmente logra distinguir un llanto de hambre a un llanto por sueño, así como saber con una simple mirada de su hijo si está enfermo.
Es una condición psicológica especial que desarrollan las madres durante las semanas posteriores al nacimiento. Emocionalmente, su bebé todavía es parte de ella, y por ende, ella muestra una gran sensibilidad ante lo que expresa el bebé.
Los bebés aprenden a reconocer el rostro de su madre en los momentos más placenteros que experimentan al inicio de sus vidas: la lactancia. Alimentarse y mirar el rostro de la madre les permite crear esa relación de unidad en donde la madre le refleja lo que él le significa.
El espejo de la mirada
La mirada que tiene lugar como parte de la función materna es el primer espejo en donde el niño empieza a diferenciarse y a reaccionar ante el otro, pues se percata de la respuesta que genera su presencia en el otro; de ahí la importancia de retribuir los constantes gestos, movimientos y sonidos que emite el pequeño, pues es el momento que se empieza a descubrir como persona.
En este momento el niño depende de “la mirada”, de la presencia, de los cuidados de esa figura materna. Son los primeros pasos hacia la construcción sana del autoconcepto, autoestima y seguridad, y si hay anomalías en esta fase, pueden aparecer problemas de desarrollo y conducta. Algunos trastornos que se presentan en la vida adulta pueden tener sus raíces en este tipo de vinculaciones defectuosas realizadas durante los primeros seis meses de vida.
La lactancia en el contexto actual
Lamentablemente, hoy en día las madres tienen sumamente limitadas las posibilidades de brindar este tipo de vinculación con sus bebés, o bien son desconocedoras de la importancia de “mirarlo” y trasmitirle seguridad y tranquilidad. Asumen la lactancia garantizándose sólo el alimento. Por ejemplo, mientras se da el pecho se suele conversar por teléfono, revisar Facebook, leer el periódico… Su atención está en otras cosas.
En ocasiones, también se asume la lactancia como el derecho de la madre a amantar, sumiendo una postura de triunfo a favor de las mujeres cuando en el ámbito social se les permite o facilita espacios para realizarlo cómodamente en público sin censura alguna. En ambos casos es de recordar que no se puede caer en el error de asumirlo solo como derecho de las madres, es el derecho del niño a ser mirado, consentido, atendido, sentido mientras se está alimentando.
La evolución de la función materna
Conforme el niño crece “emocionalmente” empieza a descubrir sus propias necesidades de exploración del entorno. Esta dinámica empieza con conductas como chuparse el dedo, mirar objetos, adquirir mejores y mayores posturas, dominar su cuerpo, tirar y sostener objetos, etc.
Avanza con seguridad hacia una mejor dependencia. El niño está atento a su entorno, receptivo y dispuesto a captar sonidos, movimientos, texturas, etc. Por ende, empieza a desprenderse de la mirada de la madre. Este proceso trascurso de los seis meses a los tres años.
El juguete favorito
En esta etapa, es usual que los niños adquieran un objeto, llámese cobija, almohada, chupón, o simplemente juguete. Los pequeños necesitan este objeto para aliviar la angustia de separación con los familiares y poder empezar a explorar el mundo.
Se trata de la primera pertenencia que adquieren, es “casi sagrada” para ellos y los acompaña a todas partes, independientemente de su estado. Puede oler mal, estar sucio, dañado, desagarrado, descolorido, pero ese objeto contiene todo lo necesario para desligarse de su madre y sentirse seguro en nuevos espacios.
Se recomienda mantener esa unión niño-objeto. Generalmente solo logrará desprenderse de su objeto cuando este esté vinculado al sentimiento de seguridad. En ocasiones los padres consultan si pueden lavarlo o cambiarlo por otro nuevo, pero es importante aclarar que para el niño es muy importante mantener el que eligió y sentirse seguro de que está a su alcance, es decir, que no se le hagan comentarios despectivos como: “Vea que feo que está, no sea cochino, cambiémoslo”. El objeto significa para el niño una fuente de seguridad que va más allá de lo que como adultos podemos comprender.
Escondiéndose
Finalmente comienza a esconderse de la madre, juega a desaparecer o a que esta desaparezca; es el inicio o los primeros pasos hacia la independencia. Se comienzan a dar los primeros juegos a escondidas; el niño explora el mundo pero con la seguridad de poder volver a su lugar de confort: Los brazos de la persona que lo protege y le da afecto.
Es en este momento tanto el bebé como la madre deben estar preparados para asumir esta primera separación con seguridad y tranquilidad; sin presiones o limitaciones. La madre debe facilitarle a su hijo nuevas relaciones y posibilidades de comprender su entorno. En adelante el niño estará preparado para iniciar la faceta del juego, donde finalmente no necesita la “mirada de su madre”, se concentra por espacios extensos jugando en su propio mundo e incorporando la participación de otros niños en su diario vivir. Está preparado para continuar y desarrollarse como un ser independiente y estable emocionalmente.