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¿Qué es la indefensión aprendida y qué nos enseña de la gestión emocional?


Desde que el psicólogo Martin Seligman desarrolló el concepto de indefensión aprendida durante los años 60, las investigaciones en Psicología no han dejado de arrojar resultados interesantes que muestran nuevas facetas acerca de este fenómeno.

Hoy en día sabemos que conocer bien cómo nos influye es importante para adoptar una filosofía de vida que nos permita afrontar las situaciones complicadas. Por eso, en este artículo hablaremos acerca de qué es la indefensión aprendida y qué nos muestra acerca de la gestión de nuestras emociones.

¿Qué es la indefensión aprendida?

Se conoce como indefensión aprendida un patrón de comportamiento que suele ocurrir cuando un sujeto se expone de manera repetida a una situación que le genera malestar y que percibe como algo que no puede controlar o modificar a través de sus acciones. En concreto, se caracteriza por **la adopción de una actitud de pasividad y aparente resignación con lo que ocurre **(lo cual no significa que por ello sufra menos).

La indefensión aprendida ha sido observada tanto en personas como en animales no humanos, y se plasma en conductas como por ejemplo dejar de intentar evitar un estímulo doloroso, renunciar a huir de una fuente de peligro, etc.

Su importancia es tal que ha sido muy investigado en contextos tan relevantes como los hospitales, dado que se ha visto que muchos pacientes llegan a no comunicar cómo se encuentran o a mostrar síntomas que muestran el avance o la persistencia de la enfermedad porque dan por hecho que no pueden hacer nada por mejorar su estado de salud, o incluso pueden facilitar que sufran daños innecesarios durante los tratamientos por el hecho de no expresar cómo se sienten.

Por otro lado, la indefensión aprendida está íntimamente relacionada con el concepto de locus de control. Este es el tipo de creencias a través de las cuales las personas asumen que lo que les ocurre, sea bueno o malo, tiene como causa sus propias acciones o, por el contrario, está generado por las circunstancias externas, como la suerte o el comportamiento de otras personas.

Por ejemplo, hay quienes presentan un locus de control problemático porque dan por sentado que lo bueno que les ocurre se debe a la ayuda de los demás y que lo malo que les pasa es culpa suya; o, por el contrario, otras personas creen que aquello que les hace sufrir es siempre culpa del mudo que les rodea, y que lo bueno que les sucede es siempre un reflejo de sus méritos propios.

En la indefensión aprendida, el hecho de sufrir una y otra vez una experiencia desagradable o dolorosa física o emocionalmente, hace que la persona interiorice la idea de que ya no puede hacer nada por salir de esa situación por sus propios medios, y que en todo caso lo mejor que le puede ocurrir es que algo o alguien intervenga para que esa fuente de estímulos aversivos deje de afectarle.

Las implicaciones de la indefensión aprendida en la gestión de emociones

Como hemos visto, la indefensión aprendida hace que, a través de las acciones objetivas que nos ocurren en nuestro entorno, extraigamos conclusiones acerca del grado de control que tenemos acerca de lo que nos ocurre. Por eso, mediante este mecanismo psicológico, es muy fácil que caigamos en una mentalidad pesimista que nos paraliza y que nos lleva a renunciar a una serie de opciones que realmente están a nuestro alcance, aunque no seamos conscientes de ellas.

Por ejemplo, en un experimento muy famoso se pidió a una serie de personas que realizasen una serie de tareas que requerían concentración, a la vez que se las exponía a sonidos distractores. A una parte de los participantes se les dijo que podían levantarse a apagar esa emisión de sonidos pulsando un botón, mientras que a los demás no se les dio esa opción.

Indefensión aprendida y gestión de las emociones

Pues bien; aunque en la mayor parte de las ocasiones el grupo de personas con capacidad de pulsar el botón podían eliminar esas distracciones, por lo general no lo hicieron y prefirieron no perder tiempo para dedicarlo a la tarea; sin embargo, en promedio mostraron un rendimiento significativamente mayor a quienes no podían desactivar esos sonidos. Es decir, que el simple hecho de saber que tenían más control sobre la situación les permitió tener una actitud más proactiva ante el desafío que tenían delante.

Así pues, no hay que olvidar que la indefensión aprendida, que puede ocurrir en cualquier persona si se dan las circunstancias para ello, puede llegar a hacernos creer que tenemos menos control del que realmente tenemos, haciéndonos caer en un círculo vicioso de pasividad y sufrimiento. Es importante mantener un marco de interpretación de la realidad que nos permita tener presente que siempre tenemos cierta capacidad de decisión, ya sea sobre nuestro entorno o sobre nuestros propios procesos mentales.

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