Familias tóxicas: 4 formas en las que causan trastornos mentales
Una de las instituciones sociales más importantes son las familias, ya que constituyen el núcleo fundamental de socialización y enculturación de los individuos, especialmente en los primeros años de vida.
Esto hace que los psicólogos, que nos encargamos de velar por el bienestar emocional y psicológico de las personas, prestemos mucha atención a las distintas relaciones interpersonales que se desarrollan en el seno de las familias. No solo importan las características personales de los individuos: también es necesario prestar a las relaciones que establecen, especialmente si estas se llevan a cabo en la familia. Es por eso que el tema de las familias tóxicas es tan importante.
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Familias que generan problemas mentales
La familia no solo es importante para educar a los niños y fomentar su aprendizaje, sino que también genera una serie de hábitos y dinámicas que son de gran interés por su influencia en los trastornos mentales que pueden generar en alguno de sus miembros. De hecho, la psicología observa y estudia con atención las formas de organizarse en sociedad, y la familia, claro está, es uno de los elementos más importantes.
Hay muchos tipos de familias. Familias numerosas, familias de solo dos integrantes, familias estructuradas, desestructuradas, felices, apáticas, violentas… depende mucho de la personalidad de sus miembros y, cómo no, de las circunstancias. Además, cada familia (en el caso de que haya hijos) tiene sus propios estilos educativos: las hay más democráticas y más autoritarias, las hay más abiertas y liberales y también más cerradas e impermeables. El vínculo familiar que se establece entre padres e hijos es clave e influirá sobremanera en la personalidad, las creencias y la salud mental del niño.
Algunas relaciones familiares disfuncionales basadas en la sobreprotección, el abandono, la violencia o la proyección han sido ampliamente estudiadas por los psicólogos para establecer vínculos entre estas formas de relacionarse y la aparición de algunas enfermedades psicológicas y psiquiátricas.
El tabú de la psicopatología en el núcleo familiar
Cuando los psicólogos tratamos estos conflictos y problemas en las familias, es común que recibamos todo tipo de críticas. Vivimos en una cultura donde la familia es una institución cerrada. Los integrantes de cualquier familia recelan mucho de que una persona externa evalúe e intente cambiar dinámicas y hábitos, porque esto es vivido por los miembros de la familia como una intromisión a su intimidad y a sus valores más arraigados. La familia puede ser disfuncional y estar creando problemas mentales en sus miembros, pero sigue costando mucho realizar terapia sin encontrarnos con reticencias y malas caras.
Hay algunas ideas preconcebidas que distorsionan la labor del terapeuta: “Todo tiene que quedar en familia”, “La familia siempre te querrá bien”, “No importa lo que pase, la familia siempre ha de estar unida”. Son frases e ideas muy enraizadas en nuestra cultura y que, aunque aparentemente nos hablan de unidad y de fraternidad, esconden una mirada desconfiada y recelosa ante cualquiera que pueda aportar un punto de vista objetivo sobre estas dinámicas y relaciones familiares (aunque sea con la noble intención de ayudar).
Esta concepción sobre la familia causa mucho dolor, desazón y desesperanza entre las personas que tienen la sensación de que sus familiares no han estado a la altura de las circunstancias, que no han estado a su lado incondicionalmente y ofreciéndoles apoyo. En casos extremos, como en el de haber sufrido algún tipo de maltrato, las consecuencias negativas para el bienestar emocional pueden ser serias.
No todas las familias son nidos de amor, confianza y afecto. Hay familias en las que se generan situaciones de estrés permanente y en la que uno (o varios) de sus miembros causa malestar y sufrimiento a otro(s) miembros(s). Algunas veces puede ser un daño que se hace sin querer, sin mala intención, y en otras pueden existir factores que realmente llevan al odio y a la violencia, física o verbal. En otros casos, el problema no es tan evidente y está más relacionado con el estilo educativo que emplean los padres o el "contagio" de inseguridades o problemas de unos miembros a otros.
Familias tóxicas y su relación con los trastornos mentales de sus integrantes
No es la intención de este texto señalar los errores de los padres y madres, pero sí nos parece oportuno tratar de aportar luz sobre algunos mitos y malentendidos culturales que causan que algunas familias sean un auténtico desastre. La convivencia dentro de una familia tóxica es absolutamente devastadora para cada uno de sus miembros, y esto tiene consecuencias directas con la aparición de ciertas psicopatologías asociadas a tener que lidiar con altas dosis de presión, estrés y hasta malos tratos.
Vamos a conocer un total de cuatro formas en las que las familias tóxicas contaminan a alguno de sus integrantes, pudiendo llegar a causarle trastornos mentales y conductuales.
1. Etiquetas y roles: Efecto Pigmalión y su nefasta influencia en los hijos
Todos los padres, en alguna ocasión, hemos puesto alguna etiqueta a nuestro hijo. Frases como “el niño es muy movido”, “es vergonzoso” o “tiene mal carácter” son una muestra de sentencias que, aunque los adultos no nos demos cuenta, están causando un fuerte impacto emocional a nuestros hijos. Estas frases, dichas una y mil veces en el entorno familiar, acaban por afectar seriamente a los niños.
Aunque no le queramos dar importancia, estas etiquetas afectan a la identidad del niño, a cómo se percibe y se valora a sí mismo. A pesar de que el niño quizá no sea vergonzoso realmente, oír ese adjetivo repetidamente en las personas de su familia, a las que admira, sientan un precedente sobre cómo debe comportarse o actuar, de acuerdo con las expectativas generadas. Esto es lo que se conoce como profecía autocumplida o Efecto Pigmalión, ya que el rol o la etiqueta que los adultos le han impuesto al niño acaba convirtiéndose en una realidad.
Por eso, poner una etiqueta a un hijo es una forma de contaminar su conducta, inculcándole ciertas ideas esencialistas sobre cómo es o cómo deja de ser. Estas etiquetas, para colmo, son fáciles de propagar y suelen ser repetidas hasta la extenuación por profesores, amistades de la familia y vecinos, enquistándose cada vez más en el entorno cercano del niño, lo cual agrava el problema.
2. Amores que matan
Muchos padres y madres usan una máxima recurrente que repiten a sus hijos siempre: “nadie te va a querer como te queremos nosotros”. Esta frase, aunque puede tener gran parte de razón, frecuentemente hace que muchas personas que se han sentido poco queridas en su entorno familiar asuman que, de alguna manera, no tienen ningún derecho a sentirse mal, puesto que todo lo que hizo su familia fue “por su bien”. Esto, en casos extremos, puede llevar a que no se denuncien situaciones de abuso o malos tratos.
Hay que empezar a redefinir el amor fraternal de una forma más sana. El amor de una familia es obvio, pero hay amores mal entendidos, amores que matan. Compartir genes con alguien no es motivo para que alguien se crea con el derecho de hacerte daño, manipularte o coaccionarte. Ser pariente de alguien tiene que ver con compartir una carga genética y biológica, pero el vínculo emocional va mucho más allá de eso y el primero no es condición indispensable para el segundo, ni tampoco la causa. Las personas vamos madurando y aprendiendo qué familiares tienen nuestro afecto y cariño, y esto no es algo que venga escrito en el libro de familia.
Sentar las bases de las relaciones familiares en el respeto es el primer paso hacia una mejor comprensión de nuestras identidades y espacios.
3. Padres sobreprotectores
Una de las tareas más difíciles de los padres a la hora de educar a sus hijos es mantener un equilibrio entre establecer normas y hábitos de comportamiento y amar y consentir a los pequeños de la casa. En este caso los extremos no son nada aconsejables, y mientras que algunos padres pecan de negligentes y desatienden a sus hijos, otros son sobreprotectores y están demasiado encima de ellos.
Este estilo de crianza no es positivo en absoluto, ya que el niño no se enfrenta a situaciones sociales o de riesgo controlado por la sobreprotección que ejercen sobre él sus padres, con lo cual no vive las experiencias necesarias para que pueda madurar y afrontar sus propios retos. Bajo este estilo de aprendizaje, la mayoría niños se vuelven algo más inseguros y parados que los demás. Los niños necesitan explorar su entorno, claro está que contando con el apoyo de una figura de apego como el padre o la madre, pero la sobreprotección puede dañar su aprendizaje y la confianza en sí mismos.
Para que el niño pueda desarrollarse y explorar el mundo que le rodea de forma independiente, es necesario que ofrezcamos soporte y ayuda al niño, pero este apego no debe ser confundido con un excesivo control.
4. Deseos e inseguridades proyectadas en los pequeños de la casa
Ser padre no es solo una gran responsabilidad sino también la obligación de cuidar y educar a un ser humano, en toda su complejidad. Nadie está obligado a tener hijos, en nuestras sociedades es una elección personal que puede depender de múltiples factores, como la estabilidad económica o la capacidad para encontrar una pareja ideal, pero al final también es una decisión que tomamos de forma muy personal.
Si tenemos en cuenta esto, tener hijos se puede planificar y por tanto es preciso que tomemos responsabilidad sobre ello. Los hijos no deben servir como una forma de arreglar problemas de pareja, ni de sentirnos respetados por los demás, y mucho menos una forma de trasladar nuestras frustraciones y deseos incumplidos hacia otra persona.
Todos los padres queremos que nuestro hijo sea el más inteligente de la clase y el mejor en los deportes, pero hay que evitar a toda costa que carguen con la presión de nuestros deseos. Si en tu juventud fuiste un jugador de fútbol de segunda división que no pudiste llegar a ser profesional por una lesión, no fuerces a tu hijo a que tenga que ser profesional del fútbol. Tratar de comparar o presionar a un niño para que sea lo que tú quieras que sea no solo le aboca a una situación de vulnerabilidad emocional, sino que puede mermar su autoestima y coartar el libre desarrollo de su personalidad. Déjale que haga su camino y decida por sí mismo, bríndale tu apoyo y los consejos necesarios, pero no proyectes en él lo que tú hubieras querido ser.
Referencias bibliográficas:
- Ackerman, N. (1970). Teoría y práctica de la terapia familiar. Buenos Aires: Proteo.
- McNamee, S. y Gergen, K.J. (1996) La terapia como construcción social. Barcelona: Paidós.
- Minuchin, S. (1982). Familias y terapia familiar Buenos Aires: Gedisa.