La teoría de la tabula rasa de John Locke
Una de las principales tareas de la filosofía es indagar acerca de la naturaleza del ser humano, especialmente en lo relativo a su vida mental. ¿De qué manera pensamos y experimentamos la realidad? En el siglo XVII el debate acerca de este tema tuvo dos bandos enfrentados: los racionalistas y los empiristas.
Uno de los pensadores más importantes del grupo de los empiristas fue John Locke, filósofo inglés que sentó las bases de la concepción mecanicista del ser humano. En este artículo veremos cuáles fueron los planteamientos generales de su filosofía y su teoría de la tabula rasa.
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¿Quién fue John Locke?
John Locke nació en 1632 en una Inglaterra que ya había empezado a desarrollar una disciplina filosófica separada de la religión y de la biblia. Durante su juventud recibió una buena educación, y de hecho pudo completar su formación universitaria en Oxford.
Por otro lado, también desde joven Locke se interesó por la política y la filosofía. Es en el primer ámbito de conocimiento en el que destacó más, y escribió mucho sobre el concepto de contrato social, al igual que otros filósofos ingleses como Thomas Hobbes. Sin embargo, más allá de la política también realizó contribuciones importantes a la filosofía.
La teoría de la tabula rasa de John Locke
Lo que hay a continuación son los fundamentos de la filosofía de John Locke en lo que respecta a su concepción del ser humano y la mente humana. En especial, veremos qué papel tenía en su pensamiento el concepto de la tabula rasa.
1. Las ideas innatas no existen
A diferencia de los racionalistas, Locke negaba la posibilidad de que nazcamos con esquemas mentales que nos aportan información acerca del mundo. En cambio, como buen empirista, Locke defendía la idea de que el conocimiento se crea mediante la experiencia, con la sucesión de eventos que vivimos, la cual va dejando un poso en nuestras memorias.
Así pues, a la práctica Locke concebía al ser humano como una entidad que llega a la existencia sin nada en la mente, una tabula rasa en la que no hay nada escrito.
2. La variedad de conocimientos se plasma en las distintas culturas
Si existiesen las ideas innatas, en ese caso todos los seres humanos compartirían una parte de sus conocimientos. Sin embargo, en la época de Locke ya era posible conocer aunque sea a través de varios libros las diferentes culturas repartidas por el mundo, y las semejanzas entre pueblos palidecían ante las extrañas discrepancias que podían ser encontradas hasta en lo más básico: mitos sobre la creación del mundo, categorías para describir animales, conceptos religiosos, hábitos y costumbres, etc.
3. Los bebés no demuestran saber nada
Esta fue otra de las grandes críticas contra el racionalismo que Locke esgrimió. Cuando vienen al mundo, los bebés no demuestran saber nada, y tienen que aprender hasta lo más básico. Esto se evidencia en el hecho de que no pueden ni entender las palabras más básicas, y tampoco reconocen peligros tan básicos como el fuego o los precipicios.
4. ¿Cómo se crean los conocimientos?
Como Locke creía que los conocimientos se construyen, se veía en la obligación de explicar el proceso por el cual ocurre ese proceso. Es decir, el modo en el que la tabula rasa da paso a un sistema de conocimientos sobre el mundo.
Según Locke, las experiencias hacen que en nuestra mente quede una copia de aquello que captan nuestros sentidos. Con el paso del tiempo, aprendemos a detectar patrones en esas copias que quedan en nuestra mente, lo cual hace que aparezcan los conceptos. A su vez, estos conceptos también se van combinando entre sí, y a partir de este proceso generan conceptos más complejos y difíciles de entender en un principio. La vida adulta se rige por este último grupo de conceptos, los cuales definen una forma de intelecto superior.
Críticas al empirismo de Locke
Las ideas de John Locke forman parte de otra época, y por consiguiente hay muchas críticas que podemos dirigir contra sus teorías. Entre ellas está el modo en el que plantea su forma de indagar acerca de la creación de conocimientos. Aunque los bebés parezcan ignorantes en prácticamente todo, se ha demostrado que llegan al mundo con ciertas predisposiciones a asociar ciertos tipos de información de una manera determinada.
Por ejemplo, el hecho de ver un objeto les permite reconocerlo utilizando únicamente el tacto, lo cual indica que en su cabeza ya son capaces de transformar esa copia literal original (la visión del objeto) en algo más.
Por otro lado, el conocimiento no está compuesto por “copias” más o menos imperfectas de lo que ocurrió en el pasado, ya que los recuerdos cambian constantemente, o incluso se mezclan. Esto es algo que ya demostró la psicóloga Elisabeth Loftus: lo raro es que un recuerdo permanezca invariable, y no lo contrario.