¿Estamos funcionando desde la responsabilidad afectiva?
¿Cuántas veces hemos podido oír expresiones como “yo soy así, ya me conocía”, “solo estoy siendo sincero/a” o “no somos nada, no tenemos ningún compromiso”? Estas son algunas muestras habituales de interacciones en las que la persona que las dice tiene muchas papeletas para estar funcionando fuera de su responsabilidad afectiva.
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¿Qué es la responsabilidad afectiva?
Aunque el concepto de responsabilidad afectiva puede ser complejo de definir, podría entenderse con facilidad a través de la expresión “hacernos cargo”. Una persona estará funcionando desde una alta responsabilidad afectiva cuando se haga cargo del impacto emocional y de expectativas que sus interacciones están generando o hayan generado en las otras personas con las que se relaciona, haya relacionado o relacione en el futuro.
De este modo, funcionar desde esta fórmula podría recoger desde comunicar con honestidad a una persona candidata a un puesto de trabajo que no es el perfil que buscamos (en lugar de mostrar un feedback positivo y no llamar nunca), hasta decirle a una persona que no sentimos lo mismo por él o ella tras un periodo en el que nos hemos ido conociendo.
La responsabilidad afectiva es aplicable en cualquier interacción de cualquier área de nuestras vidas; no obstante, es especialmente relevante en el área de la pareja (independientemente de si estamos en búsqueda de una pareja, tenemos rollos sin compromiso, formamos una pareja estable monógama de larga duración, hemos construido una unidad poliamorosa o queremos romper un vínculo).
Para que nos hagamos una idea, algunos ejemplos de baja responsabilidad afectiva son el ghosting, el simultanear varias relaciones afectivas sin que las otras personas lo sepan, ocultar información relevante acerca de nuestros sentimientos sobre el vínculo o no ser claros/as acerca del reglamento de la relación que compartimos.
De este modo, hacernos cargo de los vínculos que generamos, aceptar y comprender que nuestras interacciones generan emociones y expectativas, incluso en el caso en el que no sean recíprocas, y funcionar con empatía, consideración, asertividad y afrontamiento activo son la base del vértice del buen trato que es la responsabilidad afectiva.
Además del concepto de empatía, hay otro que puede ayudarnos a entender lo que supone responsabilizarnos afectivamente: el proceso de mentalización. Es decir, tener las mentes en mente. Cuando aparte de nuestra mente con sus emociones, pensamientos y necesidades, tenemos también las mentes de las otras personas en el radar, estaremos en el camino.
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Aplicando la responsabilidad afectiva a las relaciones
Una máxima de la responsabilidad afectiva es ser claros y coherentes con nuestras intenciones y emociones. Trasladar a las otras personas con las que nos relacionamos lo que sentimos y lo que no, gestionar nuestras emociones para no estar dando bandazos en nuestro posicionamiento y de ese modo, poder llegar a desestabilizar a la o las otras personas con nuestras dudas o nuestro proceso de gestión sin resolver; y sobre todo, no decir una cosa y luego hacer otra, son claves fundamentales.
Entonces, ¿funcionar desde la responsabilidad afectiva significa que no podemos cambiar de opinión? En absoluto, por supuesto que tenemos derecho a cambiar de opinión. Responsabilizarnos solo requerirá que no justifiquemos el actuar de cualquier manera sin tener en cuenta el impacto que esto pueda generar en la otra persona.
Sin duda, la responsabilidad afectiva tiene mucho que ver con la comunicación. Cuando somos claros/as y honestas/os sobre lo que sentimos, queremos y necesitamos, vamos indudablemente por el buen camino. Pero no confundamos sinceridad con comunicación sin filtro o sincericidio, ya que en ese caso, no nos estaremos “haciendo cargo” y por lo tanto, no estaremos funcionando desde una auténtica responsabilidad afectiva.
Una clave importante a tener en cuenta es la diferencia entre responsabilidad afectiva y responsabilizarnos de las emociones de las otras personas con las que nos vinculamos. La principal diferencia es que cuando nos responsabilizamos de las emociones de otras personas, el foco de atención está puesto en el/la otro/a, nos desconectamos de las necesidades y emociones propias e impedimos que la otra persona gestione por sí misma desde un planteamiento de condescendencia o sobreprotección; sin embargo, cuando funcionamos desde la responsabilidad afectiva, el planteamiento de la dinámica es horizontal, se le otorga plena capacidad de gestión y toma de decisiones a la otra persona, y el foco está puesto (también) en nuestras emociones y necesidades.
Hay muchos autores y autoras que indican que solo cuando somos responsables afectivamente podemos generar vínculos estables, satisfactorios y basados en el buen trato, y la realidad es que un funcionamiento relacional basado en la responsabilidad afectiva nos acerca a la empatía, el cuidado mutuo, la honestidad, la consideración, la comunicación asertiva y la horizontalidad relacional, frente la unilateralidad, la falta de claridad, la manipulación y la jerarquización de los vínculos a las que nos acercamos en el caso contrario.
Hay quien dice que en la actualidad funcionamos con menos responsabilidad afectiva que nunca. Yo simplemente diré que las personas tomamos decisiones que nos definen todos los días y que este es un muy buen criterio a tener en cuenta para construir buen trato, coherencia y bienestar en nuestros vínculos, sean estos del tipo que sean.